Es duro ver a la UD Las Palmas. Es duro observar cómo poco a poco, el equipo amarillo, con el objetivo de la salvación casi cumplido -aún no es matemático-, se ha ido convirtiendo en una caricatura del conjunto alegre que fue, de ese que le hizo creer que podía ser más. Es duro ver cómo, en solo cuatro días, le han bailado dos veces, le han metido seis goles y vaga, errante, sin rumbo y sin alma, por la Primera División. Es duro que encima lo hagan dos equipos como el Celta de Vigo y el Eibar, dos clubes que se permiten soñar con objetivos más ambiciosos que el de dejar ir las jornadas hasta que acabe la competición y el verano aguarde en la esquina.

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En Ipurúa, un reducto con sabor del fútbol añejo que disfruta y siente cada segundo en Primera, como un regalo que le ha puesto la vida, Las Palmas recibió otra lección de fútbol. Porque el Eibar, con un afán competitivo sensacional, soñando con traer Europa al pueblo el próximo curso, se merendó a la UD Las Palmas, a la que le volvieron a sacar los colores lejos del Estadio de Gran Canaria. La tendencia del equipo de Setién lejos de la Isla ya no sorprende, pero sí que revienta por sí sola: once derrotas, tres empates y una sola victoria en la primera jornada. Muy triste.

El Eibar maniató a la UD Las Palmas, le golpeó primero y no dejó que resucitase para llevarse el partido con una superioridad total: 3-1. Bebé y Aythami Artiles, en propia puerta, dieron dos goles de ventaja al conjunto armero, que no lo desaprovechó. Ni siquiera le tembló el pulso cuando Lemos marcó un golazo de falta, porque con un penalti cometido por David Simón -justito- los de Mendilibar cerraron el partido.

El naufragio de Vigo tuvo sus consecuencias en el once de la UD Las Palmas en Ipurúa. Quique Setién, en su momento más turbio como entrenador amarillo, realizó siete cambios en el once con respecto al partido frente al Celta de Vigo. Para empezar recetó banquillo a Prince Boateng y Jesé Rodríguez. Renovó casi por completo la zaga con Simón, Lemos -de vuelta tras cumplir ciclo de amonestaciones-, Aythami Artiles y Hélder Lopes. Puso cemento en el centro del campo con la inclusión de Montoro, en busca de ese equilibrio perdido y acompañado por Roque; tiró a la bandas a Viera y Momo y colocó de boya a Marko Livaja con Halilovic por detrás. Una revolución casi total, en una apuesta de riesgo, pero quizá necesaria para estimular y para dosificar en una semana con tres encuentros.

De entrada, el cuadro amarillo no entró mal, bien plantado, sin generar demasiado juego combinativo, pero sí con una buena disposición y actitud. En ese tanteo inicial, mientras uno y otro equipo se olisqueaban para reconocerse, el Eibar mordió. Un disparo franco de Pedro León, sin oposición apenas por parte del cuadro amarillo, fue detenido por Raúl. Era un aviso serio.

Un día antes, en el último entrenamiento del equipo en Lezama, la UD empleó parte del tiempo en pulir cómo defender balones frontales y laterales, pero esa asignatura le quedará para septiembre. Porque parece que eso es algo que ya no tiene solución. En la jugada más primitiva del fútbol, Luna atravesó con un balón largo el campo, eso sí, con toda la intención del mundo. Bebé le cogió la espalda a Simón con la misma facilidad con la que se deshizo de Lemos, lento y descolocado. El portugués, solo ante Raúl, ejecutó a la UD para colocar el 1-0. Era el minuto 13 de partido.

Las Palmas andaba patidifusa, descolocada, perdida. El Eibar se permitió el lujo de quitarle el balón y jugar el partido en campo amarillo. No había reacción. Los armeros se movían todos al mismo compás, con armonía y solidaridad; la UD, no se levantaba, sin poder ponerle cara a Yoel, ese que decían que era el portero eibarrés.

La lógica, cosa que no siempre se impone en el fútbol, le dio un bofetón a Las Palmas. Otra concesión en una salida de balón se convirtió en la nueva condena de la UD. Todo un deja vú. David Simón se lió con el cuero, Bebé puso un centro al lugar donde duele y ahí, por encima de todos, Aythami Artiles en una pugna con Kike García, mandó con la tibia el balón hasta dentro de la portería. La UD estaba en la UVI. El marcador, al minuto 23, alumbraba ya un 0-2. Pero más allá que las tablillas, ya dolorosas con ese par de tantos, estaba la impresión que dejaba la UD en el campo, la de un equipo desesperado, triste y casi moribundo; impotente y resignado.

Con el resultado a su favor, el Eibar manejaba el devenir del partido con una solvencia absoluta. A ratos, prefería tocar y mover a la UD; después dejaba ese asunto para los grancanarios, inertes, sin ideas y sin ánimo, acorralados por el marcador, por su frustración y por el gol. Nada de nada.

Y, mientras, el Eibar seguía a lo suyo. Iván Ramis, de cabeza a saque de un córner, y Pedró León, en un remate que bloqueó Hélder en boca de gol, pudieron ahondar en el vacío de la UD. Solo en los últimos minutos de la primera mitad la UD enlazó ciertas combinaciones con algo de peligro y de identidad. Poca cosa para desmembrar a un Eibar que demostraba por qué vuelve a ser un año más la sensación de LaLiga.

Un paso adelante

La reanudación del partido tras el paso por vestuarios espoleó a la UD. Nada más arrancar la segunda mitad los de Setién gozaron de una buena doble ocasión. Momo, desde la derecha, sirvió un balón raso para Livaja que el croata tocó, pero no lo suficiente para superar a Yoel. En el rechace, Roque conectó un disparo que volvió a repeler el meta gallego.

Casi por instinto, el Eibar devolvió la ofensiva. Lejeuene, en otro saque de córner, casi logra el tercero. Solo Momo, con la testa y en la línea de gol, evitó el tanto. La UD se había encontrado con una vida adicional. El desastre total solo se estaba retrasando.

La UD no generaba juego ni ocasiones. Y cuando eso no pasa solo un destello esporádico te puede salvar. Una falta sobre Jonathan Viera la pidió Mauricio Lemos -cómo para decirle que no-. El uruguayo coló un tiro perfecto por la escuadra de Yoel para hacer creer a la UD que todavía tenía alguna opción de resarcirse. Era el quinto gol del central charrúa en esta temporada.

Aún quedaba media hora de partido desde el gol amarillo. Había tiempo suficiente para buscar otro tanto que cambiara la dinámica del partido. Pero no. Justo todo lo contrario. Porque uno de los asistentes de Iglesias Villanueva vio penalti en un forcejeo de Simón sobre Kike García -más por la intención que por la ejecución-. Adrián González no falló y el 3-1 subió al marcador.

De ahí al final, más bien nada. El partido entró en una fase donde Las Palmas manifestaba su frustración y el Eibar se divertía: controles de postín, paredes, ovaciones y vítores en cada uno de los cambios, una ola que recorrió cada uno de los asientos del estadio. Y ahí delante, la UD, deambulando sin alma, totalmente pasado por un equipo con corazón.