Desde la ciudad arzobispal…

Don Cesáreo Suárez Sánchez

Pedagogo y ciudadano ejemplar, fue faro y guía de los maestros y maestras que tuvo Telde en la primera mitad del siglo pasado

Mapa de Telde.

Mapa de Telde.

Telde, a través del tiempo, ha tenido cientos de enseñantes en todas las categorías de los estudios reglados. Hace un siglo, rompimos las severas reglas de la sociedad patriarcal enviando a un buen puñado de féminas a distintas universidades nacionales para obtener títulos tan preciados como las licenciaturas y, algún que otro doctorado en Filosofía y Letras o Farmacia. Todo ello no hubiese sido posible sin que un nutrido número de maestros y maestras no hubiesen trabajado denodadamente en sus escuelas.

No está de más, por tanto, hablar de quien fuera faro y guía de todos ellos: don Cesáreo Suárez Sánchez, pedagogo y ciudadano ejemplar. De padre agricultor, como antes lo habían sido su abuelo y bisabuelo. La madre tenía ciertas raíces francesas, que no pasarían desapercibidas en la formación de sus vástagos.

Cesáreo, uno de los cinco hermanos Suárez-Sánchez nació el 25 de febrero de 1890, día de San Cesáreo y, siguiendo la costumbre imperante en aquellos años le bautizaron con el nombre del Santo del día. Después de 69 años de una vida apasionante, murió en su casa de Los Llanos de San Gregorio el 31 de mayo de 1959.

Ahora, acompañémoslo en el devenir de sus días: como cualquier niño teldense de entonces aprendió a leer y a escribir, así como a tener cierta soltura con las cuatro reglas. A ciencia cierta no podríamos afirmar si sus conocimientos avanzaron en otras asignaturas.

Sí nos consta que recibió la Primera Comunión y la Confirmación de lo que se deduce que conocía a perfección la Doctrina Cristiana. Ya con 18 años su padre decide por él enviarlo a la Argentina, en donde ya vivía otro hijo ejerciendo de operario de banca. El porqué de la emigración del joven Cesáreo lo tenemos en evitar «que éste sirviera al Rey», ya que esto suponía varios años de pérdida en su vida laboral. Llegado a Buenos Aires y alojado junto a su hermano, rápidamente comienza la búsqueda de trabajo. Las circunstancias le llevan a ser explotado, debido en parte a su juventud e inexperiencia.

Según relató en repetidas ocasiones a sus alumnos, se salvó de aquellas tristes circunstancias gracias a la intervención de un viejo masón, que lo apadrinó y formó académicamente de manera tal que, al poco tiempo, pudo cambiar de oficio. Pasado unos años y ya regresado a Gran Canaria, se establece como no, en Telde e inaugura una escuela para niños de 5 a 16 años.

Era don Cesáreo todo un caballero en el recto y altruista proceder. Los padres de sus pupilos pagarían por la enseñanza de éstos en función de su estatus social y, si los recursos de aquellos eran escasos o nulos se les libraba de toda contribución. Desde las Calles Palmito y Juan Diego de La Fuente, ejerció su magisterio aplicándose en la enseñanza de las matemáticas, haciendo de esta ciencia el pilar básico del conocimiento de sus alumnos. Maravillaba verlos calculando, según el oficio de sus progenitores: el hijo del tendero de ultramarinos sumaba, restaba, multiplicaba y dividía por kilos y el del comerciante de tejidos por metros… y así sucesivamente.

Como broche final esta anécdota: doce de sus alumnos tenían que realizar el examen de ingreso al Colegio Corazón de María (Claretianos) de Las Palmas de Gran Canaria. En el patio, 60 jovenzuelos de toda la Isla, el sacerdote director del centro espeta a bocajarro ¡Los alumnos de don Cesáreo no tienen que hacer examen alguno, quedan admitidos! Esa era la fama, bien aquilatada de este genio de la docencia.