Severa Sánchez lleva tres años de sufrimiento en su casa terrera de La Pardilla, en la calle Raimundo Lulio, muy cerca de la iglesia y plaza pública del barrio. Duerme mal, oye cómo en la azotea de su vivienda caen de madrugada con estruendo objetos, desde huevos contra su mobiliario o incluso bolsas de arena -no sabe si de cementerio- que "buscan intimidarme y asustarme" desde 2016. De hecho, ha levantado un muro en su azotea para evitar el impacto de unas luces tan potentes de un edificio vecino que "parece que en vez de una vivienda tengo un teatro o un cine de verano con tanta luminosidad". Es un problema que ha paliado, pero no es el único que debe afrontar aún.

Los ataques a su domicilio no se quedan ahí, en molestias con unas luces de mucha potencia. Le han arrancado y tirado macetas de su fachada, esparcido cientos de colillas de cigarrillos por su acera e incluso le destrozaron la puerta de la calle y días más tardes le pusieron silicona en la cerradura de la nueva para que no pudiera abrirla, recuerda con pesar. Incluso ha instalado una cámara de vigilancia en el exterior, que tiene conectada al televisor, para ver lo que pasa a su alrededor. "Pero lo que hacen ahora para que no lo vean las cámaras es arrojar de noche y de madrugada cosas a la azotea", denuncia.

Ahora se plantea, cuando disponga de dinero, subir la altura del frontis de su domicilio para impedir que lleguen los objetos que arrojan a a la azotea y le ensucie o estropee un lugar de la casa, que como el resto del inmueble, cuida con mimo. En la práctica se ve abocada a vivir en un recinto vallado, "como si estuviera en una fortaleza para protegerme de los ataques". Una protección que no descuida, sobre todo cuando "una chica que conozco me ha dicho que tenga cuidado por si le arrojan una botella con gasolina", un comentario que le ha hecho saltar todas las alertas y preocupación por su seguridad.

Vivir en paz y en tranquilidad

Severa no quiere vivir así. Nacida y criada en La Pardilla, en 2004 regresó a la casa familiar, que ha arreglado de tal forma que hay quienes consideran que es un restaurante o una vivienda vacacional. Su letrero en cerámica de Casa Josefinita -en recuerdo a su madre-, una decoración con macetas pequeñas con flores rojas le dan un estilo andaluz vistoso. Pero los ataques a su vivienda le ha supuesto que le hayan arrancado algunos elementos decorativos de su exterior, que han terminado arrojados y hechos pedazos en la azotea o en la calle.

Ha presentado denuncias ante la Policía Nacional y el juzgado, pero salvo para justificar ante el seguro de hogar el destrozo de la puerta, no le ha supuesto ninguna solución o alivio a la pesadilla diaria que padece. Reconoce que, además de molesta e indignada, está atemorizada, teme salir de su casa y encontrarse con un nuevo acto vandálico a su regreso. "Si fuera un gamberro, lo haría una o dos veces, pero detrás de este tema tiene que haber alguien más porque ya llevo desde 2016 soportando este sinvivir", indica Severa Sánchez, prejubilada del servicio de Farmacia del Hospital Insular hace año y medio. "Incluso un día me dejaron en la puerta una caja vacía de Lírica, un antidepresivo, para burlarse de mí", dice.

Una jubilación que, lejos de ser para el disfrute de su tiempo libre y estar tranquila en su vivienda, se ha convertido en una situación que ya no sabe cómo abordar y que está dañando su salud. "Ya he tenido algún que otro ataque de ansiedad por estos problemas", añade, "además de suponerme un enorme desembolso económico porque tuve que pagar 1.081 euros por una puerta nueva, ya que el seguro solo me cubría los daños o lo que desembolsé para vallar la parte trasera de la azotea para evitar el impacto lumínico de las luces orientadas hacia mi casa".

Severa tiene 64 años, vive sola y después de 45 años y seis meses trabajando, busca disfrutar de su jubilación sin sobresaltos. Le gusta viajar, tener arreglado su domicilio y no entiende por qué le están amargando la vida y desconoce quién lo hace. No acusa a nadie y lamenta que los causantes de esta situación no la dejen en paz, pero también avisa de que seguirá peleando para acabar con su problema.

Reclama su derecho a la tranquilidad, a llevar una vida sin temores ni miedo, "porque creo que me la merezco". De momento, espera cobrar la paga extra para destinarla a la protección de su azotea con una elevación -autorizada por Urbanismo- del frontis, un gasto más que se acumula con los ya realizados y que para una jubilada es una sangría para su poder adquisitivo.