La Provincia - Diario de Las Palmas

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Con el disfraz de viuda

La cuarta derrota consecutiva de la UD, ante la Real Sociedad, es la peor racha de puntos en la era Setién

Vicente Gómez ejecuta un control en partido de ayer ante la Real. JOSÉ CARLOS GUERRA

Resulta que entre su verbo siempre hilado con finura y su prosa más propia de catedrático que de hombre de fútbol, Jorge Valdano dejó una frase para la historia: 'El fútbol es un estado de ánimo'. Una sentencia que centra en un puñado de palabras lo importante que, como casi todo lo que está alrededor de la vida, es la manera en la que uno echa a andar. Y Las Palmas en febrero, recién empezado el carnaval, va con el disfraz de viuda, de negro, en tacones y con la lágrima recorriendo la mejilla; ha perdido a su sardina: el gol.

La salida del Estadio de Gran Canaria ayer era un duelo. Cabizbajos, con el rostro recogido entre los hombros y jurando en arameo. Ése era el perfil del aficionado que se iba del recinto de Siete Palmas. Algunos caminaban lamentándose de la falta de acierto de cara a la portería; otros, rememorando la jugada del gol, preguntándose por qué Javi Varas no pensó en patear alto aquella pelota, intentando buscar las explicaciones sobre cómo su equipo había perdido aquel partido ante la Real Sociedad. El resultado de 0-1 se convirtió en un tiro al alma.

En el campo, más de lo mismo. El ceño fruncido de Setién encarando el túnel de vestuarios se mezclaba con la incredulidad y los suspiros al aire de un equipo que ha entrado en depresión, tocado por los resultados, embarrado en su ineficacia ofensiva, su habilidad para dar alas al rival y las facilidades que otorga en la zona más delicada del campo: su área.

La UD anda triste. Añora los días de felicidad de plena, de olés en las gradas y del desahogo que produce marcar un tanto. Ayer, el conjunto amarillo se llevó su cuarta derrota consecutiva para sumar otra semana más sin tener ni un mísero punto que llevarse a la boca. Es la peor racha de puntos en la era Setién en el banquillo. Porque las sensaciones y méritos -muchos en la noche de ayer frente a la Real Sociedad-, todavía no suman en la clasificación de la liga. Mal asunto cuando los puntos te alimentan.

La UD está ahí, pero tropieza. El abatimiento de Las Palmas tuvo ayer detrás el nombre de Gerónimo Rulli -¡vaya día el del portero argentino bajo palos!-, un muro de hormigón armado en el Gran Canaria. Hasta una docena de veces tiraron los amarillos al arco de Rulli, imponente, símbolo de la frustración que tiene la UD con el gol.

Porque en este vía crucis que está suponiendo la página de febrero en el calendario de Las Palmas, marcar es un problema notable. La UD Las Palmas sólo ha marcado un gol en este bajón. El dato es tan demoledor como revelador: ese único balón que acabó llegó de falta directa. Un lanzamiento franco que, para más inri, se apuntó un defensa como Mauricio Lemos, al que ayer le tocó terapia de banda.

Mientras, Jesé Rodríguez, el gran argumento de la UD para aspirar a algo más que a estar en tierra de nadie en la segunda parte del campeonato -con la permanencia encarrilada-, se estampa una y otra vez con la pared en busca de su primer gol de amarillo. Ayer Rulli negó al exmadridista en dos ocasiones claras, una en cada parte. Una más para su lista de oportunidades perdidas para empezar a encontrarse y liberarse de sus meses de ostracismo entre Madrid y París.

Con todo eso, la UD genera fútbol, pero no define. Ese mal no es endémico sólo en Jesé. Tana, David Simón o Prince Boateng también tuvieron sus momentos para dejar atrás el luto. Por momentos, sobre todo en la segunda mitad, maniató a la Real Sociedad, perdida sin el esférico, sometida al ritmo que imponía el centro del campo de la UD, con la vuelta de Roque Mesa a las órdenes de la nave tras un partido discreto en La Rosaleda. Todo con verticalidad y sosiego casi a partes iguales.

Y ahí, el balón traicionó a la UD, su mayor amor. Varas, en una salida fácil de balón, donde casi siempre se muestra excelso, erró. La suerte esquivó otra vez a la UD. Porque aquel mal pase le podía haber caído al pie a la juventud de Oyarzabal o a la impronta de Carlos Vela, pero no. El regalo cayó en el guante de Xabi Prieto, en la serenidad del capitán, que enmarcó lo que tenía en su cabeza sobre el césped. Trazó un disparo fino, el balón entró y ahondó en las penas de la UD. Como para quitarse el luto.

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