Como cada 8 de diciembre, Jinámar se convierte en una multitudinaria reunión de visitantes, la mayoría no solo por la devoción hacia la Concepción patrona de su parroquia sino para participar en el rito de la compra y saboreo del jugo de la caña de azúcar, por estos lares conocida popularmente como cañadulce que se cultivó en las islas inmediatamente después de la Conquista, razón por la que se vinculó a ellas numerosos portugueses especialistas en la materia que arraigaron y propagaron los numerosos apellidos lusos que todavía existen en Canarias.

Después del siglo XVI, progresivamente, fue languideciendo el cultivo de la caña y la obtención de los productos derivados de ella, principalmente el azúcar, hasta un nuevo florecimiento de las plantaciones a mediados del siglo XIX como consecuencia del fracaso de la cochinilla por la aparición colorantes artificiales. En el norte de Gran Canaria la nueva implantación de este cultivo se produjo finalizando el siglo merced al impulso y conocimientos de Rafael Almeida que trajo la de Cuba e impulsó a los agricultores a que cultivaran la caña de tal forma que en 1889 había en la zona unas 120 fanegadas en explotación, como luego se verá.

Pero la mayoría de los visitantes de Jinámar por estas fechas saben muy poco, posiblemente, del origen de la fama que ha dado a las fiestas de la Concepción del barrio la cañadulce. ¿Cuándo nació la tradición de visitar el 8 de diciembre el barrio para comprar y saborearla, hecho que se convierte, cada año, en casi en un rito? Posiblemente el origen de esta tradición habríamos de localizarlo en 1857 cuando Agustín del Castillo Bethencourt y Amoreto, conde de la Vega Grande de la época (lo fue desde 1826 a 1870), propietario de aquellos extensos terrenos se decidió cultivar la caña de azúcar, experiencia que quedó plasmada en un folletito que él mismo escribió y mandó imprimir del que puede deducirse, quién sabe, si en el contenido de aquel texto esté el origen de la popular fiesta jinamera.

Refiere que en su último viaje por Europa en el año anterior se enteró que en Francia se había introducido lo que él describe como el "sorgo azucarero de Chjina" y el "Imphy o sorgo africano", para entendernos, la caña de azúcar o cañadulce. Cuenta que a su regreso a la isla "hice en mi hacienda de Ginámar la siembra de las pocas semillas que pude traer de las dos especies, cuyas cañas crecieron con gran admiración propìa y de los amigos, pues algunas estaban a los 45 días echando espigas de siete u ocho pies de altura y que llegaron alcanzar hasta los 10 o 12".

Explica que cortó las cañas y extrajo su jugo que destinó a hacer aguardiente, que después de fomentado llegó alcanzar 21 grados, aunque también hizo melaza para el azúcar. El conde no se benefició él sólo de este novedoso cultivo sino que advirtió que quienes quisieran hacer plantaciones podían ponerse en contacto con Esteban Bethencurt y Sánchez Ochando, su sobrino, que vivía en Guía.

En vista de lo anterior nos preguntamos ¿no serían estos cultivos del conde en Jinámar y el corte tradicional en diciembre que el noble hacía cada año en este mes lo que dio origen a la tradición de la fiesta de la cañadulce actual en este barrio?...

Y para completar algunos otros aspectos de este cultivo, su implantación, negocios y fomento del progreso agrícola o social de Gran Canaria evoquemos la participación que en una u otra época citada propiciaron algunos hombres inquietos de la isla como, por ejemplo, el guiense Rafael Almeida Mateos (una de cuyas calles se rotula con su nombre en la zona de Guanarteme) nacido en el seno de una sencilla familia que se propuso alcanzar éxitos en su vida y por eso viajo por muchos países, sobre todo americanos, en los que hizo grandes amigos y donde demostró que sus ideas valían la pena desarrollarlas. Estando en Cuba en los años finales del siglo XIX y dispuesto para regresar a Gran Canaria fue objeto de un homenaje por sus amigos para despedirle. En esta reunión, refiere él mismo en una especie de "Memorias" que dejó escritas, Almeida planteó el grave problema que estaba suponiendo la aparición de la anilina, nueva materia tintorera que estaba llamada a reemplazarse la cochinilla, cultivo que hasta ese momento había sido de gran auge en Canarias.

Había ocurrido -refiere él mismo- que un fuerte vendaval "lavó" o limpió las tuneras e hizo estragos en el cultivo de la cochinilla, noticia desgraciada que llegó a Londres y Francia, "surgió la especulación y compraron toda la existencia, lo que provocó la muerte de este producto, pues con esa rápida caída empezó el consumo de la anilina, se generalizó su uso y vino el desastre, hasta llegar a venderse la libra por el ridículo precio de una peseta". Pidió consejo a sus amigos cubanos sobre qué otro cultivo podría reemplazar al de los nopales y le sugirieron que debía adoptarse el de la caña de azúcar, ofreciéndole algunas cajas con trozos para plantar.

Regresó a Canarias y más concretamente a Guía donde, para aumentar el número de matas que había traído de La Habana, mandó comprar las que se pudieran conseguir en distintos pueblos de la isla, de tal forma que logró plantar nada menos que unas doce fanegadas. Mantuvo reuniones para incitar a los agricultores a que siguieran su ejemplo y ya pensó en la instalación de maquinaria para moler la caña y obtener de ella los variados productos que ofrecía su jugo, época en la que se instalo en Guía una fábrica de azúcar promovida por una compañía inglesa que fue conocida popularmente hasta su demolición años atrás como "la maquina" sobre suya historia pergeñamos en su día bastantes folios para convertirlos en una publicación. A partir de aquí, visto el éxito, los agricultores empezaron a plantar caña, iniciándose así lo que sería la segunda etapa de este cultivo que tanto progreso económico había significado desde principios del siglo XVI.