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Socorro, una vida forjando hojalata y acero

Francisco Socorro, de 85 años, es uno de los pocos artesanos forjadores de hierro que se encuentran en la Isla

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Socorro, una vida forjando hojalata y acero

Francisco Socorro Ravelo (1932) es forjador, hojalatero y artesano desde hace casi setenta años. Nunca se ha dedicado a ello profesionalmente, puesto que "eso no da pa' comer", pero sí como una afición a la que se ha dedicado en cuerpo y alma. Ahora los que entienden del tema -y los que no, también- lo consideran uno de los mejores artesanos que hay en la Isla, cuya obra mezcla lo folclórico con la originalidad de su imaginación. Los metales se moldean mediante sus manos desnudas y curtidas a su gusto y desparpajo para convertirse en cualquier cachivaches, ya sean objetos tradicionales canario, que es su especialidad, o auténticas obras de arte.

Durante 26 años sus creaciones fueron famosas en el mercadillo de San Mateo, en donde tenía un puesto fijo. "Fui el último en irme de allí, las cuotas mensuales eran demasiado caras y al final venía muy poco público", afirma el hojalatero. Ahí expuso todos los objetos canarios que se usaban en los años 30, como las palas de aluminio de gofio o Pero, aunque confiesa con tristeza que la artesanía es un oficio en declive y próximo a su desaparición, no puede evitar sentir pasión por ello e ilusionarse por seguir creando y manipulando los metales a su gusto. Hojalata, chapa carbanizada, aluminio y acero inoxiable. Esa es la materia prima de la obra artística y tradicional de Paco Socorro, y con ella formula percheros, armarios, espejos, candelabros, palanganeros y un gran etcétera de objetos.

Los precios de sus obras oscilan de los cinco a los 600 euros. "Sobre todo vendo para iglesias, porque cuando la gente se entera del precio enmudecen del asombro", dice entre risas. "Pero es que es costoso hacerlo." Aún así admite que no puede calcular el tiempo que tarda con uno de sus artilugios. "Es verdad que tengo un problema, que es que cuando empiezo una cosa no la acabo", responde, semi avergonzado, semi divertido, a la pregunta de cuánto tiempo puede tardar en realizar uno de sus objetos metálicos. "La empiezo, la dejo, y cuando tengo ganas comienzo de nuevo". Sin compromisos de ningún tipo, pero con la certeza de que cuando su obra está hecha ha merecido por completo la pena.

Comienzos

Socorro cuenta sus comienzos envolviéndolos en un aura anecdótica que consigue despertar un interés histórico en todo aquel que le escucha. "Hace años el negocio principal de Canarias eran las tomateras", empieza narrando. "Ahora lo más importante es la hostelería, el turismo, pero en mi época todo el mundo se dedicaba a la basería, plantar tomates, esa era la riqueza de nuestra época". Socorro, en plena adolescencia, trabajaba con otros muchachos de su edad en la finca de Antonio Gómez para poder pagar el alquiler de su casa, ya que su familia -compuesta por catorce hijos- necesitaban dinero para pagar las necesidades básicas. "De hecho, tal era la necesidad, que en aquellos tiempos las mujeres no trabajaban, pero a mi madre no le quedaba más remedio que trabajar en una finca para poder sacarnos a todos adelante". Y de igual manera, él ayudaba a aportar a la economía familiar. "Pero yo estaba cansado de trabajar ahí, no era lo mio." El trabajo de campo no estaba hecho para él, así que le pidió a sus padres que le dejasen ir a un taller a aprender un oficio. A pesar de la reticencias de su madre, el artesano consiguió ir al taller de Isidro Hernández Ramírez para aprender el oficio de artesano.

"Iba todos los días caminando de Melenara a Telde, y de Telde a Melenara", recuerda el hojalatero con nostalgia. "Así aprendí a hacer chapucillas para ganarme la vida, arreglando los trastos de los demás." Sus manos se endurecieron años más tardes, no por lo trabajoso de la agricultura, sino por la delicada pero costosa tarea de forjar metal. En 1948, con dieciséis años, salieron a la luz sus primeros trabajos e inventos como la cocinilla de petróleo o el barco de cobre, obra decorativa. Sus creaciones daban de qué hablar a los vecinos y demás conocidos, y aunque no podía dedicarse a ello a jornada completa, puesto que se había formado como técnico en soldadura, reparaciones navales y calderería (que se complementa con su pasión, pero no la satisfece del todo), Socorro dedicaba las tardes y noches a dejar fluir su creatividad. "Tenía en El Risco de San Nicolás un tallercito y ahí iba haciendo mis cosillas que luego exponía y vendía en ferias de artesanía."

Con los años se hizo un nombre, e incluso ayudó en la reparación de la lámpara que se encuentra hoy en la Iglesia de Arucas. "Era una lámpara muy antigua de principios de los 30, que se se rompió y me llamaron porque conocían mi tarea y así yo ayudé a reconstruir", relata orgulloso. "También vendí piezas para Alemania, una Santa María de cobre (barco) para un bar restaurante que habí aallí, supongo que seguirá."

Ninguno de los siete hijos del forjador se dedicó -o interesó- por el hobby de su padre, y de hecho, el propio Socorro agradece que haya sido así. "Yo estaba tranquilo con mis cosas, y mis hijos han salido adelante con sus trabajos, esto no da pago ninguno."

Ahora su objetivo es exponer en la Fedac, de la que es socio. A finales de enero, y a principios de febrero, expondrá y venderá sus utensilios y objetos artísticos al público. "Iba a particiar en la feria de Santa Catalina, como todos los años, pero por unos problemas de gestión no he podido y lo que me han ofrecido es el local de la calle Domingo Ojeda Navarro, que lo destinan a los artesanos durante dos semanas."

Las obras de Socorro Ravelo son vistosas y especiales, no sólo por su elaboración, sino por el empeño y el cariño que pone en cada una. "Del estilo de mi artesanía no queda nadie, quizá uno o dos más que yo", asegura el hojalatero, que a pesar de los años y del declive de la artesanía, según sus propias palabras, sigue desarrollando una pasión incansable que, aunque elabore lentamente, no acabrá.

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