La UD Las Palmas había encontrado un plan que le funcionaba. Todavía no era suficiente para salir del abismo pero se iba acercando por el camino adecuado. Con un sistema marcado por el orden defensivo y el sacrificio logró asomarse a la permanencia. A pasos lentos pero seguros. Así ha transcurrido la era post Montilivi con Paco Jémez hasta que llegó el Villarreal. El técnico se deshizo de los apuntes con los que había levantado la cabeza y la UD fue atropellada (0-2) con goles de Bacca y Sansone de penalti, ambos en la segunda parte. Pero pudieron ser muchos más y mucho antes de no haber sido por la mala definición de los visitantes, que se atiborraron a contragolpes ante el desmadre amarillo de confusión posicional y continuas pérdidas de balón.

Se entregó al caos Paco Jémez, que puso en liza hasta tres sistemas diferentes, un desastre acompañado de una actuación colectiva trágica en la que no se salvó nadie. El equipo se quedó desnudo y recordó más al de la humillación de Montilivi que al que compitió con dignidad en Vigo o frente al Sevilla. Hay derrotas y derrotas y la de ayer es de las que vuelven a decretar la alerta roja, no solo por el penoso partido sino también porque llegó acompañado de la victoria del Levante, lo que deja a la UD a cuatro puntos de la salvación. Un retroceso gigante con la final de Riazor en el horizonte.

Allí, apenas catorce horas después de que el Levante acabe su partido con el Eibar, la UD se arriesga a visitar al Deportivo a siete puntos del milagro. Y lo hará sin Alejandro Gálvez, expulsado por el inocente penalti a Sansone en el tiempo de descuento, y probablemente sin Etebo, lesionado en la primera parte. Tras varias semanas de respiro y optimismo, la depresión vuelve a gobernar el estado de ánimo de la UD.

La noche para olvidar había comenzado con una apuesta de doble o nada. Erik Expósito, goleador en Vigo, salió como titular con Jonathan Calleri en punta de ataque. El equipo perdió la solidez a cambio de generar muy poco y Jémez rectificó con dos cambios, el obligado de Momo por Etebo y el táctico de Benito por Erik. Del 4-4-2 pasó la UD a un 4-1-4-1 que agrandó la fractura. Y en los últimos diez minutos se la jugó Jémez con tres centrales. Con ninguna de sus ideas encontró la solución y la UD hincó la rodilla sin mostrar el gen que había convertido lo imposible en muy difícil.

El atrevimiento del técnico provocó un comienzo eléctrico. En la primera jugada ya la UD había puesto dos centros al área y al minuto siguiente Chichizola respondió con un paradón a una volea de Raba tras un error en el marcaje de Aguirregaray. Volvía la UD a ofrecer un planteamiento muy arriesgado, como ante el Barcelona, defendiendo en uno contra uno la salida de balón del Villarreal, que pronto se hizo con el dominio. No tanto de la posesión pero sí del territorial. Y es que los insulares insistieron hasta la desesperación en combinar en corto en campo propio en lugar de desplazar en largo para encontrar a su estrenada pareja de atacantes.

La obsesión de la UD por enredarse en su campo es digna de estudio. Durante toda la temporada no ha dejado de intentarlo para estellarse continuamente en el centro del campo y provocando más pérdidas que ocasiones. Eso lo exprimió el Villarreal pero sin acierto en la frontera del gol. Con Bacca y Fornals a la carrera el cuadro de Calleja se hinchó a llegar al área para no definir ante Chichizola. Así, en el primer cuarto de hora un remate franco del colombiano, los centros del ex del Málaga y los despejes decisivos de Macedo y Etebo fueron la consecuencia de un acoso constante.

Un pequeño buen tramo

No cambió el guión la UD en toda la primera parte, pero sí que encontró alguna ocasión esporádica. Tana intentaba aparecer por todos lados sin intimidar y no había noticias de Halilovic, Calleri y Expósito. Al filo de la media hora tuvo tres seguidas la UD con un centro del delantero argentino, otro de Macedo y un zapatazo de Halilovic que despejó Asenjo. Ese momento de lucidez y nada más de la UD en ataque en todo el partido. De ahí al descanso solo un remate al cielo de Bacca dentro del área rompió una monotonía en la que siempre estuvo más cómodo el Villarreal.

Para girar el timón Jémez eligió a Momo y Benito antes que a Nacho Gil o Aquilani -además de los Ezekiel, Emenike y compañía-, otro síntoma de la desastrosa planificación. Daba un paso atrás Jémez para que el equipo volviera a estar ordenado y no se rompiera, pero ocurrió todo lo contrario. El Villarreal siguió mandando. Así, antes del golazo de Bacca hizo Ximo un despeje salvador. Pero poco después el colombiano enderezó su punta de mira.

La jugada de la condena fue el reflejo del caótico partido que disputó la UD. Gálvez taponó un contragolpe y corrió al ataque. En superioridad para llegar al área se enredaron Halilovic y Momo y el centro tímido del croata provocó la enésima contra del Villarreal, esta vez con la defensa totalmente descubierta. Le bastó al Villarreal con un pase magnífico de Fornals para habilitar a Bacca. El colombiano, escorado, soltó un zapatazo imparable.

El gol hizo que la UD perdiera aún más los nervios. Los jugadores seguían sin comprender cuál era su rol y qué tenían que hacer a pesar del regreso a un dibujo más natural. Entre pérdida y pérdida resultaba un milagro que el Villarreal no sentenciara. Bacca se volvió a plantar solo ante Chichizola en dos ocasiones pero mandó las dos al lateral de la red.

El último remiendo fue Nacho Gil por Macedo y una defensa de tres con el jugador cedido por el Valencia y Momo de carrileros. Otro despropósito sin consecuencias en ataque pero sí en defensa, donde Gálvez cometió un riesgo innecesario cuando Sansone se plantó solo ante Chichizola y fue expulsado. Vuelve el pánico al Gran Canaria.