Corría el año 1968 cuando Juan Peñate se reunió con un grupo de jóvenes de Lomo Magullo para proponerles llevar a cabo una actividad muy peculiar en el que aunar fe y tradiciones. "Antiguamente", relata su hermano José, "los aborígenes rociaban las paredes de los templos con miel y leche y entonces a él se le ocurrió que se podría hacer lo mismo en la iglesia, pero con agua". La idea terminó por calar y ahí que se fueron "un 4 de agosto" una veintena de chiquillos a la acequia del pueblo para empezar con una versión más moderna de aquel ritual ancestral. Aquel día, que no estuvo exento de contratiempos que los pioneros lograron salvar, nació la conocida ahora como Traída del Agua. Una tradición que, cincuenta años después, congregó ayer a cientos de personas dispuestas a irse a casa con la ropa enchumbada.

A cuentagotas, los más madrugadores llegan a la plaza donde aguardan a que empiece la jarana. La mañana no está especialmente soleada, pero las nubes y el airecillo que se cuela entre las calles no merman el ánimo. Hay ganas de fiesta, tanta, que el populoso grupo que lideran Samanta Martín Cruz y Olivia Melián López han dormido apenas unas horas para no perderse el día grande de Lomo Magullo. "Anoche [por el sábado] estuvimos aquí en la verbena, así que hemos bajado a Melenara y hemos vuelto a subir y aquí estamos de nuevo", explican divertidas. Descansar, aseguran que han descansado poco, pero desde luego preparados van para no perder ninguna pertenencia bajo el aluvión de baldazos.

De todos, la mejor equipada es Melián. Al igual que el resto de sus amigos, ella lleva al cuello una funda de plástico donde lleva el móvil, pero además se ha comprado "en el chino" para la ocasión una riñonera impermeable donde lleva lo básico también protegido con materiales que ningún líquido puede traspasar. Pero es que también lleva una mochila que piensa cubrir con bolsas donde por tener tiene hasta un cepillo de dientes, desodorante y perfume. Por supuesto, también lleva su arma acuífera, que en este caso es un pequeño balde que les han regalado a cada uno en la guagua en la que han llegado hasta el pueblo.

Una iniciativa esta última promovida desde el Patronato de Fiestas El Manantial, cuyo presidente, Armando Quintana Sánchez, explica que tiene como finalidad "ir retirando objetos de plástico como pistolas para recuperar la esencia de la tradición". En media centuria son muchas las cosas que han cambiado si bien los de toda la vida se mantienen fieles a los orígenes. No hace falta caminar, basta tan solo con girarse, para ser testigo del choque generacional.

"Mis hermanas y yo íbamos a lavar a la acequia y llevábamos una bañadera en la cabeza, otra con la ropa de color que manchaba en una mano y un balde con el jabón en la otra y por la noche íbamos también a por agua", relata Ana Suárez Lozano mientras serpentea con el cuello para que la talla que lleva sobre la cabeza no se vaya para el piso. Solo con ver cómo consigue mantener el equilibrio es digno de admirar, imaginársela caminando de niña cargada con la colada es para haber podido enmarcar el momento. El truco, además de la habilidad, "es hacer un ruedo con una toalla o un trapo" sobre el que se coloca en, este caso, el objeto de alfarería que tiene más de 40 años. "Esta es una de las primeras", explica.

Y es que Suárez Lozano fue una de aquellas niñas que se animaron a participar en la idea promovida por Peñate. "Éramos un grupito de niños y éramos bastante responsables", asevera como si pudiera verse de nuevo que esa Traída del Agua primigenia. "Fue por la tarde y nosotros llevábamos los cacharros que se compraban antes para coger el agua", recuerda. Con ellos llegaron a la acequia, pero cuál no sería su sorpresa al ver que aquel cauce, siempre abundante, estaba completamente seco. "No habían avisado y la habían cerrado", apunta su hermana Carmen, quien además ha sido esta edición una de las pregoneras.

