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"Vendo pescado fresco a dos reales"

La comisión de fiestas repartió unos 500 kilos de atún, aletas de calamar y sardinas en Melenara

"Vendo pescado fresco a dos reales"

Asunción, aunque se le conoce más como Sionita, pregonaba por la avenida de la playa de Melenara la buena calidad de su pescado y su módico precio. "Vendo pescado fresco, a dos reales, a dos reales, compren el mío, no el de las otras que es congelado", decía mientras mostraba el género a los transeúntes, clientes de restaurantes y a turistas que, haberlos, los había. Fueron un total de 500 kilos de pescado, aunque los pescados en la mar por medio del chinchorro fueron unos 50 kilos, dado que es una concesión que se hace a la comisión de fiestas de forma controlada.

Ataviada como las antiguas vendedoras de pescado, Sionita iba acompañada en esta escenificación de lo que fue la vida de las esposas de los marineros décadas atrás por otras mujeres, también de la playa y que se convirtieron durante su recorrido hacia el muelle de Melenara, en la gran atracción de la mañana. Así, con buen humor, Mari Nieves González Calixto, Carmen Hernández, la Cangrejo, Reyes, la Cholía, Margarita Silva Ramírez y la propia Asunción, Sionita, portaban sus cestas con pescado, donde las sardinas y algún lenguado eran ofrecidos a diferentes precios -algunos más careros que otros- con risas, gracejo y mucha camaradería.

Llevan 15 años recuperando esta tradición para las fiestas patronales de Melenara, en un día que se junta con la realización del chinchorro, santo y seña de esta playa durante décadas. Ahora es un arte de pesca prohibida para proteger a los peces más pequeños, pero desde hace años la comisión de fiestas ha logrado que Medio Ambiente le permita hacer una pequeña recreación de su actividad por su valor etnográfico.

De hecho, Carmen Rosa Santana, presidenta de la comisión de fiestas, así lo entiende y considera que es una oportunidad de conocer cómo se vivía de la pesca en la playa, "cuando los barqueros echaban el chinchorro y se vendía por sus mujeres a los clientes".

Mientras esto ocurría, la Melenara actual, convertida no solo en una playa elegida por vecinos y visitantes de otros municipios, sino también como referente gastronómico presentaba un aspecto imponente, en términos futbolísticos, de llenazo. La arena era un mar de sombrillas y toallas, donde había que ir muy atrás para hallar hueco y los restaurantes tenían hasta colas para atender a la clientela.

Y eso que era un día de agosto bastante rarito: cielo encapotado, sensación de bochorno e incluso alguna leve llovizna que hacía predecir lo peor, aunque luego el impacto fue menor. En el muelle, los marinos estaban en su labor de asar las sardinas, las pescadas con el chinchorro y a las que unirían después atunes y aletas de calamar, ya que con lo pescado en la red no se alimentaba a tanto peticionario. Aguantando los gotones que cayeron, las sardinas fueron saliendo del asador a los platos, que estaban esperando desde una cola cada vez más numerosa los comensales. "Aquí la buena es la sardina de ley, que tiene un color y textura iniguables", decía un marino a los periodistas al tiempo que preparaba los primeros platos para entregar.

Éstos iban completitos, con el pescado, un poco de pella, un huevo duro y un pequeño trozo de pan con chorizo, un menú variado para menterse entre pecho y espalda, pero sin atragantarse. Fue a partir de las 14.00 horas cuando empezó el reparto y a formarse las colas, mientras en la arena de la playa los primeros gotones obligaron a un buen número de bañistas a marcharse, pero no por eso se hizo notar el hueco de su ausencia.

Más extraño fue ver a un cuadrilla del servicio de Limpieza Viaria y Recogida de Residuos Sólidos a la una de la tarde. Pero las quejas expresadas por la suciedad en las calles y papeleras obligaron a los responsables del servicio a llevar al personal a recogerlas.

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