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Un homenaje con acento prusiano

Elena Richau es reconocida por su labor vecinal en el barrio de La Garita l Su padre, procedente de Prusia, llegó a las Islas tras luchar en la Gran Guerra

Elena Richau, vecina de La Garita, junto a la estatua de las nadadoras en la playa del barrio. quique curbelo

El apellido de Elena Richau no es común y basándose solo en este pocos pensarían que pudiera ser vecina del barrio de La Garita desde hace más de cuarenta años. Su aspecto, compuesto por una piel rosada, pelo fino rubio y ojos de un azul intenso, mezclado con el exotismo de su nombre suscitan las sospechas de que su origen es extranjero. Y no es del todo verdad, pero tampoco es del todo incierto.

No es la peculiar historia que tienen sus antepasados la que ha provocado que la asociación de vecinos La Sal haya decidido reconocer su labor vecinal en las fiestas del barrio durante un acto que tendrá lugar esta noche en la plaza. Sin embargo, las circunstancias y decisiones que ocuparon su pasado desembocaron sin quererlo en la llegada de la señora al barrio costero de Telde casi en el momento de su desarrollo. Y ese pasado goza de multitud de anécdotas relacionadas con la industria cervecera, la Gran Guerra, el amor y la supervivencia.

Un hombre de más de dos metros y unos 130 kilos aparece en la escena canaria directamente desde Prusia. Su bigote y su pelo provocan la confusión en los habitantes de la isla de Tenerife (donde se asentó en primera instancia para ejercer como químico cervecero) por parecerse a los del dictador alemán, Adolf Hitler. "Mi padre no tenía nada que ver con eso", adelanta la hija, entre sonrojada y divertida por la anécdota.

Rodolfo Richau se trasladó a Canarias (sin saber hablar el español) unos años después de concluir la Primera Guerra Mundial, en la que estuvo obligado a luchar, para dedicarse a la industria de la cerveza. Junto a su esposa, una mujer de origen prusiano, acabó mudándose a Gran Canaria para continuar su trabajo en la empresa Tropical. Tras enviudar, conoció a una muchacha que vivía justo en frente suya en una casa de la calle Perdomo: la madre de Elena, o Lili, como la conocen ahora todos.

"En la capital lo conocía muchísima gente e incluso le tenían como uno de los mejores trabajadores de las industrias de cerveza; siendo ya mayor, con casi ochenta años y sin pierna porque tuvieron que operarle, le llamaron para que continuase trabajando en la fábrica de Tropical con una silla de ruedas", cuenta con una sonrisa.

Y aunque parezca que nada tiene que ver su historia con la mudanza de su hija a La Garita, en el fondo algo de influencia tuvo. "Mi padre, que abrió un bar en La Laja (donde vivíamos desde que yo tenía cinco años), le dijo al panadero que nos traía el pan junto a su hijo pequeñito, que este le gustaba para mí", cuenta emocionada.

Ese niño de la historia, Andrés Ruano, se convirtió en el marido de Elena unos años más tarde y su familia el enlace perfecto de los Richau con la costa teldense. "Domingo, el padre de mi marido, me contó esta anécdota cuando lo conocí: mi padre ya había fallecido por entonces", expresa apenada.

Noviazgo en la playa

Durante su noviazgo, Richau conoció la playa de La Garita y acabó profundamente enamorada de su barrio. "Hay un magnetismo en esta cala, que a pesar del viento y la marea acaba uno atraído completamente", sostiene con un brillo en los ojos y lo que, admite, eran visitas puntuales o estivales al barrio costero de Telde se convirtió en la mudanza de su vida. "Han habido muchas idas y venidas durante estos años e incluso llegué a vivir durante 11 años en el barrio de La Herradura, pero yo allí arriba me estaba enfermando", asegura la mujer, detallando que empezó a sentirse mal de los pulmones y tuvieron que regresar a la playa.

El matrimonio, que tiene cuatro hijos, ha sido partícipe de forma activa en el desarrollo del barrio durante estas últimas décadas. "Hace años todos los vecinos conformábamos una familia, las fiestas eran algo cercano y por las que todo el mundo ofrecía su granito de arena particular", asevera Richau, que opina que "esto se pierde cada vez más". Por otra parte, agradece a Julia Martel, presidenta de la asociación de vecinos, su labor para "mantener las fiestas".

Richau recuerda las verbenas al solajero, las comidas vecinales en las plazas del pueblo, las escalas hi-fi que se organizaban en la plaza con la intención de recaudar dinero para construir la iglesia. Tantos años de participación han hecho mella y ahora es Richau la que será reconocida junto a otros dos vecinos en la plaza principal de La Garita. Su sobrino, Juan Antonio García Ruano, será el encargado de presentarla durante el acto en homenaje a los vecinos y sacar a relucir su increíble historia.

La vecina, que este año cumplió los 70 años, echa la vista atrás y recuerda a su padre. "Nunca llegué a visitar su tierra natal porque mi padre, que me tuvo con 60 años, ya era muy mayor y no podía viajar; si no fuera así nos hubiéramos vuelto a su pueblo y no hubiera conocido a mi marido ni habría tenido mi vida en este barrio", asevera, aunque admite que conocer el lugar donde se crió su progenitor es una de las tareas todavía pendientes. "No quiero morirme sin viajar hasta allí", asegura entusiasta, pues no conoció de su vida en Alemania más que a una hermana que viajó hasta las Islas para reencontrarse con su hermano. "También su historia es increíble, pues estuvo con su marido en un campo de concentración; allí mataron a su hijo, que tuvo que enterrar con sus propias manos", cuenta.

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