¿Qué hicieron entonces? Irse para la cantonera de la presa a llenar las latas que más tarde vaciaron contra los muros de la parroquia de Nuestra Señora de Las Nieves, acorde al antiguo ritual aborigen y posteriormente entraron a cantarle una Salve a la Virgen. "La verdad es que aquella traída fue muy bonita y muy fría porque fue por la tarde". Quien habla es otro de los pioneros, Juan Suárez Suárez, que por aquel entonces era el tesorero del Teleclub con el que se reunió Juan Peñate para sacar adelante su idea. "Hubo gente a favor y en contra, pero al final participamos porque lógicamente éramos jóvenes", rememora media centuria después. Concretamente, él hace ya años que no participa, porque prefiere "disfrutar viéndolo", pero en su mente aún resuenan las charangas teldenses que amenizaron a partir de la segunda edición la fiesta hasta que cogió el relevo la Banda de Agaete.

Juan Peñate tampoco participa ya, pero su familia sí que continúa con el legado que ya ha calado en varias generaciones y nacionalidades, ya que este año les acompañan Sion Choi, coreano residente en Alemania junto a su mujer austriaca, Nadja, que están de visita. De todos ellos, entre las filas de los más veteranos, se encuentra su hermano José, que en la primera fiesta estuvo encargado de vigilar que no vinieran coches y ahora, con 73 ha podido disfrutar de ella por primera vez con sus nietas Famara y Gara Peñate Almendros, que han venido desde Granada. La primera, de tan solo seis años, sabe perfectamente en qué consiste el encuentro: "nosotros los mojamos a ellos y ellos a nosotros", explica. Para ello, además de ir ataviada de canaria como su "padre que es canario", se ha llevado su cubito de la playa de color rojo mientras que el de su hermana pequeña, de cuatro añitos, lo lleva amarillo.

Otro que lleva un cubo, pero "tuneado", es José Florido Santana, vecino de toda la vida de Lomo Magullo que le ha hecho agujeros a un pequeño balde que utiliza a modo de regadera para enchumbar a todo aquel que le sale al paso. A modo de aguador, con dos recipientes unidos por un palo horizontal para cargarlos al hombro, se mueve entre el gentío José Luis Bosa Suárez, quien paradójicamente se encarga de vender desde los años 80 las tallas de barro que su hermana Ana Dolores decora desde hace ya casi tres décadas. Y es que cada uno tiene su estilo propio, y aunque últimamente se cuida mucho el cómo, el cuánto también es importante. Es decir, en la traída del agua nadie puede estar seco y en esa labor los hay que se emplean muy a fondo desde que se lanza a las 12.00 horas el volador con el que se da inicio al evento. Desde antes, los hay que han cogido posiciones para empezar el enchumbe masivo e indiscriminado.

Al grito de "por ahí viene gente seca", Ayoze Díaz Monzón, Francisco Javier Santana y sus amigos se preparan para cambiar la situación. La Banda de Agaete aún suena lejos del tramo de la carretera general que va de Telde a la Cumbre en el que ellos se encuentran, pero no se puede perder el tiempo ni entre los miembros del propio grupo. De hecho, para cuando llega toda la jarana ellos ya están pingando y adornados con algunos de los "frutos rojos" que se cuelan en los baldes que cargan en la acequia y que se lanzan y lanzan, en general, sin piedad a todo aquel que se pone a tiro en el camino.

No importa cuántas veces haya que "bajar al menos uno" -la zanja donde se encuentra el cauce- para llenar los recipientes porque "hay agua por todos sitios" y, por supuesto, para todos. También para el padre Báez, el alcalde en funciones, Juan Martel o el mismísimo presidente del Gobierno de Canarias, Pablo Rodríguez, que participaron en el 50 aniversario de la traída por todo lo alto. Aún así, esta edición contó con menos afluencia que otros años en los que se llegaron a contar miles de personas. En esta ocasión fueron unos cientos los que disfrutaron del encuentro que gozó de un carácter más familiar.