Dos de la madrugada. El panorama en la calle Andrés Manjón es desolador. Decenas de personas, en pijama y zapatillas de andar por casa, observan desde el asfalto de la vía como un fuego descontrolado originado en una las viviendas estalla amenazante por la ventana que da a la calle. Lo peor no es contemplar con impotencia el espectáculo horroroso, sino desconocer si los residentes de la casa continúan aún dentro.

Así se presentó la noche del pasado sábado en una de las principales vías del barrio de San Gregorio. El desenlace ya es conocido por todos, pero las peripecias por las que tuvieron que pasar los agentes de seguridad que participaron en el suceso podrían incluirse en el guión de una película de acción producida por Hollywood. Un señor atrapado entre llamas, una mujer desesperada y decenas de espectadores esperando un milagro.

"Mis zapatos se derritieron al entrar en la casa", sostiene el agente Santana, que actúa en la unidad judicial de la Policía Nacional y que, al ejercer sus funciones vestido de paisano, se encontraba sin la uniformidad adecuada en el momento en que se desarrollaron los hechos. "No dudé en involucrarme; fue una situación compleja, admite aún abrumado al rememorar el episodio. Coinciden en la dificultad de la tarea el agente del Rosario, de la Unidad Nocturna de la Policía Local de Telde, y el oficial Álvarez, de la Nacional, que también participaron.

Un humo denso; picajoso; asfixiante y aislante se extendía con rapidez por toda la vivienda, situada en el segundo piso de un edificio de alquiler, en la que vivían dos personas mayores (un hombre y una mujer, hermanos). "Mi patrulla llegó en primer lugar porque estábamos por la zona realizando tareas de vigilancia; cuando analizamos la situación nos dimos cuenta que era muy compleja, pero la señora de la casa estaba en la puerta desesperada esperando que saliese su hermano y supimos que teníamos que actuar", sostuvo el oficial Álvarez, que fue el primero en introducirse en el inmueble.

"Me centré en localizar al individuo, pero era muy complicado; había fuego por todas partes, el humo me impedía respirar y me intoxiqué", asevera. La operación apenas duró veinte minutos, "pero nosotros lo sentimos como horas", aseveran aún sorprendidos. Una vez llegaron al lugar el resto de patrullas policiales, la actuación pudo planearse con más precisión. Los agentes Santana y del Rosario solicitaron agua los vecinos colindantes de este piso para poder empaparse de la cabeza a los pies, con el fin de salvaguardarse del fuego. "Reptamos por el suelo porque era la única manera de poder respirar un poco, lo pasamos bastante mal", asevera Santana, que recuerda que "a pesar de que veíamos nada, nos lanzamos miradas cómplices porque era muy extremo lo que estábamos viviendo y eso es bastante curioso".

Por otro lado, del Rosario recuerda ver cómo una de las lámparas del inmueble se derretía en unos segundo y los restos se cayeron en su nuca y las lenguas de fuego explosionaban a poca distancia de sus cabezas.

"Eso fue impresionante", expresan con respeto. A gatas por un suelo lleno de cristalera, escombros y con temperaturas inaguantables. Los agentes avanzaron uno detrás de otro, sujetándose por el bajo de los pantalones con el fin de estar preparados en el caso de que el primero pudiera desmayarse. Finalmente alcanzaron al residente, que se encontraba echo un ovillo y casi inconsciente. "Lo llevamos en volandas hasta la calle, donde ya estuvo a salvo", cuentan con orgullo.

"Los agentes de seguridad tienen la obligación de analizar la situación y la gravedad de la circunstancia, pero no la de arriesgar su propia vida; sin embargo, ninguno de nosotros lo pensamos", asevera impasible por otro lado el oficial, que sostiene que la profesión conlleva este tipo de riesgos y queda en manos de uno decidir cómo actuar. "Había una persona que necesitaba nuestra ayuda, no necesitamos más razones", concluyen satisfechos.