Llegó en el año 1958 en barco desde el puerto de Valencia al de La Luz, con un capital de 4.000 pesetas prestadas por su madre. Tenía en aquel entonces 25 años y muchas ganas de abrirse un porvenir en la vida. Aquí se estableció hasta su fallecimiento esta semana, a los 85 años. En estas seis décadas, Antonio Garcerá Gómez, gracias a su esfuerzo y tesón pasó de tener un pequeño comercio donde fabricaba toldos a construir la fábrica de su empresa, Toldos Garcerá, en el barranco de Cruz de la Gallina, en el municipio de Telde.

La trayectoria de este industrial precursor del sector de los toldos en Canarias es la de un hombre con ambiciones e inquietudes, quien dejó su pueblo natal y su empleo en una industria de fabricación de toldos para iniciar una trayectoria profesional y personal sin que ningún obstáculo lo amedrentarse. Luchador y emprendedor, Garcerá era un empresario respetado y que ha dejado un legado personal y profesional muy profundo entre quienes lo conocieron.

Así lo recuerda uno de sus seis hijos, Francisco Garcerá, quien ha seguido junto a una de sus hermanas el negocio que iniciara el patriarca de la familia, al que convirtió en referencia en el Archipiélago y ‘escuela’ para futuros profesionales y empresarios en esta actividad. La empresa, ubicada en el barranco de Cruz de la Gallina, da testimonio de un hombre independiente, chapado a la antigua y que con mucho esfuerzo y trabajo montó la fábrica de toldos, hamacas y sombrillas hace 47 años que aún pervive luchando contra la crisis en esta zona industrial.

Pero no fue su única iniciativa empresarial, quiso y logró introducirse en otros cometidos. Y así, a los 65 años dejó la industria del toldo a cargo de sus hijos y se dedicó a la construcción de edificios en La Garita, barrio en el que residía, chalés y otros trabajos puntuales. Y sin duda, como asegura Francisco Garcerá, también se dedicó a disfrutar de la vida. La Garita era su playa y en ella se encontraba a gusto, junto a su familia. Suegro de María del Carmen Castellano, exalcaldesa de Telde, Antonio Garcerá tuvo seis hijos en dos matrimonios: Antonio, Miguel, Francisco, Carlos, Amparo y Cristina. Su primera esposa, a la que dejó en Valencia para labrarse su futuro en Gran Canaria y con quien compartió meses después tesón y esfuerzo en los primeros años del negocio, falleció en 1965. Posteriormente se casó en segunda nupcias con una grancanaria, con la que tuvo otros tres hijos.

Un trabajador incansable y muy familiar, un suegro muy divertido y cariñoso. Así definía ayer María del Carmen Castellano al padre de su esposo, quien recordaba también su gusto por la buena mesa y las buenas compañías. “Siempre estaba de buen humor y dispuesto a alegrarnos a todos. Lo echaré mucho de menos”, afirmaba.

Los comienzos de Antonio Garcerá no fueron fáciles, precisamente. Al llegar a Gran Canaria con 25 años y esas 4.000 pesetas del año 1958, solo y con su mujer y un niño pequeño en Valencia, literalmente se buscó la vida. Se instaló en la pensión Buenos Aires, en la calle homónima en Las Palmas de Gran Canaria. A sus hijos les contó que decidió marcharse de su provincia natal porque el panorama era desolador, sin muchas expectativas de futuro para un empleado de un famoso empresario toldero de la Península. Veía, además, como sus amigos se querían ir a Estados Unidos a trabajar y barajó seguir su ejemplo, pero en el camino apareció en el horizonte Canarias.

Descubrió que había buen clima, que el turismo estaba convirtiéndose en una actividad con mucho auge y decidió elegir como destino la Isla. Con sus conocimientos de la industria del toldo, prácticamente inexistente, empezó su camino hasta convertirse en un empresario de referencia.

Desde su pensión en la calle Buenos Aires, Garcerá montó su primer negocio en la plaza de Farray, la Toldera Canaria y después se trasladó a uno de los locales del ahora desaparecido Estadio Insular. El local lo era todo en la vida de Antonio Garcerá y su familia: hogar y negocio, ya que vivían y trabajaban allí. Toldos para camiones o para tiendas fueron los inicios de un proyecto que alcanzaría su cima con la fábrica de toldos, sombrillas, hamacas y otros elementos relacionados con el equipamiento en Cruz de la Gallina hace 47 años.

Un largo camino en una industria que décadas después se han posicionado en el tejido empresarial canario, pero en distintas condiciones con las que tuvo que luchar su precursor. Así, el patriarca de los Garcerá tuvo que hacerlo todo él con una fragua, desde los brazos del toldo y los anclajes hasta el propio toldo, una suerte de herrero y decorador que trajo al Archipiélago un oficio que pese a la crisis del sector de la construcción, aún sigue luchando para mantenerse en el mercado.