"Me temblaba el cuerpo entero", sostiene emocionado Fernando González, uno de los seis portadores que cada 12 de septiembre suben las escaleras colocadas previamente en el altar para bajar la imagen del Cristo de Telde hasta sus fieles, al recordar la primera vez que ayudó a descolocar la talla de la hornacina superior. Para realizar un trabajo así, no hay que tener ningún miedo. "Me emociona muchísimo", sostiene el devoto conmovido, ya que recuerda a su padre, que actuó en su mismo papel durante 50 años.

Quizás el resto de fieles que asisten a este evento religioso no suben siete metros de altura para observar el rostro del hijo de Dios desde cerca, pero el fervor, la emoción y los temblores también se manifiestan a ras de suelo. "¡Qué viva el Cristo de Telde!", grita uno de los feligreses de forma aislada desde las banquetas. "¡Qué viva!", le siguen todos sin perder de vista la talla, que se tambalea durante los primeros segundos de libertad que tiene al salir de la hornacina superior, como si la emoción también le embargase por ver a todos su devotos.

Si Juan María Mena, párroco que pregonó el pasado martes las fiestas del Cristo, describió con palabras el sentimiento que emana de esta figura religiosa; ayer por la noche, los fieles que asistieron a la Basílica de San Juan (cuyas puertas, ventanas y su techo están siendo rehabilitadas estos días con dinero de los fieles) para ver la Bajada de la imagen consiguieron materializar con sus lágrimas y sus gestos de emoción el significado de lo que es esta estampa para la comunidad cristiana.

Un total de siete ramos de crisantemos rojos y margaritas (siguiendo los colores del manto habitual de Jesucristo) adornaron el altar donde el párroco Luis María Guerra, titular de la Iglesia de San Juan en Las Palmas de Gran Canaria, ofició la misa -que comenzó a las 19.30 horas-. En su homilía, que duró alrededor de 45 minutos, profirió unas palabras sobre el significado de la sangre y el agua en el contexto cristiano, así como el vino y el vinagre. "El primero representa el amor; Jesús convierte el agua en vino para los hombres, profesándoles su amor; sin embargo, en el momento de su crucifixión los hombres le ofrecen vinagre cuando tiene sed y el vinagre no es más que la corrupción del vino, el odio del mundo", expresó durante su discurso. Durante esta hora, aunque las banquetas de la Basílica no vislumbraban ni un hueco libre, parecía que el número de feligreses había disminuido considerablemente con respecto a años anteriores.

Sin embargo, al final de la misa, pasadas las ocho y media, si uno levantaba la cabeza y miraba hacia el fondo solo se alcanzaba a ver un manto de personas expectantes. Una vez se realizó con éxito la Bajada del Cristo, la multitud se acercó hasta el trono móvil, donde los portadores y algunos voluntarios (así como los sacerdotes presentes durante el acto)procedieron a situarlo en posición horizontal. Protegido por una vitrina, el Cristo solo pudo ser tocado a través de una pequeña ventanita que daba hacia sus pies.

"Es algo muy frágil, que hay que tratar con mucho cuidado, sobre todo a la hora de sacarlo de la hornacilla para que no se rompa", añade con una sonrisa Fernando González, que hace pocos años que actua como portador. "Me recordaba mucho a mi padre y me daba sentimiento", admite. Su tarea, que se ha mantenido a lo largo de los años y generación por generación, es complicada y no sólo precisa fuerza y coordinación: también la emoción es importante.

"Es muy importante para mí", asegura, un sentimiento que comparte con todos los fieles que siguen al Cristo de Telde, que saldrá mañana en procesión por las calles del barrio de San Juan. La Subida, que cierra el programa de estas fiestas religiosas, se realizará el próximo domingo -22 de septiembre.