Desde la ciudad arzobispal… (LXXIV)

Ana Fernández Calva

Jesús Arencibia y el baptisterio de San Juan de Telde

Jesús Arencibia y el baptisterio de San Juan de Telde / La Provincia.

Corrían los últimos años del siglo XV y los del primer cuarto del siglo XVI, cuando la nueva ciudad castellana nacía de nuevo como tal (Con anterioridad a estas fechas, ya tuvo título de Ciudad y de Sede Episcopal, desde el 7 de noviembre de 1351. Y fue habitada por mallorquines, aragoneses y catalanes, hasta finales del siglo XIV). Sus habitantes eran oriundos de otros lares, los había castellanos viejos y nuevos, en su mayor parte procedentes de la baja Andalucía, ese triangulo mágico formado por las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz. Nacidos en Moguer, Palos de La Frontera, Rociana del Condado, Chiclana, Sanlúcar de Barrameda, Jerez de La Frontera, El Puerto de Santa María, Cádiz, Sevilla, Carmona y Écija, entre otras localidades.

También los había de las ahora provincias de Burgos, Palencia y Valladolid. A los que se les unían gallegos, portugueses, genoveses, malteses, algún que otro comerciante flamenco, irlandés e inglés. A todos ellos había que sumarle la población aborigen sobreviviente de las guerras de conquista, que duraron como es de todos conocido, casi un lustro. Los esclavos negros y berberiscos, arrancados del Continente Africano por razias e incursiones hechas a manos de los primeros colonizadores europeos de las Islas o en su defecto, por mercaderes esclavistas lusitanos, llegaron a formar el resto de la sociedad teldense de entonces, y en sus particulares caso, eran los grandes desposeídos de la misma.

En la cúspide de todas estas gentes, se encontraban los capitanes de la Real Hermandad de Caballeros de Andalucía (Pedro de Santiesteban, Ordoño Bermúdez, Juan Ingles, Bartolomé de Zorita o Zurita, Hernán y Cristóbal García del Castillo…) y sus familias poseedores, tras los repartos de datas de aguas y tierras, de las mejores propiedades urbanas y agrícolas. Y a este privilegiado grupo pertenecía nuestra biografiada, doña Ana Fernández Calva, quien se esposó, siendo aun joven doncella con el anteriormente mentado Bartolomé de Zurita.

Hija del también conquistador y posterior colonizador, Alonso de Zurita el Viejo y de Catalina Fernández, ésto le vino a garantizar una importantísima dote a la hora de matrimoniar. Al hacer, doña Ana, testamento en 1538 funda una notable capellanía, dotándola de unas rentas capaces de afrontar todos los gastos de la misma, entre ellas numerosísimas misas y la obligación, por parte del Beneficiado de la Parroquia o capellán de la misma, de hacer traer de Flandes un retablo de muy noble hechura, para adornar la capilla que su esposo y ella habían edificado en el templo parroquial de San Juan Bautista. El famoso retablo llamado de Los Apóstoles o de Los Mártires, era de estilo gótico.

Por el tamaño de los restos escultóricos, que quedan de él, nos atrevemos a afirmar que era de mucha mayor altura y anchura, que el igualmente célebre Retablo Gótico-Flamenco de Cristóbal García del Castillo, hoy ocupando la parte inferior central del gran retablo barroco del Altar Mayor, realizado éste a principios de la segunda mitad del siglo XVIII por el Maestro Nicolás Jacinto. El ya mentado retablo de San Bartolomé, pues así quedó consignado en varios documentos, poseía una hornacina central y en torno a ésta otras tantas que cobijaban en su interior Apóstoles y Mártires, bellamente dorados en sus ropajes y policromados en rostros y manos. La admiración de los mismos se puede realizar en la actual Iglesia Parroquial de San Miguel Arcángel, en Valsequillo de Gran Canaria.

Y llegados a este punto se preguntará el lector el porqué de su actual ubicación. Pues bien, se lo desvelaremos: Estuvo este retablo en nuestro templo en su capilla hasta finales del siglo pasado, habiendo sido retirado del templo, y desaparecido como por ensalmo las estatuillas, en tiempos del párroco don Juan Jiménez Quevedo. Éstas palabras de Hernández Benítez, esconden un triste episodio de nuestra Historia Local. Un sacerdote dueño de la Finca de Era de Mota, adquirió por muy pocas pesetas de entonces, las esculturas del este antiguo retablo, salvajemente arrancadas y separadas de su estructura arquitectónica. Después de este sacrílego atentado a nuestro Patrimonio, realizado por quien debía cuidarlo y mimarlo, fueron a formar parte del nuevo mobiliario de la ermita sita en aquella propiedad agrícola. Pasados muchos lustros e igual número de vicisitudes, hoy perfectamente restauradas por el Servicio de Patronio del Cabildo de Gran Canaria, lucen en todo su esplendor, en el templo valsequillense, más arriba mencionado.

Lo sucedido con éstas imágenes de indudable valor histórico-artístico es similar a la ligereza con que se obró, cuando a principios de los años setenta del pasado siglo XX, se permitió la salida de nuestra Basílica de la notabilísima escultura de alabastro, que representa al Mártir San Sebastián. Con la disculpa de que iba a ser expuesto temporalmente en una Muestra de Arte Sacro, en La Catedral de Santa Ana, se entregó sin consulta previa a la feligresía, al Sacerdote-Comisionado don Francisco Caballero Mujica. Y hoy, cincuenta y cinco años más tarde, no solo se niegan a devolverla, sino que en la cartela dispuesta a los pies de la Imagen, en el actual Museo Diocesano de Arte Sacro, en Las Palmas de Gran Canaria, nada se dice de su procedencia y propiedad; lo que supone una ofensa y escarnio continuado a todos los teldenses, máxime cuando por tres veces el Pleno de nuestro consistorio ha tomado el acuerdo de reclamar tan valiosa prenda, recibiendo nula contestación por parte del Obispado, último responsable de la situación actual de la escultura. Hemos hablado y seguiremos hablando en un futuro de por qué el San Sebastián pertenece a las gentes de Telde y no a la Parroquia Matriz como tal y, mucho menos al Obispado de Canarias.

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