Desde la ciudad arzobispal… (LXXIII)
Don Miguel Alonso Jiménez, valedor de Gran Canaria

Imagen de la plaza de San Gregorio. / Cabildo de Gran Canaria
ANTONIO GONZÁLEZ PADRÓN
Nuestro biografiado, Miguel Alonso Jiménez, nació en el barrio comercial de Los Llanos de San Gregorio, en cuya plaza principal, entonces del mercado, poseían sus padres, don Maximino y doña Micaela, una hermosa y amplia vivienda unifamiliar de estilo modernista, en cuyo frontis principal y colateral derecho se abrían amplias y altas puertas y ventanas. En cuyo piso inferior, a nivel de calle, se encontraba el comercio y corresponsalía del Banco Bilbao, regidos ambos por su progenitor.
Don Maximino con gran esfuerzo y tesón se había hecho a sí mismo, creando una notable posición social, avalada por su inconmensurable prestigio de hombre de bien. El respeto a la palabra dada, se convertía en el mayor garante de sus negocios, entre ellos el de la exportación hortofrutícola, primero como intermediario y, algo más tarde, junto a alguno de sus hijos, como productor.
En otro orden de cosas debemos reseñar que a pesar de su austero carácter, fue tenido como hombre dialogante y respetuoso con todas las ideologías, tanto políticas como religiosas. Educando a sus hijos e hijas en los valores democráticos, haciendo hincapié en el de la concordia. Así, prohibió tácitamente que en la mesa de su comedor familiar y otras dependencias comunes de su casa se hablase, y mucho menos se discutiese de temas políticos y religiosos. Su célebre frase: ¡Que haya paz! Era una constante en sus círculos más allegados. Su prole estuvo formada por cinco hijos varones y cuatro hembras: Miguel (Presidente del Cabildo de Gran Canaria), Manuel (Exportador hortofrutícola), Francisco (Afamado periodista), Eusebio (Poeta y caricaturista), Domingo (Importador de prestigiosas firmas europeas de automóviles), María, Isabel, Nieves (Comerciante) y Rafaela (Gran valedora de las causas sociales).
Hablaremos un poco, mucho menos de lo que él merece, de Miguel, prometiendo escribir sobre del resto de sus hermanos, en entregas sucesivas.
Don Miguel Alonso Jiménez, vio la luz de su días en 1883, en plena Restauración Borbónica y unos quince años antes de la pérdida definitiva de Cuba, Puerto Rico, Las Filipinas y un sin número de islas antillanas y del Pacífico, en breves palabras: Todo lo que restaba del Imperio Español. Comentamos esto, que no es nada baladí, pues afectará a la boyante economía familiar, como fuera común a muchas familias burguesas de Canarias y del resto del Estado. Sin que ello supusiera un obstáculo insalvable, la familia Alonso Jiménez pone en producción varias de sus tierras de cultivo en la comarca teldense; entre ellas las colindantes al páramo costero de Gando, conocidas por la Finca de Los Moriscos. En ella encontrará Miguel la paz y el sosiego que su azarosa vida política le negaba constantemente.
En 1924 contrajo nupcias con doña Dolores Lorenzo Hernández, con la que tuvo seis hijos: Conrada, Marina, Olegaria, Acacia, Ofelia y Miguel.
Desde muy joven, después de haber recibido una importante educación académica, en la que se incluía los estudios del francés e inglés, marchó a Londres y otros puertos ingleses, en donde residiría con el fin de recibir los productos agrícolas de la firma Hermanos Alonso Jiménez.
Ya afirmaba su padre que el hogar familiar de Los Llanos de Telde era lo más parecido al Congreso de Los Diputados, porque en él estaban presentes todas las ideologías del marco parlamentario. Si había algo en común era el republicanismo y en algunos casos la militancia en el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux García (La Rambla, 4 de marzo de 1864-Madrid, 27 de junio de 1949). Así mismo, algún miembro de la familia militó en la Masonería y otros, aún no perteneciendo a ella, podríamos calificarlos de filomasones, ya que su ética se asemejaba mucho a la Gran Hermandad.
Podríamos hablar mucho y bien de la acción política de don Miguel. A su decidida actividad regeneradora de las obras publicas cabildicias, sobre todo lo concerniente a carreteras, debemos admirar su visión premonitoria de lo que iba a significar la aviación en el contexto general de las comunicaciones, especialmente para los archipiélagos y, muy especialmente para el Canario separado por centenares de millas marinas del resto del territorio nacional. Así, junto a su hermano Francisco (Pancho), quien utilizó, entre otros, el pseudónimo de El niño impertinente, defendió la ubicación del aeródromo de Gran Canaria, en Gando. Luchando contra aquellos que querían construirlo en el Istmo de Guanarteme o en los Altos de los actuales Schamann-Las Escaleritas. La empresa en defensa de Gando fue ardua, pues el centralismo laspalmeño, ejerció con toda fuerza e influencia para que no se hiciera realidad. Para ello, don Miguel contó con la muy estimable ayuda de un jovencísimo abogado grancanario, nos referimos al ilustre y, siempre recordado letrado y por décadas magnífico Director de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, don Diego Cambreleng Mesa, quien llevó a cabo la meritoria labor de compra de los terrenos en donde deberían ir la pista de aterrizaje, así como el edificio de la terminal de dicho aeropuerto. Una bellísima construcción del más puro racionalismo, que fue salvajemente derruida, no hace muchos lustros, contando con la más que vergonzosa complicidad del Ayuntamiento de Telde, Cabildo de Gran Canaria y Gobierno de Canarias.
Don Miguel Alonso Jiménez, murió en 1971. Llevaba apartado de la política, desde 1936. Dedicado a sus negocios y guardando un más que discreto silencio, dejó tras sí una meritoria hoja de servicios a la comunidad. Este teldense y grancanario de pro, defendió a su Isla sobre los más que mezquinos intereses de otras. Elevó a la Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria al estatus de verdadera capital archipelágica, trabajando incansablemente por la internacionalización del Puerto de La Luz, en la Bahía de Las Isletas, convirtiéndolo de hecho en el primer puerto frutero del Estado Español. A la vez que proyectó la expansión de la capital grancanaria hacia las partes altas de la misma. Favoreció enormemente la inversión extranjera y el arraigado establecimiento de las importantes colonias inglesa, alemana e hindú.
Su ciudad natal y la Isla toda le debe un monumento conmemorativo, en los espacios ajardinados previos a la entrada principal de las terminales del Aeropuerto Internacional de Gando-Gran Canaria. Por ahora, confesemos nuestra admiración y respeto a su imborrable memoria.
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