Desde la ciudad arzobispal

José Luis González Ruano

Te recuerdo ilusionado cuando llegaste una mañana a la Casa-Museo León y Castillo de Telde, nervioso y portando en tu mano derecha un ejemplar de tu primer libro: Ulises y la Garita Azul, en donde un recién estrenado padre le enseñaba a su hijo a amar la naturaleza en todas sus formas

Parece que fue ayer y ya se han ido acumulando los días, los meses, los años… Desde aquel aciago día en que la naturaleza humana te falló y la Divina te cobró para pasar toda una Eternidad junto a Él. Al evocar tu nombre y apellidos siento golpear en mi mente los sonoros vocablos, que a imitación de las olas contra los acantilados de La Garita truenan, una y otra vez, reclamando más espacio y más vida.

El niño que meció sus primeros tiempos junto a los guijarros del litoral de San Cristóbal y que puntualmente a la cita acudía, cuando los olores de la panadería de su abuelo lo embriagaban sobremanera, aprendió a amar la Vida, así con mayúsculas. Las islas de todas las latitudes y formas fueron tu obsesión. Sus habitantes, humanos o no, tu dedicación plena.

Muchas veces, querido y admirado amigo, me dijiste ¡Yo no soy simplemente un ecologista más, con todos mis respetos a los que militan en el Ecologismo! Yo me siento más un naturalista pleno, y si lo prefieres, quítale lo de pleno y déjalo en simplemente naturalista.

Estudiaste la Licenciatura en Ciencias Económicas y fuiste un gran profesional en la gestión y administración de empresas, asesorando a éstas desde la coherencia ideológica y la honestidad más radical y extrema.

Pasados los años quisiste completar tu extensa cultura con otra licenciatura, esta vez en Antropología y así lo hiciste.

Te recuerdo en las tertulias poliédricas, en tu casa de El Puerto de La Madera. Allí, con una buena copa de Albariño o Viña Frontera, cuando no con malvasía conejero, dábamos cumplida cuenta de un exquisito plato de jamón ibérico o una suculenta tortilla española. Siempre éramos cuatro, tú reías mi ocurrencia de compararnos con las patas de una mesa cuadrangular. José Espiño Meilán y nosotros oíamos embelesados la ponencia de nuestro invitado para después acribillarlo a preguntas. Querido José Luis, te veo escribiendo a la zurda, todo aquello que allí se comentaba y, como si de un cuaderno de Pitágoras se tratara, atesorabas las más diversas ideas y opiniones. Me pregunto ¿algún día veremos publicado ese evangelio (Buena Nueva) según José Luis González Ruano?¡Ojalá!

¡La isla, siempre la isla! desde el punto de vista geográfico, botánico, geológico, literario, histórico, antropológico, folclórico… y así, tertulia tras tertulia, indagando en el porqué de estas balsas oceánicas y de las gentes que las habitamos, no olvidándonos de esos nidos cargados de vida que son los mares y los océanos que nos circundan.

Echando la vista atrás, te recuerdo ilusionado cuando llegaste una mañana a la Casa-Museo León y Castillo de Telde, nervioso y portando en tu mano derecha un ejemplar de tu primer libro: Ulises y la Garita Azul, en donde un recién estrenado padre le enseñaba a su hijo a amar la naturaleza en todas sus formas.

Así fuiste tú para todos: maestro, guía, amigo entrañable y sobre todo ejemplo vivo de coherencia ideológica. Seres como tú fueron creados a manera de faros incandescentes y atemporales para evitar el descalabro de la Humanidad.