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Gonzalo Acosta RodríguezLa Provincia

Opinión

Al inolvidable pediatra don Gonzalo Acosta Rodríguez

Suele suceder que, sin dejar de pensar en tus seres queridos, como hijo se tienen menos preocupaciones; sobre todo si se tiene unos padres tan buenos como los que yo tuve. Sin embargo, la cosa cambia desde que uno experimenta la paternidad. De manera que te olvidas definitivamente de ti mismo y focalizas la mayoría de tus esfuerzos en tus hijos. También, por supuesto, en tu mujer. Y es que te das cuenta de que en ese momento la vida tiene pleno sentido.

Nuestra existencia, sin duda, cambia con los hijos. Pasan a ser el eje en torno a lo que todo gira. De modo que lo bueno nos llena de profundo orgullo, pero lo malo nos puede llevar al fondo del abismo. Y no me refiero a sus errores, porque tienen que aprender, y equivocarse para luego levantarse, es hasta necesario. Por malo hablo de la enfermedad, de la pérdida de salud. De verlos tan débiles que quieras cambiarte por ellos. Es en esos momentos en los que necesitas un salvavidas, una voz cálida, una palabra sabia y tranquilizadora. Una sonrisa envuelta en explicaciones y consejos. Era el momento de nuestro pediatra: don Gonzalo Acosta.

Primer médico especializado que tuvo Telde, luchó decididamente contra la poliomielitis. Además, podría destacar numerosas aportaciones de nuestro querido pediatra y amigo. Sin embargo, es en su afabilidad, atención y delicadeza en lo que me quiero detener. Algunos lo llaman inteligencia emocional, yo lo defino como la cualidad de tener un corazón que no le cabía. Ni horarios, ni días, ni distancia. Para don Gonzalo no hacía falta más que una llamada para estar dispuesto a atenderte. Ni que decir tiene que para alguien que vivía en Londres, con sus pros y sus contras, resultaba casi impensable un trato tan directo y desinteresado. De hecho, recuerdo que una vez, cenando con mi familia en el Paseo de Las Canteras, uno de mis hijos se sintió mal. Tanto que contactamos con nuestro pediatra. Y este no dudó ni un segundo en darnos su dirección, vivía en la zona, para verlo inmediatamente. Un ejemplo que se suma a muchos otros protagonizados por don Gonzalo y que he oído a lo largo de décadas, demostrando con hechos lo importante que fue para muchas familias. Tanto que lo consideramos parte de la nuestra y, a buen seguro, muchos otros lo sentirán como de la suya propia.

Hace unos días, al enterarme de su fallecimiento, me vino a la mente aquella noche por Las Canteras, su sonrisa, su manera de tranquilizarnos a mi mujer y a mí, el modo con el que calmaba a mis hijos y los aliviaba.

Descansa en paz, querido amigo. Gracias por lanzarnos tantos salvavidas, por muy complicadas que fueran las marejadas.

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