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El rinconcito del cortado

Antonio Lucas Vega González regenta desde hace 38 años el Fregoli en San Gregorio, uno de los referentes de la antigua hostelería en el barrio comercial, que cerrará en 2016

La máquina de preparar café lleva 38 años de servicio en el bar Fregoli. SANTI BLANCO

Es un pequeño local situado en la calle que baja desde la céntrica plaza de San Gregorio, pero su fama lo convierte, junto a otros tres negocios muy cercanos -Buenaventura, El Cubano y Sergio- en uno de los últimos baluartes de una forma de trabajar en la hostelería que se resiste a perecer. A su lado existen otros negocios, pero Antonio Lucas Vega González, el propietario del bar Fregoli, está muy tranquilo. Son muchos años en una profesión que empezó siendo un chiquillo y que el año que viene será, según anuncia a su clientela, el último.

"Empecé a trabajar en la hostelería con 16 años y ahora tengo 60, por lo que el año que viene me retiraré y cerraré el negocio. Mis clientes me muestran su pesar y me preguntan 'que será de nosotros cuando te vayas', pero creo que me he ganado mi derecho a descansar después de toda una vida trabajando. Incluso mi mujer y mis hijos me han dicho que me retirara antes, pero en 2016 lo haré". Sencillo, pero decidido, Antonio Vega tiene claro que debe dejarlo y también que ninguno de sus hijos será su relevo en Fregoli porque tienen otras profesiones.

Nacido en Santa Brígida, Vega González vino desde chico con su familia a Telde, donde reside. "En aquella época la gente del municipio se dedicaba a la aparcería y yo siendo niño también trabajé en el campo, luego fui a trabajar al Aeropuerto, más tarde al Sur y desde hace 38 años en este bar", recuerda mientras atiende a varios clientes que le piden cortados, un vaso de ron o alguna cerveza.

Bar Fregoli. ¿Y ese nombre? le pregunta el periodista a Antonio Lucas Vega. Sonríe y cuenta su origen: "Antes cuando se abría un negocio en Telde se le solía poner el nombre o el apellido del propietario, que en mi caso hubiera sido bar Vega, pero quería cambiar esa norma y busqué otros nombres. Un día leyendo un libro muy antiguo me encontré con la palabra fregoli, que significa tertulia, me gustó y tras echarlo a suerte con un moneda con el de Vega, salió Fregoli".

Un letrero de una conocida marca de refrescos indica el nombre del local, un letrero que es tan veterano como el bar Fregoli, evoca su propietario. "El bar se mantiene igual desde el primer día que lo abrí, con su cafetera", explica mientras prepara un café a un cliente que lee un periódico, "y otros elementos. La empresa quiere cambiarme el letrero por uno más moderno, pero les he dicho que no, que solo quiero éste". Y no es para menos su defensa, se haya entrado o no al Fregoli, el letrero es casi un monumento más en San Gregorio, donde varias generaciones de teldenses lo ven colgado año tras año.

El bar Fregoli, como les ocurre también a sus colegas de Buenaventura, Sergio o El Cubano, es un lugar de encuentro, de reunión. No tiene un televisor led con pantalla gigante para ver los partidos de fútbol, sino un pequeño televisor casi al final del pequeño local, pero aquí no se viene a formar grupos de aficionados, solo de tertulianos.

Y es que el secreto de su éxito no son las grandes aglomeraciones de clientes -cuenta con cuatro taburetes de madera y un espacio limitado-, sino el ambiente familiar y de camaradería que se respira y, cómo no, las tapas que prepara desde hace años y que tienen cautivados a sus clientes. "Preparo platos de vueltas, pescado a la plancha, jamón, queso y de vez en cuando hago algún calderito para variar, y tienen mucha aceptación".

Sin embargo, un plato emblemático, el de las orejas de cochino, después de 35 años ofreciéndolas los miércoles, hace tres que dejó de hacerlas. "Las dejé de poner porque antes se hacían de una forma tradicional y me la traían quemada, que es como gusta, pero ahora hacen un procedimiento de caldera de agua caliente y se ha perdido la calidad", comenta Antonio Vega un tanto apenado por el cambio a peor.

El propietario del Fregoli cuenta anécdotas de los 38 años que lleva en el negocio, pero especialmente recuerda el día en que Antonio García Vega, el Raspa, un popular personaje del barrio y del que tiene una fotografía en el bar, le prestó 15.000 pesetas en 1991 "cuando un señor me vino a cobrar por un trabajo, pero le dije que en ese momento no le podía pagar. Antonio se fue a su casa y volvió con el dinero y me dijo: 'toma, que no se diga que no tienes dinero para pagar' y eso lo llevo muy dentro del corazón".

En estos años, donde ha trabajado desde las 8.00 a las 15.00 horas y de 18.30 a las 23.00 horas, de lunes a domingo, solo se permite disfrutar de 15 días al año en las dos últimas semanas de agosto. "Pero mi mujer dice que no se puede salir conmigo porque vaya al sitio que vaya, en Telde o fuera, me conoce muchísima gente y me paro muchas veces para hablar con ellos, pero así es este trabajo".

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