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Arretrancos de toda una vida

Benigno López mantiene un museo privado donde conserva todo tipo de artilugios antiguos

Arretrancos de toda una vida

"Pérez Galdós ha muerto". Entrar al museo personal que Benigno López, conocido en Telde por ser uno de los propietarios de tiendas de muebles más importantes del municipio, tiene en Valsequillo es similar a meterse dentro de una máquina del tiempo y retroceder a la época que más se desee. Así, una vez entras ya no hay escapatoria para comenzar un viaje capaz de llevar a sus pasajeros desde la muerte del poeta anunciada en la portada del periódico LA PROVINCIA en 1920, hasta esos tiempos en los que la música en discos se hacía sonar a mano con una manivela o los barberos cobraban dos pesetas por cortar el pelo. El exempresario y coleccionista lleva desde los 10 años creando lo que es hoy este lugar especial y asegura que se trata de "toda una vida juntando arretrancos".

Todo comenzó cuando, con la edad mencionada, se encontró por casualidad el primer elemento de sus reliquias guardadas. "Iba subiendo la cuesta de El Ejido, con seis kilos de gofio debajo del brazo, y me encontré una peseta en papel y, desde ahí, comencé", relata con un brillo peculiar en su mirada. De esta forma, este primer artículo reluce en la vitrina donde tiene su colección de monedas y billetes.

"En lo más que he invertido es en esto, porque en cada lugar del mundo que iba compraba la colección entera de la moneda que hubiera en el país", explica, mientras muestra dos perras negras de antes que le regaló una francesa a la que ayudó, en Telde, con la limpieza de una casa antigua. Detrás, los elementos de pago de todas las épocas y partes del globo terráqueo lucían con sus diferentes colores, caras impresas y formas características. Sin duda, un viaje exprés que da a conocer lo que a López le gusta recorrer mundo.

"He viajado mucho porque, cuando en los tiempos de Muebles Benigno, si eras de los que más vendías al año te regalaban viajes por Sudamérica y muchos otros lugares", señala con emoción al recordar que "casi siempre me los llevaba". Con orgullo por su trayectoria como empresario y satisfecho por lo que ser foráneo regala, asegura que "mi mujer se enfadaba conmigo, porque íbamos con los grupos del viaje y yo siempre me perdía porque me quedaba atrás mirando cosas para mi colección". Así, entre anticuarios y rastros consiguió piezas únicas. "Cualquier cosa que veía barata la compraba, porque no invertía mucho", fija.

Poco a poco y "reuniendo cosas viejas hasta el punto que cuanto más tenía más buscaba", fue creando lo que hoy es un espacio cargado de cultura y enseñanzas. Por ello, y aunque a pesar de la autorización de apertura por parte del Ayuntamiento de Valsequillo no ha abierto al público, son varios los grupos de turistas, vecinos de la Isla y colegios, entre otros, los que se han acercado al museo para conocer un poco más sobre el pasado. "Además, el día del almendro en flor lo abro para que entre gratis quién quiera y, aunque no les explico como cuando vienen visitas, les invito a unas copitas de vino y comparto lo que hay", comenta.

Hace 22 años que este local, con fachada de madera y letras que anuncian Antigüedades y coleccionismo, se convirtió en una especie de cueva sublime que abraza sus colecciones. "Primero lo guardaba en mi casa en Telde, después en el sótano de mi hogar de aquí y ya decidí crear este espacio", determina.

Con una silla antigua que usaban los barberos para pelar "exclusiva en Canarias", una tostadora de café casera "única, que no había visto nunca en mis 83 años" o una lámpara de carburo para colgar del cabecero de la cama y que dio más de un dolor de cabeza para descubrir qué era, este coleccionista de corazón cuenta que "no sé ponerle valor a todo esto porque cualquier cosa para mí es un montón".

Por ello, muchos recurren a él para regalarle artilugios que están mejor entre sus manos. Relata que, además, "tengo una maleta amarrada con un cinto llena de fotos", que acompañan "cientos de cintas de tomavistas de los viajes". Mientras habla de cada artículo como si de un hijo se tratara, de fondo se escucha un tango desprendido de un tocadiscos que López hace sonar después de haber hecho girar la manivela y haber puesto la aguja sobre el disco traído de Argentina. "Con esto aprendí a bailar a los 12 años", comparte. Y, como si de una película en blanco y negro salida de uno de sus proyectores de cine se tratase, sonríe a cada recuerdo que acompaña a cada arretranco.

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