Telde
Doña Dolores Álvarez, la alcaldesa de Las Salinetas
Dolores era una mujer medianamente alta, de compostura erguida, con caminar decidido, cabeza altiva y mirada elocuente. Su aparente seriedad, que de lejos era imponente, de cerca se trocaba toda ella en dulzura y familiaridad…

Playa de Salinetas / LP/DLP
Antonio María González Padrón
Termina nuestro largo verano, aquel que tradicionalmente comienza con el saludo de los primeros días de junio y se prolonga por algo más de cinco meses. Tradicionalmente las costas de Telde habitadas en el invierno sólo por pescadores y sus familias, veían aumentar su número de moradores en los meses de estío. Los primeros llegaban después del Corpus, entre San Antonio de Padua (13 de junio) y San Juan Bautista (24 del mismo mes), y había quien se esperaba al día 29, festividad de San Pedro y San Pablo.
Doña Dolores Álvarez Jiménez (Telde, 1921-Las Palmas de Gran Canaria, 2009) era una de las asiduas de la Playa de Las Salinetas, como antes de ella lo habían sido su madre, sus tías (popularmente conocidas por las Niñas Jiménez) y sus abuelos. Una de las edificaciones más antiguas y señeras de esta playa, hacía las veces de hogar para todos ellos. Algo más tarde, a principio de la década de los sesenta, nuestra biografiada adquirió junto a su marido don Sergio Ramos, un solar tras el antiguo camino, hoy avenida, y ahí levantó una magnífica casa de dos plantas para regocijo de toda su familia y de los vecinos, que tuvimos la suerte de convivir en divertida y entrañable fraternidad.
A Dolores, pido permiso para suprimir a partir de ahora el doña, que lo tendrá por siempre, se le conoce con el honroso calificativo de La Alcaldesa de Las Salinetas, pues pocas personas han amado y trabajado tanto por el bienestar de sus convecinos como ella. A partir de esta introducción ofreceré una sesgada lista de logros obtenidos para la comunidad, gracias al empeño, dedicación y trabajo altruista que ella ejerció por espacio de más de medio siglo.
Mis recuerdos, son nuestras vivencias. Yo tengo la suerte de escribirlas y todos los salineteros hemos tenido el privilegio de ser testigos de lo ocurrido. Echo la vista atrás y me veo, los veo con siete u ocho años, ufanos porque ya estábamos en la playa, pero no en cualquier playa, sino en nuestra playa: Las Salinetas. Llegaba Artemio Alonso y Dolores Álvarez, y daban el pistoletazo inaugurando una nueva temporada. Chicos y grandes, gradualmente íbamos desgranando el rosario de los días y meses, más o menos tórridos para mantener cuerpo y mente ocupadas…
Dolores empezaba su labor preferida, la de una verdadera animadora socio-cultural, ideando y ejecutando todo tipo de concursos de juegos playeros, infantiles los unos y juveniles los otros. Desde volcanes de arena con fuego en sus entrañas y bocanadas de humo hacia el exterior, hasta imaginarios castillos de los más variados tamaños y formas. Con un poco de picardía nos permitía hacer las famosas trampas, en donde caían algunos ilusos, para ello se hacía un hoyo de medio metro o más de profundidad, cubriéndolo con unos trozos de cañas y sobre éstos, papel y arena, disimulando así el hueco antes descrito. Después a esperar a que alguien cayera para comenzar las burlas y las risas, con el sonrojo propio del que había metido la pata, nunca mejor dicho.
Cuando el viento arreciaba, en el mes de julio, todos a hacer cometas, empeñados chicos y grandes en apañar trozos de tela para hacer el rabo, cañas indias para la estructura, papel de cebolla de los empleados para envolver los tomates de exportación, utilizando como engrudo o pegamento una pasta a base de harina y huevo batido. Traíamos de las tiendas de Melenara o comprábamos en el comercio de comestibles de Olegario Ramírez, en Las Clavellinas, el hilo de carrete, que según el dinero que tuviéramos ahorrado, así variaban los metros conseguidos. En las calmas chichas de finales de septiembre y principios de octubre, los concursos eran netamente marineros, haciendo barcos de latón o con simples ramas de palmera canaria. En la Charca o despidiéndolos desde el Muelle Grande nuestras artesanales naves parecían surcar los mares.
En otro ámbito de cosas, debemos enmarcar su obsesiva preocupación por la limpieza de la playa. En los primeros años de los sesenta, concentraba sus esfuerzos y los nuestros en abrir estrechas veredas entre tanto callao para permitir el baño a niños, jóvenes y adultos, porque Las Salinetas siempre fue una playa pedregosa, hasta el cambio de las corrientes marinas protagonizado por la construcción del muelle deportivo-pesquero de Taliarte, que permitió el arribo de rubias arenas, extraídas de los lechos marinos. De su limpieza anual no se libró nuestra mimada Charca, a la que le restábamos las piedras que las Mareas del Pino y otras de invierno le habían sumado.
Dolores era una mujer medianamente alta, de compostura erguida, con caminar decidido, cabeza altiva y mirada elocuente. Su aparente seriedad, que de lejos era imponente, de cerca se trocaba toda ella en dulzura y familiaridad… Parece que la estoy viendo tocada con su sombrero de fieltro negro, en donde una, dos o tres plumas hacían alusión a su afición por la caza (Recordemos sus trofeos como experta tiradora con escopeta, modalidad de tiro al plato, en la arena de Salinetas), y dos antenillas de verga o alambre, que al ser preguntada por ellas, contestaba socarronamente: Son para contactar con los extraterrestres. Seguido todo a sonora carcajada. El pito siempre con ella para marcar su autoridad. Campeona de natación femenina, iba y venía a las boyas con marea alta, a pesar de sus problemas cardíacos y más de 80 años. Había que verla, moverse como posesa en el baile, tras los papagüevos, con sus hermanas y primas.
Fue una de las primeras mujeres, si no la primera, en obtener carnet de conducir en la Provincia de Las Palmas.
Otras de sus muchas iniciativas fue el cine sobre la arena para recaudar fondos para la construcción de la nueva iglesia de Las Clavellinas...
Gracias a ella los hermanos González Brito, cada año, donaban el picón que hacía camino entre Las Clavellinas y Las Salinetas.
En fin, un ser muy especial y extremadamente generoso. Su saludos al Sol con la caracola o bucio no deja de sonar cada mañana en nuestra mente.
Antes de fallecer, llegó a un acuerdo con sus hermanas Rafaela y Juana Teresa, así como son su prima María Teresa: Llevar todas en la caja mortuoria un poco de arena de Las Salinetas, conchas marinas y, sobre todo, un bañador. Estaban convencidas en la Resurrección de la carne y ¡Qué mejor sitio que Las Salinetas para volver a la Vida, y si era Eterna, mejor! n
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