La Provincia - Diario de Las Palmas

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Un arrebato primitivo

En un partido vistoso, de clase y estilo romántico, el Sevilla se llevó los tres puntos con una jugada simple: balón largo y prolongación

Ángel Montoro, centrocampista de la UD, esconde el balón a Samir Nasri, futbolista francés del Sevilla FC. JOSÉ CARLOS GUERRA

Dos toques. La jugada que decantó el duelo entre la UD Las Palmas y el Sevilla FC no pudo ser más simple, tan antigua casi como el propio fútbol, lejos de filosofías, planteamientos modernos y verbo enrevesado. Dos toques que hubieran firmado Javier Clemente, David Vidal o cualquiera de esos otros entrenadores que ya huelen a añejo, a fútbol de otra época.

Porque el plan fue tan simple como efectivo. Balón en largo desde la portería; prolongación del jugador más alto del equipo -Iborra, recién ingresado al terreno de juego- y finalización del hombre que llega desde atrás -Correa, otro que acababa de entrar desde el banquillo-. Todo con la colaboración de la defensa de la UD Las Palmas, confiada en que esas mañas, en un equipo que ama el balón como es el Sevilla de Jorge Sampaoli, esas cosas no se hacen, que no se mancilla el honor del esférico con un balonazo largo. Quizá fue ese elemento sorpresivo el que rompió un guión que en sus primeras páginas estaba escrito con un estilo más poético.

El gol, el único del partido, fue toda una paradoja de lo que se vio en el Estadio de Gran Canaria. Una jugada directa, sin apenas elaboración, determinó el devenir de un encuentro marcado por la personalidad de los contendientes, definida con claridad. Por un lado, la UD, vivaz, divertida, melosa y entregada al balón; por el otro, el Sevilla que, en esa transición del practicismo de Emery al rock and roll de Sampaoli, vive de lo aprendido en estos años -como se vio en el gol, o con las galopadas por la banda de Vitolo- y de las nuevas notas de un técnico que quiere ver al balón correr más que al jugador.

Hasta entonces, hasta ese momento en el que un chispazo dinamitó el marcador, UD Las Palmas y Sevilla demostraron que un empate a cero puede llegar a ser divertido. El reparto de bofetones entre ambos se saldó con un intercambio de oportunidades interesante, en una pugna marcada por el virtuosismo de sus hombres, malabaristas del balón. De rojo, en un lado del campo, Nasri, Vitolo y Ben Yedder; al otro, de amarillo y por primera vez en la temporada: Jesé Rodríguez, Alen Halilovic y Kevin Prince Boateng. Todo bañado con la visión de Jonathan Viera y Roque Mesa por detrás. Mucho talento en el césped.

En esa vuelta de tuerca que debe hacer Setién a su pizarra para dar cabida a lo que ha llegado en invierno, hay un elemento que se ha consolidado, como es Ángel Montoro como pivote. Un ancla que permite a Roque Mesa tener más libertad y que en el equipo se cubra bien la amplitud del centro del campo. Todo ideado con el afán de que sus mejores artistas, los de pincel más fino, encontraran un escenario propicio para brillar y volverse determinantes en la portería de Sergio Rico.

Ese tridente Jesé, Halilovic y Prince se comportó a rachas. Que les falta entendimiento es evidente y casi hasta normal -no llevan ni dos semanas juntos-, pero deja motivos esperanzadores para los intereses amarillos. El primero está implicado. No atina con eso del gol, pero se nota su entrega. Defiende, baja, corre, presiona. Lo del regate no se pierde. Apenas mejore su físico y se ponga a punto irá a más.

Halilovic entra y sale. Tuvo picos de rendimiento notables en el partido y otros de vaivenes también sostenidos. Una curva bañada con un talento innato. Porque el croata derrocha clase con 20 años. Ahora le queda encauzar esa clase para el bien del equipo. Un trabajo que no es solo suyo: Setién tiene la llave.

Mientras, Prince Boateng sigue altruista, con trabajo sucio en el frente del ataque. Desmarques, presión y un abanico de recursos que le hacen convertirse en un delantero centro eficaz para darle continuidad al juego amarillo.

Un trío que solo era la cúpula de un sistema que, por fases, maniató al Sevilla. La posesión -una estadística, tan reveladora como inútil en ocasiones a efectos de puntuación-, acabó del lado de la UD (55.9% por el 44.1% del conjunto andaluz).

El trío del banquillo

Pero el trío que resultó definitivo fue otro, el que salió del banquillo sevillista tras un arrebato de Jorge Samapoli. El entrenador argentino hizo su apuesta mientras la UD seguió inquietando. Sacó primero cemento con Vicente Iborra y, apenas un puñado de minutos después, a un par de balas -de esas que tienen algo más que velocidad en sus piernas - como el Tucu Correa y Stevan Jovetic-. Un tridente que revolvió el partido para el Sevilla.

Mientras, la UD perdía fuelle. Mantenía el control, pero no encontraba frescura en la zona donde las intenciones empiezan a convertirse en realidad. Quique Setién, en el banquillo, optaba por esperar para intentar cambiar algo desde la banda. Pasaban los minutos y los noventa minutos acechaban al partido ante un Sevilla que se había fortalecido con los cambios.

Y cuando Marko Livaja y Tana se preparaban para ingresar al campo, llegaron esos dos toques tan arcaicos como a la postre efectivos -con dos de los elementos puestos por Sampaoli como protagonistas de la jugada-. Los principios futbolísticos del duelo se contradijeron con esos toques. Una infidelidad que importa menos cuando hay tres puntos en tu bolsillo.

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