"Se podría vivir de la cerámica si se potenciara más", afirma con contundencia Rosario Miranda, discípula del famoso artesano y maestro de la alfarería Justo Cubas (fallecido hace diez años), durante la reapertura del centro que lleva el nombre de su mentor.

Y, precisamente, el acto que tuvo lugar ayer en la zona del El Hornillo tiene como finalidad impulsar este oficio tradicional y crear un punto referencial para los artesanos de Telde y de otras zonas de la Isla. "Telde ya tiene un lugar para que sus alfareros puedan realizar su trabajo", afirma Minerva Alonso, consejera de Artesanía del Cabildo, que junto a la alcaldesa de Telde, Carmen Hernández, y los familiares del fallecido artista, procedió a reabrir el centro (rehabilitado por la institución insular con un importe de 50.000 euros).

La joya de este inmueble, además de ser el espacio en el que Cubas realizó tantas figuras y trabajó tanto la cerámica, son los tres hornos que posee: el primero, al fondo del recinto, es un horno de leña de una sola cámara. Este reproduce lo que fueron los antiguos hornos alfareros de La Atalaya de Santa Brígida y que junto al de Hoya de Pineda de Gáldar es uno de los últimos testimonios de este tipo de construcciones en Gran Canaria. Después se encuentra el horno de dos cámaras, que fue reconstruido y, gracias a ello, consigue llegar a los 1.200 grados con un menor consumo de madera y con una cocción que permite un esmaltado más uniforme. Por última, y de la misma forma que los anteriores, una de las joyas del local, se encuentra el horno típico de la zona de Lugarejo, en Artenara, lugar de donde procedía el famoso artesano. "Yo aprendí con él a usar este tipo de horno, lo que soy se lo debo; era muy especial", explica entre lágrimas Miranda. Su hijo, Isidoro Cubas, también se emocionó al recordar a su padre.

"Estamos todos los hermanos muy orgullosos de todo lo que ha conseguido hacer, y de que los reconocimientos que ha tenido", confiesa. "Era una persona muy trabajadora; cuando nos fuimos a vivir al Hornillo él construyó esto con muy pocos recursos", explica el hijo que también narra los orígenes de su padre con cariño y nostalgia. "Fue a la guerra y le quitaron una pierna, así que no podía trabajar más; así que empezó con la alfarería porque no podía hacer otra cosa y al final acabó encantándole". De hecho, tanto le gustaba que acabó creando su propia escuela, donde acudieron una gran multitud de alumnos de todas las generaciones. Hasta su fallecimiento el locero más longevo de Gran Canaria, y recibió multitud de reconocimientos por parte de las instituciones (como la insignia de oro del municipio de Artenara en 2005). Su legado no quedará olvidado.