La Provincia - Diario de Las Palmas

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Del murmullo a la ola

El gol de Vicente Gómez, al borde del descanso, anestesió a un Gran Canaria donde se palpaba una calma tensa en la primera mitad

Jesé Rodríguez, extremo de la UD Las Palmas, filtra un pase ante la presencia de Joaquín y Rafa Navarro. QUIQUE CURBELO

La grada en el fútbol suele servir de termómetro. Ahí, entre butaca y butaca, se dictan sentencias, como el emperador en el coliseo romano cuando alzaba su pulgar; si al final de la contienda se giraba hacia arriba, había vida; si por el contrario señalaba al suelo, todo había acabado para el gladiador en cuestión. Y los asientos del Gran Canaria sirvieron ayer para palpar la total volatilidad del fútbol, cómo se vuelve la balanza según el marcador y la situación de inestabilidad emocional en la que está instaurada la UD Las Palmas.

Porque en los asientos del recinto de Siete Palmas había una calma tensa. La entrada en el partido del equipo de Quique Setién, las primeras llegadas del Real Betis y las dos derrotas en Eibar y Vigo estaban presentes. Incluso antes del pitido inicial, las imágenes de Jesé Rodríguez y del entrenador en el videomarcador arrancaron algún silbido. De las 10.000 personas en la presentación del '10' y el 'Quique quédate', al titubeo en las convicciones de la grada. Cosas del fútbol.

Con el partido camino del 0-0 en el descanso y una 'pitada' cociéndose a fuego lento en el Gran Canaria -se sentía, era casi palpable el ambiente de crispación-, un gol lo cambió todo. No fue el más bonito, el más sentido, el que más conmovió. Pero valía. Dos cabezazos hacia el cielo, primero de Roque y después de Prince, dejaron un balón en el área al que Vicente Gómez llegó con el corazón. Rozó el esférico con la punta de su pie izquierdo y dentro. La marea perdió fuerza y los nubarrones pasaron de largo.

La UD Las Palmas, cuando más falta le hacía, se agarró al marcador por delante de sensaciones, vistosidad o de usar un verbo delicado con el balón. Lo que tantas veces había marcado el devenir de sus partidos, ahora le daba cobijo. Porque el electrónico al descanso encubrió los problemas del cuadro amarillo, al que le habían anulado un gol en contra por un fuera de juego inexistente, sin encontrar la manera de dar un sentido fijo a su fútbol.

Otra cara

La anestesia que inyectó el gol de Vicente cambió el partido y, por ende, la actitud de la mayoría en el Gran Canaria. El bocata en el descanso supo mejor y los silbidos se guardaron para otro momento. Mientras, en el césped, la UD jugaba con el marcador a favor. Se había aliviado la ansiedad, rebajado la tensión y la cara era otra totalmente distinta. Los goles, a veces, dan cosas que las sensaciones no pueden aportar.

Y así la UD Las Palmas comenzó a labrar una victoria balsámica y clara que engatusó al personal. Víctor Sánchez del Amo buscaba algo para cambiar el sentido del partido. En esas, se le ocurrió retirar a Petros del centro del campo para introducir a Joaquín. Todo un regalo. El Betis perdió rocosidad y la UD terminó por ganar la batalla en la medular. El resultado fue casi inmediato: segundo gol amarillo.

El conjunto grancanario tenía el asunto casi resuelto. Sus argumentos futbolísticos, en contra de lo que ha sido la gran tónica de la temporada, tenían menos fuerza, no eran tan pesados. Pero las tablillas siempre mandan: gol de Viera, 3-0 y, de repente, fiesta en la grada.

De la prepitada que se estaba gestando antes del descanso a una ola que recorría todo el diámetro del recinto de Siete Palmas. Nada evidencia mejor el clima que envuelve ahora mismo a la UD, presa de las incertidumbres sobre su futuro, agarrada aún a lo que pudo ser esta temporada y que ya nunca será. En esas circunstancias solo los goles evaden unos anhelos ya inalcanzables.

Con ese panorama y aún muchos minutos por delante, era un día para recuperarse. Algo así le debió pasar por la cabeza a Jesé Rodríguez, cuando el final de su cesión se empieza a atisbar con el final de temporada cada vez más próximo. Había dado un gol y ahora quería el suyo.

Livaja, otro de los hombres errantes de Quique Setién, filtró un pase perfecto para el extremo que forzó un penalti que él mismo ejecutó. Decidido, tomó el balón y batió a Antonio Adán. El cuarto tanto de la UD acababa de caer y sus ganas por devorar la red se habían colmado. Sí, desde los once metros, pero con el mismo sabor a gol. Los pitos eran ahora aplausos: es el fútbol.

Las puertas se abrieron en el Gran Canaria y pocos, cuando se guardaban ya la bufanda para emprender el camino rumbo a casa, se congratulaban con el resultado por encima de cualquier otra cosa. Eso también es el fútbol.

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