La vida agrícola está hecha para los valientes. Quien no lo crea, que se atreva a subir a la zona de El Gamonal (el de Telde, que pocos conocen). Los vecinos de esta zona no poseen luz, no tienen agua y su principal vía de acceso es una completa locura. "Prepárate la espalda", alerta Rosi, una de las vecinas de la zona, pues la piedra y el cemento que forman la carretera se sitúa a trompicones por todo el camino. Una condición que se agrava en cada temporada de lluvias. La situación es desesperante.

Y aunque los habitantes siempre se han sentido aislados de los favores de la administración pública, admiten que hasta ahora no habían experimentado realmente el abandono. El incremento de robos en los últimos tres meses les tiene totalmente aterrados. Motores de electricidad, herramientas, prendas de ropa e incluso electrodomésticos como neveras son algunos de los objetos que han desaparecido de sus viviendas. "Esto es una oleada", definen entre todos lo que está ocurriendo en su barrio, pues aunque admiten que no es la primera vez que han invadido sus hogares y hurtado algunas de sus cosas "no he visto nada igual en los 15 años que tengo la casa", asevera por su parte Ana, una de las residentes.

El Gamonal es una zona agrícola, aislada de cualquier núcleo poblacional del municipio. Su entrada se sitúa pasando el barrio de Cuatro Puertas: una carretera maltrecha en la que en la mayoría de ocasiones sólo los todoterrenos tienen alguna oportunidad de pasar sin romperse. Las fincas que completan el paisaje del barrio se encuentran frente al campo de volcanes de Rosiana, justo antes de arribar en el barranco de El Draguillo. Apenas residen una decena de vecinos en la zona de manera fija, aunque más de cincuenta personas poseen terrenos agrícolas y acuden asiduamente a estas montañas para cuidar de sus campos y sus huertos. El barrio no está vacío ni falta la vida en esas tierras, a pesar de lo que muchos puedan pensar. "Dan ganas de llorar con esta situación", asevera Elisabet Rivero, que vive en la zona junto a su marido y su hijo pequeño.

Las primeras casas se localizan pasados veinte minutos desde el inicio de la temida carretera. Carmelo Rodríguez, que heredó la finca de sus padres y que ha vivido toda su vida en esta montaña, cierra la puerta de su terreno cuando observa que un coche desconocido pasa por delante. Le han robado en varias ocasiones en los últimos dos años, pero admite que hace unas pocas semanas se sorprendió cuando comprobó que esta vez le habían roto las ventanas. "Están actuando con violencia", asevera la comunidad de vecinos. "Me robaron las cuatro sillas de montar que tenía", sostiene entristecido este vecino, que cuida de un caballo en la finca. También enumera otra serie de objetos como máquinas de fotografías, una barbacoa, herramientas, un compresor y un motor eléctrico.

"A nosotros no nos han robado nada aún, pero sí que nos han forzado las cerraduras y tenemos indicios que intentaron arrancar el motor que nos suministra de agua del pozo", asegura Rivero indignada. Efraín Martín (que no vive de forma permanente en el barrio, pero asiste con regularidad) asegura que "me lo han quitado casi todo; ropa, radios, electrodomésticos varios como el microondas e incluso varias neveras", sostiene indignado y admite que "ya no tengo mucha ilusión por subir, porque cada vez que abro mi casa me encuentro con que me han saqueado".

"Nuestra familia posee un terreno y una vivienda en este barrio desde hace 15 años y es verdad que en ocasiones puntuales hemos notado que han forzado para entrar y se han llevado alguna cosa, pero lo que está sucediendo en estas últimas semanas es increíble", expresa Ana que, junto con su hermano Robert y su padre, acude los fines de semana a la casa del campo. La vecina ha denunciado ante la Policía Nacional esta situación. El informe que redactó para el cuerpo de seguridad tiene una extensión de tres páginas. "Algunos agente subieron hasta el barrio para tomar parte de lo que había sucedido e incluso tomaron las huellas dactilares en las zonas donde había desaparecido mobiliario", explica la vecina, que concluye en que "nunca se supo de donde salía el asaltante", explica. Ana no es la única vecina que ha presentado denuncia, aunque según Rivero no a todos se la han aceptado. "El algún caso le han dicho desde la comisaría que era un caso menor y no merecía la pena", explica sin salir de su asombro.

Por otro lado, su marido asegura que esta serie de actos se están produciendo no sólo en su barrio sino en otras zonas del municipio como Rosiana, La Pasadilla, El Toscal, El Moreno o Guililla. "Está pasando algo y debemos llegar a un control pronto, porque sino la vida aquí realmente se hará insostenible".

Asimismo, muchos de los residentes rechazan que el culpable pueda tratarse de alguien conocido. "Vivimos aquí las mismas personas desde hace más de diez años, sería muy raro que alguien hiciera algo así de repente", explican. Por otro lado, sospechan que se trata de más de un individuo y que actúan con un gran vehículo. "Parece que van bien preparados, para poder llevarse toda la cantidad de objetos que nos quitan", explican.

Aunque la situación es desoladora, los residentes aseveran que no quieren rendirse. La falta de electricidad, de agua y de accesos decentes son preocupaciones que han tenido toda la vida, pero por lo que aún continuan luchando. Los robos no harán más que sumarse a la larga lista de motivos por los que reivindicar sus derechos. "Desde el barrio puede verse en muchas ocasiones el aeropuerto, pensar que estamos en un mundo tan globalizado y que todavía hay zonas de la Isla en la que los vecinos carecen de agua y de luz es impresionante", sostiene Ana indignada.

Fue miembro de la asociación de vecinos del barrio y ha seguido de cerca la problemática que ha supuesto la instalación de la luz y el adecentamiento de la carretera. "El Cabildo redactó dos proyectos para mejorar la vía, que es por la única por la que accedemos los vecinos de aquí; nunca llegaron a realizarse, así como tampoco la instalación de la luz que se paralizó por un problema con un vecino", explica la residente.

"Nosotros no somos de rendirnos", declara con contundencia Rivero, que se está dedicando durante estos días a recoger las denuncias de sus vecinos para presentar una queja ante el Diputado del Común. "Necesitamos tener una vida digna, llevamos muchos años esperando el arreglo de la carretera y la instalación de la luz", sostiene como representación de la opinión de todos sus vecinos, que al analizar su situación sienten que viven en un mundo sin avances. "En una ocasión acudí al Defensor del Pueblo en Madrid, expuse que carecíamos de servicios y que necesitábamos ayuda: no atendieron nuestro caso, pero no vamos a dejar de luchar", sostiene con ímpetu.

"No invierten en el campo", asevera Ana con seriedad. "Las instituciones no invierten en las zonas rurales, para que los vecinos se sientan cómodos y puedan seguir labrando la tierra: la realidad es que como casos como el nuestro lo que se produce es una fuga a la ciudades y se pierde el cuidado de nuestras zonas agrícolas.

Ana, junto a su familia, compró su finca hace más de diez años. "Mi padre fue agricultor y ya de mayor necesitaba volver a sentirse ligado al campo; cuando descubrimos este pequeño enclave nos enamoramos profundamente de su paisaje y decidimos comprar la finca, que según me han contado los vecinos de la zona es muy antigua y sirvió durante muchísimas generaciones como fuente de alimentación para las familias de Telde", rememora ilusiona, y sostiene, como muchas otras familias, que "hay que apoyar al sector primario y a los enclaves donde se sitúan las personas que se dedican a él".