Telde

Adiós a Manolo Moreno, cocinero y agricultor

Fallece el hombre que regentó el restaurante Playa Mar, ahora Los Corales, en Melenara, fue miembro de Cruz Roja Juventud y técnico de fincas agrícolas

Manolo Moreno, cocinero y agricultor.

Manolo Moreno, cocinero y agricultor. / LP/DLP

Luis Manuel Moreno Rodríguez fue un hombre de mucho carácter y firmeza que desde joven «despuntaba». Conocido como Manolo el cocinero entre los participantes en los campamentos de la Cruz Roja en los años 80 y 90, falleció el pasado día de Nochebuena de manera repentina a los 59 años de edad. Con tan solo 18 años abrió su primer restaurante en el paseo de la playa de Melenara y tras dedicarse más de de dos décadas a la hostelería decidió echar el freno y reinventarse como técnico agrícola, profesión que defendió hasta el final tanto en su propia finca de Tasarte como ayudando y trabajando para terceros. Su esposa Paqui Sarmiento, su hijo Liher, familiares, amigos y conocidos lamentan estos días su pérdida. El funeral será este miércoles a las 19.00 horas en la parroquia de El Calero (Telde).

Manolo provenía de una familia humilde. Su padre, de Gáldar, trabajó de guardián en la finca de los Sintes en Telde y su madre, de San Lorenzo, limpiaba en el aeropuerto; él y sus cuatro hermanos se trasladaron a vivir a Las Remudas tras el cierre de la citada explotación agrícola. «Con 14 años empezó a estudiar hostelería; se preguntó, ¿cuál es el oficio dentro de la profesión en la que más se gana? Y acabó en las cocinas», indica Sarmiento. «Le llegó a decir a su madre de niño que, si de él dependía, ella jamás volvería a pasar hambre», añade.

Era un histórico de los campamentos juveniles de Presa de Las Niñas y el pinar de Tamadaba

Ascendió a jefe de cocina con 16 años. Por ese entonces había formado una cuadrilla con varios compañeros para llevar celebraciones y eventos. «Tenía una gran capacidad intelectual», indica Sarmiento. Acabó en la hostelería por las circunstancias. Ya con 18 años montó su primer restaurante, el Playa Mar en el paseo de Melenara, actual Los Corales, especialista en comida casera. «Trabajaba a destajo», compaginaba en esos tempranos años los fogones con el bachillerato nocturno y con el cargo de director de Cruz Roja Juventud en Telde, organización con la que colaboraba, hasta tal punto que lo llamaban para ayudar en los peores accidentes de tráfico.

«Además echaba una mano a otros restauradores que estaban empezando y a las once de la noche salía en moto para el Círculo Mercantil, donde era jefe de sala y volvía de madrugada», resalta Sarmiento. En sus escasos ratos libres impartía formaciones en Cruz Roja y aprovechaba para estudiar su profesión «frustrada»: que no era otra que la medicina. 

«Al mismo tiempo que estudiaba el bachillerato nocturno encontraba tiempo para meterse en clases de primero de medicina, sin estar matriculado», resalta. «Se examinó una vez y le llamó un profesor para decir que no encontraba su expediente», indica. Y es que Manolo era una persona activa y dinámica. También arrendó un piscolabis en el paseo de la playa de Melenara, local que después pasaría a ser el actual Venecia, una de las referencias en la zona, al traspasarlo a los actuales propietarios. Además, tuvo otro restaurante en el Cruce de Melenara, el Adargoma. «Los coreanos hacían cola para comer el pescado que cocinaba», recuerda.

Manolo, auténtico amante de la naturaleza, en la Cumbre grancanaria.

Manolo, auténtico amante de la naturaleza, en la Cumbre grancanaria.

Campamento de fortuna

Durante años se encargó de la cocina de los campamentos de verano de Cruz Roja Juventud en Presa de las Niñas y Tamadaba, donde dejó una huella imborrable, construyó equipo e hizo amistades que le acompañarían toda su vida. En Presa de las Niñas se daba la circunstancia de que se trataba de campamentos de fortuna, donde las cocinas, las duchas, las letrinas y el resto de las infraestructuras se montaban y desmontaban en menos de un mes. El punto de luz más cercano estaba en Ayacata, a 13 kilómetros, donde Casa Melo les proporcionaba cobertura para los mantenedores de alimentos. O las lengüentudas servían el pan cada mañana. Su primera vez fue como ayudante. Era un chiquillo. El cocinero abandonó y él se hizo cargo. Desde entonces se convirtió en el hombre indispensable para comer y para repartir filosofía, apoyo y aliento bajo las estrellas del cielo de Gran Canaria. Era un humanista y logró trascender.

«Se movía con su coche y su moto y era un terremoto, la sangre le hervía», subraya Paqui Sarmiento. Fue en esos campamentos donde ambos se conocieron. «Tenía 15 años y él 21, era mi director en Telde y yo una monitora; para mí era el pesado de la moto, pero ya con 18 años empezamos a salir», resalta.

De origen humilde llegó a los fogones con 14 años y a los 18 montó su primer restaurante

En torno al año 2000 decidió poner un punto y a parte en su vida. Vendió los restaurantes y dejó la hostelería. Disfrutó de un año sabático en su finca, como buen apasionado de la naturaleza que era, hasta que un día descubrió que su esposa le había matriculado en un ciclo de formación profesional para técnico hortofrutícola. «Tenía una curiosidad innata», subraya.

«No recuerdo un día en el que durmiera más de cinco horas», apunta ella. «Decía que si se necesitaban 50.000 pesetas para pagar a los empleados por día, hasta que no entraban en caja no paraba, como si eso significaba cuatro días sin dormir», añade. Con 41 años cambió de profesión y comenzó un camino que ahora se ha visto truncado. Permaneció durante dos décadas al frente de su finca en Tasarte y también trabajó para distintas entidades. Actualmente asesoraba a once explotaciones agrícolas.

«Se llevaba a alumnos en prácticas de la escuela para trabajar en la finca», apunta. Era un maestro implicado que no se contentaba con cualquier cosa. Era muy exigente consigo mismo y totalmente entregado a los demás y generoso a más no poder. Cambió por completo de sector, «y eso que cocinaba muy bien», precisa Paqui Sarmiento. Piedra a piedra construyó muros y caminos de su parcela. Una explotación agrícola que hoy presume de sus 1.100 árboles entre mangos, aguacateros, naranjeros y limoneros. «También hacía muchos ensayos, con especies subtropicales y extrañas». Era amante de los animales -tenía cabras, gallinas, cerdos y perros- y estaba preparando un proyecto con la Cooperativa Agrícola del Norte que ahora ha quedado huérfano. «Seguía estudiando, investigando, era un culo muy inquieto», apunta Sarmiento, «y pensaba que el modelo turístico se iba a agotar y había que fortalecer el campo».