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Dos genios musicales

La gran música clásica en el cine

La concesión del Premio Príncesa de Asturias de las Artes a Ennio Morricone y John Williams es una de esas noticias verdaderamente felices

La concesión del Premio Príncesa de Asturias de las Artes a Ennio Morricone y John Williams es una de esas noticias verdaderamente felices por lo que tiene de reconocimiento pleno a dos gigantes, grandes creadores del mundo de la música clásica que, a través de bandas sonoras cinematográficas insertas en nuestra memoria, han llevado el sinfonismo y el aliento íntimo de la música de cámara al gran público, popularizando las orquestas de forma masiva. De hecho, sus composiciones están en el sustrato del crecimiento exponencial que la interpretación en vivo de las bandas sonoras de películas ha experimentado en los últimos años, adquiriendo vida propia al margen de la pantalla al igual que, siglos atrás, muchas otras obras pasaron de las iglesias o los salones de baile a los teatros y auditorios. Ambos tienen precedentes gloriosos durante el primer tramo del siglo XX. Y un buen ejemplo de estos sería uno de los más nombres más queridos del sector, el italiano Nino Rota que conjugó su trabajo con creadores como Federico Fellini y Luchino Visconti con obras instrumentales también de alto voltaje creativo y del que es reivindicador esencial otro de los galardonados hace unos años con el premio de las Artes, el maestro Riccardo Muti.

Ambos autores pertenecen a la misma generación y sus "armas musicales" han sido similares aunque por caminos e influencias muy distintas. Los dos han sabido estimular todo tipo de emociones a sucesivas generaciones de espectadores, imbricando imagen y música como un formidable vector artístico. Esa acertada fusión ha tenido lugar, además, en películas de repercusión mundial. Pero su alto nivel también se deja ver con intensidad en sus trabajos meramente instrumentales, especialmente en el caso de Williams, que no por menos populares dejan de tener peso específico en la creación de la segunda mitad del siglo XX, con encargos continuos por parte de orquestas sinfónicas de diferentes países y ajenos los dos, ¡afortunadamente!, a los rígidos prejuicios que han atenazado a muchos de sus colegas. Asimismo, la dirección orquestal es otro aspecto que comparten y, de hecho, Morricone realizó hace un año una gran gira de despedida de los escenarios.

Nacido en Roma en 1928, Ennio Morricone -formado, entre otros, con uno de los grandes creadores italianos, Goffredo Petrassi, después de haber pasado por el epicentro docente musical italiano, la romana Accademia Nacional de Santa Cecilia- ha compuesto cientos de bandas sonoras para cine y también para series de televisión, además de obras sinfónicas y corales, entre estas últimas la Misa dedicada al Papa Francisco hace cinco años con motivo de los doscientos años de la restauración de la orden Jesuita. Se asentó en el mundo del cine de la mano de Sergio Leone, al que le unía una estrecha amistad desde la infancia y con el que se implicó en los "spaghetti western" para seguir luego con títulos como "Érase una en vez América" -un trabajo éste de factura soberbia-. En la década de los ochenta llegarían algunos de sus grandes hitos: "La Misión" de Roland Joffé, "Los intocables de Eliot Ness" de Brian de Palma o la inolvidable "Cinema Paradiso" de Giuseppe Tornatore. Sus partituras cinematográficas se adhieren a cada historia con pulso vital asombroso, sin artificios, como una finísima capa de seda que impregna cada fotograma hasta lograr una fusión perfecta entre los personajes y una atmósfera característica en la que director y compositor confluyen con una simetría que cuesta ver en otras colaboraciones. Multipremiado -Oscar, Globos de Oro, Grammys, BAFTA, y tantos otros- en ese reconocimiento continuo del sector encuentra también un nuevo punto de unión con Williams.

Aunque eso sí, en la peculiar "carrera de los Oscar", John Towner Williams (1932) gana de largo con sus 52 nominaciones -sólo por detrás de Walt Disney-. El compositor norteamericano comenzó escribiendo obras instrumentales que estrenaron mitos de la dirección orquestal como Leonard Slatkin o André Previn, maestros siempre muy atentos a la creación contemporánea, a la vez que se iniciaba en la música de cine -tras su periodo formativo en la prestigiosa Escuela Juilliard de Nueva York-. Su colaboración con gigantes de la talla de Bernard Herrmann -autor de algunas de las mejores músicas de los filmes de Hitchcock- o Alfred Newman le permitió un dominio técnico del género que alcanzaría cotas de enorme popularidad cuando comienza a trabajar en 1974 con Steven Spielberg -"Tiburón", "Encuentros en la tercera fase", "E. T. el extraterrestre" o "La lista de Schindler", entre otras-. Pero la apoteosis llegaría con "Superman" y sobremanera con "La guerra de las galaxias" en feliz conjunción planetaria con George Lucas. Williams mantiene, a día de hoy, una estrecha vinculación con las mejores orquestas sinfónicas del mundo y tiene relación con alguno de los grandes músicos de nuestro tiempo, entre ellos el venezolano Gustavo Dudamel y su estilo ecléctico que, como el de Morricone, bebe en la gran tradición romántica, en su caso ha tenido además fuerte influencia del jazz y de otras músicas. Esta hibridación es una seña de identidad característica que también se observa en los himnos de juegos olímpicos que compuso y que tan bien encajan con una veta épica que ha sabido cultivar como ninguno.

La música de Morricone y Williams, como la de los grandes creadores de música cinematográfica, tiene el don "entrar" por los ojos además de por nuestros oídos. Es música que "vemos" en la gran pantalla. Posee ese poder mayúsculo de unir ambos sentidos, como cuando asistimos a una obra lírica o a una representación de danza. Williams y Morricone son ya parte de la banda sonora de nuestras vidas y entre los dos cabe un universo musical. Quizá este año en otoño las restricciones en espectáculos no permitan festejar a ambos compositores con la energía que merecen. Hará bien la Fundación Princesa en reservar algún fondo de los empleados en la semana previa a la entrega de los galardones para organizar un gran espectáculo en el que su coro y una formación sinfónica sean protagonistas y puedan acercarnos su legado, que está en una pantalla de cine pero también en vivo en el escenario de un auditorio o de un teatro. ¡Felicidades maestros!

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