Desde la ciudad arzobispal… (LXX)

El virtuoso don José Mejías Peña

José Mejías Peña

José Mejías Peña / Archivo Teguise

En siglos pasados, era muy usual en España ingresar en los seminarios, con o sin vocación religiosa, por el mero hecho de adquirir una formación académica de primer orden. No todo aquel, que tocara en la puerta de uno de esos centros teológicos, iba a ser admitido como alumno del mismo, ni mucho menos. Los exámenes de ingreso eran realmente difíciles de superar por lo que, quienes pasaban esas pruebas iniciales eran como poco, alumnos aventajados de las escuelas y colegios, tanto capitalinos como de las ciudades, villas y pueblos de las Islas. Durante mucho tiempo, la única institución de esa índole se encontraba en Las Palmas de Gran Canaria, con fachada principal a la actual calle Dr. Chil, junto a la iglesia jesuítica de San Francisco de Borja, en pleno corazón de Vegueta y, a un tiro de piedra de nuestra magnífica Basílica Catedral gótica-neoclásica. La cercanía del Palacio Episcopal hacía que los prelados estuvieran al tanto de todo lo que ocurría en aquel lugar. Los profesores, en su totalidad clérigos, eran lo más florido de la intelectualidad, máxime tras las reformas efectuadas por los Obispos: Juan Bautista Cervera, O.F.M. (12 de junio de 1769-12 de mayo de 1777). Antonio Tavira Almazán, O.S.Iacobi (11 de abril de 1791-27 de junio de 1796). Manuel Verdugo y Albiturría (27 de junio de 1796-7 de julio de 1818). Los primeros peninsulares y el último natural de Gran Canaria. La Ilustración y su arma literaria, la Enciclopedia, llegó prontamente al Seminario de la Inmaculada Concepción laspalmeño. Medio siglo más tarde, se intenta corregir erráticas desviaciones, gracias a los consejos de San Antonio María Claret, siendo su mano ejecutora el Venerable Obispo Buenaventura Codina y Augerolas, C.M. (17 de diciembre de 1847-18 de noviembre de 1857).

Puestos en antecedentes pasemos a desgranar la más que interesante biografía de un teldense ilustre, que ése sí entró en el seminario movido por una pasional vocación sacerdotal. Sus anteriores biógrafos ya han hablado largamente de su predisposición a todo aquello que tenía que ver con los ritos litúrgicos, y como desde su más tierna infancia hizo notar esa inclinación para asombro de sus padres, hermanos y conocidos.

El reverendo don José Mejías Peña nació en el Barrio de Los Llanos de San Gregorio, Telde, 1881. Y falleció en 1972. Después de cumplimentar sus estudios eclesiásticos con excelentes notas académicas y las consabidas felicitaciones de sus profesores y del propio Rector del Seminario, recibió el presbiterado en 1905. A partir de esa fecha su trabajo incansable lo llevó a ocupar diferentes cargos en diversas parroquias de la Diócesis de Canarias, que pasamos a detallar, según investigación realizada por quien fuera vicario general de la diócesis do Juan Artiles Sánchez. Así el anteriormente mentado Artiles Sánchez nos reseña: La carrera sacerdotal de don José Mejías fue la siguiente: Coadjutor de Santa María de Guía (1905-07); Inspector del Seminario Diocesano (1907-09); Coadjutor de Nuestra Señora de Guadalupe en Teguise (1909); párroco de San Bartolomé de Lanzarote (1909-17), donde dejó un positivo recuerdo; regente de San Bernardo en Las Palmas de Gran Canaria (1917-22) y luego como ecónomo de la misma hasta su jubilación, ejerciendo también como defensor del Vínculo matrimonial a partir de 1956.

Este benemérito sacerdote falleció a los 91 años y fue un gigante por sus cualidades humanas y cristianas, debiendo destacarse su entrega, prudencia y su trato cordial y bondadoso.

Su vocación docente, dotada de valiosos y decisivos instrumentos pedagógicos, le hizo ser un más que meritorio y querido profesor de seminaristas. Pulcro en el vestir, excelente y amigable en el conversar, estricto dogmático y recto proceder en sus actividades sociales, gracias a su más que exquisita educación, lo hicieron un ejemplo a seguir y un espejo en donde recrearse.

Atendió también don José a la investigación histórica, como complemento necesario que completara sus ya profundos conocimientos sobre la Historia de la Diócesis Canariensis. Así, luchó encarnizadamente por mantener a salvo los archivos de la misma, que bien supo ordenar y catalogar con el fin de que los posteriores investigadores realizaran su trabajo con mayor comodidad. Fue el primero en hacer un estudio profundo y certero de las Sinodales de los Obispos don Diego de Muros (27 de junio de 1496-4 de abril de 1505) y don Fernando de Arce (20 de mayo de 1513-circa 1520).

Don José fue un trabajador incansable, celebrando misa a diario hasta su muerte acaecida cuando ya había cumplido los 91 años. La prensa local recogió ampliamente su óbito, destacando su más que notable, excelente personalidad. Tanto en su ciudad natal, como en las diferentes iglesias en las que pastoralmente trabajó, así como en la Santa Iglesia basílica Catedral de Canarias (Santa Ana) se llevaron a cabo Eucaristías para santificación de su alma inmortal. Bien estaría que éste ilustre sacerdote formara parte de la lista siempre inacabada de Hijos Predilectos de la Ciudad de Telde. La Diócesis y su ciudad natal, no pueden ni deben olvidar a quien inmoló su vida mortal en honor a Dios y a su Patria.

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