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UD Las Palmas La contracrónica y vestuarios

La resignación del Gran Canaria

El público empezó a abandonar el recinto de Siete Palmas con el cuarto gol del Atlético

Imagen de la estampida de los aficionados de la grada Sur, ayer, tras el tanto de Thomas para el Atlético de Madrid, en el 0-4, abandonan su butaca. QUIQUE CURBELO

Cuando allá por el pasado mes de julio la sede de la Real Federación Española de Fútbol acogió el sorteo del calendario de LaLiga 2016-2017, a la UD Las Palmas le dio un vuelco el corazón, de esos que remueven las entrañas y disparan el vértigo. Sus dos últimos invitados al Estadio de Gran Canaria eran el Atlético de Madrid y el FC Barcelona. Casi nada. Dos de los trasatlánticos de la competición llegarían a la Isla en un momento que se presuponía clave en el año, cuando los equipos echan cuentas; unos en busca de la salvación -donde se imaginaba a la UD- y otros en pulsos de una enjundia mayor -en el lugar donde se sitúa el Atleti, que busca confirmar la tercera plaza de la tabla-. Alcanzar estos dos partidos con cierta tranquilidad se convertía en una premisa si no se quería tirar de épica y tener que encajar cada duelo en ese tramo del curso como una final.

Ese objetivo se cumplió. Con la salvación matemática conseguida desde hace un par de jornadas -virtual mucho antes, vista la incapacidad total de Osasuna, Granada y Sporting por agarrarse a la Primera División-, la UD soñaba con disfrutar de la visita del Atlético y Barça. La grada, víctima de sentirse parte de un equipo que se adueño del pasaporte del buen juego, vistoso y alegre, poseedor de un halo especial que se labró durante la primera parte del curso, confiaba en poder plantarle cara a estos colosos; tutearles, hacerlos bailar, pelear el resultado, vender cara su piel. Pero lo que seguro no esperaba era verse invitado a abandonar el campo cuando aún faltaban 20 minutos por jugar.

Si la imagen del graderío la semana pasada fue triste ante el Deportivo Alavés, cuando la UD Las Palmas consiguió la permanencia matemática para sumar su tercera campaña consecutiva en la máxima categoría del fútbol español -cosa que no pasaba desde finales de la década de los 80-, la de ayer ante el Atlético de Madrid fue casi peor. El retrato de las butacas es el espejo de la actual UD Las Palmas, fracturada, llena de desidia, apática, hastiada de una temporada que ha pasado de ser un paraíso ideal a convertirse en una pequeña condena. La parsimonia se ha adueñado de todo y de todos. Al fondo, asoma el final de la temporada como un bálsamo necesario.

Cuando el Atlético volvió a clavar su puñal por cuarta vez, arrancó una estampida. Muchos se hartaron de ver cómo la UD Las Palmas se empeñaba en ensuciar una temporada idílica, lejos de las penurias de la Segunda División, lejos de los golpes contra la pared de las últimas décadas. Aquello debió parecerle demasiado. Ni siquiera importaba ya que delante estuviera el equipo del 'Cholo' Simeone, semifinalista de la Champions League, vigente subcampeón del mejor torneo de clubes del mundo. Más que un consuelo, suponía un castigo.

La grada se convirtió en la imagen del club; de la ilusión y el orgullo a la penitencia y la resignación. La era de Quique Setién en la UD Las Palmas llega a su fin de una manera triste, casi injusta para la categoría que alcanzó el equipo amarillo en esta temporada y media con el cántabro al frente del banquillo.

El quinto gol del Atlético de Madrid, un regalo para Fernando Torres, dio igual. Apenas dolió. La fila de hinchas subiendo las escaleras del Gran Canaria crecía. Casi se vislumbraban más camisetas rojiblancas que amarillas en ese momento. La mayoría de los que quedaron en pie, firmes, sin abandonar la nave, sacaron algún pito a paseo en el penúltimo partido de Quique Setién en la Isla. Sin pañuelos, sin silbidos, sin casi molestarse por nada tras haber recibido tantos golpes en tan poco tiempo, la indiferencia se apoderó del Gran Canaria hasta decir adiós.

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