Agustín Cabrera León y Felisa Vega González, propietarios de la bodega Señorío de Cabrera, han colocado tres de los cuatro vinos que elaboran en Telde entre los mejores de España, según la nueva clasificación de la Guía Peñín.

El matrimonio está satisfecho por el respaldo a su trabajo y la respuesta de los clientes, pero ellos siguen con las uvas, las naranjas y el café, a lo suyo, en lo más profundo del barranco de García Ruiz, con el trajín de su pequeña bodega artesanal, que está situada a dos kilómetros del cráter de Bandama.

Allí, en espaldera, crecen las parras monte arriba, como enredadas en una ladera de casi 6.000 metros cuadrados. Al abrigo de esa pendiente imposible, hace Agustín Cabrera su vino artesanal, con una producción pequeña y familiar, que no tiene la intención de aumentar por muchos premios que le lluevan en el futuro. «Aquí luchamos por la calidad, no por la cantidad. Queremos que la gente disfrute de nuestros vinos y de la experiencia de visitar la bodega», asegura Cabrera.

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Bodega Señorío de Cabrera Andrés Cruz

Ese esfuerzo es el que ahora valora la Guía Peñín. La revista analiza los mejores vinos españoles desde hace tres décadas, con más de 11.500 catas por todo el territorio nacional. La Denominación de Origen de Gran Canaria logra en esta edición que 18 de sus vinos figuren entre los primeros, como los tres que produce Señorío de Cabrera: el blanco de 2019 y los tintos de 2020 y de 2021, con calificaciones que oscilan entre los 85 y los 89 puntos.

Se trata de la franja de los buenos vinos, sólo superada por los excelentes a partir de los 90 puntos, una barrera que sólo consiguen franquear en la Isla dos caldos: el Cruz 2020 Crianza Tinto (91 puntos) y Las Tirajanas Paraje San Mateo 2021 Roble Tinto (90 puntos).

Los 30 años de la prestigiosa revista española se corresponden, curiosamente, con el tiempo que Cabrera lleva afincado en el municipio. Su familia procede de Fuerteventura, isla en la que trabajó en la parte administrativa del sector turístico y, antes de comprar las tierras en Telde, echó raíces también en Agüimes, que es de donde procede Felisa, el alma culinaria, artística y creativa de Señorío de Cabrera.

De ladera de retamas a 1.200 parras

Cuenta Agustín, de 69 años, que no sabe de dónde le viene la «locura» de pisar la uva. La tierra la compró en el año 88, con la ilusión de tener «una casita en la que plantar algo». Era una ladera de retamas, con una pendiente bastante pronunciada, por lo que el esfuerzo para levantar la finca ha sido importante. Le ayudó el «frente de juventudes», como le gusta decir, un grupo de amigos que se reunía los sábados para trabajar la tierra, tomarse un pizco y comer carne de cabra. «Pon unas parritas y hacemos vino para nosotros», le dijeron los amigos al poco de empezar a currar. Así empezó su aventura.

Era vino de pata, con una «acidez» y un «sabor a vinagre» que echaba para atrás. Primero empezó con naranjos, porque son más fáciles de cultivar y se dan muy bien en ese barranco, pero los amigos fueron incitándole a que cambiara naranjas por uvas. Y eso hizo. De los 260 naranjeros del comienzo, le quedan ahora la mitad, y el resto lo ocupan 1.200 parras, cafetales, mangas, papayeros, aguacateros y alguna que otra platanera, por citar las variedades que están más a la vista y con las que nutre la cocina de Felisa.

Porque Señorío de Cabrera no sólo elabora vino, sino que promueve experiencias a turistas y visitantes, porque es la primera bodega de Gran Canaria en incorporarse a la ruta del vino y del comercio que promueve Acevin, la Asociación Española de Ciudades del Vino. Para ello fue crucial hacer a finales de los noventa la casa, que complementa la bodega con la cocina, los baños y las zonas de ocio que ahora está empezando a levantar en las laderas, con balcones emparrados en los que puedes sentarte a disfrutar de la naturaleza y comerte el enyesque preparado por Felisa.

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Bodega Señorío de Cabrera Andrés Cruz

Reserva de experiencias

Casi todo lo que ofrece la finca, menos el queso, se produce en Señorío de Cabrera: la fruta para hacer el vino y la mermelada, el pan, los licores de limoncello, los postres y hasta el café, que se da muy bien en esa zona, tanto o más como en Agaete, con la misma variedad arábica, sostiene Agustín. No venden paquetes como otras fincas porque es un trabajo de «esclavos», muy laborioso, pues hay que pelar la doble cáscara de las vainas a mano para luego secarlas, tostarlas y molerlas, un proceso de elaboración muy fatigoso. Por eso, igual que con la mermelada o las aceitunas, el café sólo está disponible para las reservas que vienen a comer y a pasar el día.

La experiencia completa, con comida incluida, cuesta 30 euros más los 15 euros de la botella de vino. A los fogones, Felisa, que lo mismo te prepara conejo con langostinos que albóndigas rellenas de «corazón canario», esto es, de chorizo de Teror o de morcilla en el caso de los pimientos. Es sólo una pincelada de los platos que suele haber en el menú. Antes hay que llamar, acordar la comida y reservar para el fin de semana.

Del vino, poco más hay que contar, porque está avalado por el enólogo Luis Delfín Molina, que ayudó a montar y profesionalizar esta pequeña bodega familiar hará unos 12 años. Atrás queda el «vinazo» que se hacía con los amigos o la pisada de la uva en la tanqueta con las mujeres de la familia. Ahora, todo se hace con la intención de lograr la mejor calidad. Por eso cultivan cuatro variedades: tintilla y listán negro, con 12 meses en barrica, y moscatel de Alejandría y malvasía volcánica, con seis meses en barricada.

Vino blanco en barricas

Lo de meter el vino blanco en barrica es una de las ideas por las que ha apostado Señorío de Cabrera, tras comprobar el sabor y los buenos resultados que consiguen algunas bodegas de Lanzarote, isla a la que acude siempre que puede a buscar inspiración.

El tinto de 2021 esperan sacarlo a la venta ahora. La novedad es que tendrán por primera vez una producción de 500 litros solo de tintilla, uva de más calidad pero menos productiva que listán negro, porque para lograr esos 500 litros hay que emplear más del doble de materia prima.

Eso más los 1.500 litros de blanco que fermentan en los bidones de acero, siempre protegidos del aire, máximo enemigo del vino en esa fase de la producción. En total, 10 barricas de roble francés y una de americano, con 225 litros cada una, que se llenarán a medida que corra el año y el vino madure en el tiempo. En total, 4.300 botellas.