Telde

La república independiente del rastro de Jinámar: puestos ilegales, sin presencia policial y sin normas

Se estima que en el espacio donde se desarrolla la actividad hay 180 puestos más los agregados

La víspera de Reyes se incorporaron alrededor de 15 puesteros que llegaban desde Tenerife

El Rastro de Jinámar

Fotos: Andrés Cruz

El rastro de Jinámar se ha convertido en un auténtico desastre. Así lo definen algunos de los 180 puesteros que cada domingo ocupan un espacio para buscarse la vida a través de sus ventas. Lo que antes era un lugar admirado y reconocido, con el tiempo se ha ido convirtiendo en un lugar en el que la seguridad escasea y los problemas aumentan. Desde la pandemia por el coronavirus, ningún vendedor paga por instalarse en el lugar y algunos de ellos carecen de documentación y de permisos, al contrario que los que desde hace años se buscan la vida en este lugar con la normativa en regla. 

«No aplican las leyes, como la de bienestar animal, hay falta de organización y no hay presencia policial», señalan los vendedores al ser cuestionados por la problemática que existe en el rastro de Jinámar. En la víspera de Reyes, el mercadillo tuvo una duración de 24 horas en las que se desplazaron hasta el barrio alrededor de 50.000 personas, según datos de los ahí presentes, y llegaron aproximadamente 15 puesteros desde Tenerife solo para ofrecer a los clientes sus productos durante la última noche de Navidad. Una situación que en todo momento careció de organización y de seguridad. 

Medidas para actuar

La Policía Local de Telde da la razón a los puesteros del rastro cuando dicen que a estos cuerpos de seguridad «ni se les ve ni se les espera». Según explican, hasta que el Ayuntamiento no ponga una normativa y organice la situación, ellos no tienen nada que hacer. «La noche de Reyes acudimos al lugar y desmontamos varios puestos que eran ilegales, y desde que nos marchamos los volvieron a montar», asegura este agente. «Desde la administración hacen lo que les da la gana con este mercadillo y no tienen mano dura, pero desde que la zona se legalice nosotros podremos ir y hacer nuestro trabajo como es debido», comenta este Policía Local. 

Tal y como explican los vendedores, hay puesteros que tienen en mente hacer una reunión y hablar tanto con el alcalde de la ciudad como con los responsables del mercadillo qué es lo que pasa y cuál va a ser la situación a largo plazo, pero hasta el momento no se ha concretado nada. «El problema está en que en lugar de ponerse firmes desde un principio, han ido dejando pasar las cosas hasta llegar a este punto, en el que la situación es insostenible», indican frustrados. 

Otra de las problemáticas es la falta de limpieza en la zona. Además de la suciedad que se genera después de una jornada dominical marcada por el rastro, se une los trastos que los puesteros dejan junto al contenedor o en cualquier esquina. «Hay personas que ven que ciertas cosas no las han vendido desde hace tiempo y las dejan a un lado», explican los testigos. Por otro lado, están los ilegales que venden en mantas en el suelo lo que van encontrando a lo largo de la semana en los contenedores de basura, y lo que no logran vender, lo dejan donde pillan. 

Al finalizar la jornada cada domingo, una cuadrilla de la limpieza se desplaza hasta el lugar. Un coste que según datos de un trabajador del Ayuntamiento ascendía hasta hace unos años a los 17.500 euros mensuales. Por poner en contexto, solo en la noche de Reyes se retiraron 4.000 kilos de basura del perímetro que ocupa el mercadillo de Jinámar. 

Inseguridad

Los vecinos de los edificios más próximos a este espacio viven asustados por la inseguridad en la zona. Las peleas constantes entre puesteros cada fin de semana se han vuelto un ritual, en el que luchan para ver dónde se pone cada uno. «Yo vivo aquí al lado y llevo viniendo desde que era niño porque me viene de familia», explica uno de los puesteros afectados. «Esto ha cambiado de mal a peor, no hay necesidades básicas de ningún tipo, si se pierde un niño no hay ni megáfonos para informar a los padres y los baños dan pena» comenta. 

Según explican los vendedores del rastro de Jinámar, hasta hace unos años había un proyecto para reacondicionar el mercadillo y cubrir las necesidades, pero no saben qué pasó. «El tema de los gorrillas también nos preocupa», comenta un vendedor. «La gente viene asustada por ello, porque es imposible aparcar el coche sin que ellos estén detrás, o poder andar tranquilamente sin necesidad de que el corazón te lata más rápido», indica. 

Buena imagen al cliente

Aunque la realidad es que ya no se vende como hace unos años, muchos puesteros del rastro dependen de lo que logren despachar para poder vivir y llegar a final de mes, motivo por el que la seguridad es uno de los pilares fundamentales en este puzle sin resolver. «A pesar de todo intentamos dar un buen trato y una buena imagen de cara al cliente, porque somos conscientes de que estamos en la calle y les tenemos que tratar bien. Esto no es con nuestros visitantes, sino un pulso directo con el Ayuntamiento», sentencia uno de los vendedores. 

Con la presencia de puestos ilegales, sin normas y sin la figura de la policía a excepción de momentos puntuales, el rastro de Jinámar comienza a perder fuerza. «Ya no es cuestión de pagar o no por estar aquí, ni siquiera el vender animales, sino que se nos respete y nos ayuden a poder formar un futuro», señala un puestero, que ha visto cómo lo que antes era una fiesta dominical, ahora se ha convertido en un lugar marcado por la desolación que se podría denominar «la república independiente del rastro de Jinámar», donde las normas escasean. 

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