Andaba Las Palmas mirando al cronómetro, esperando a que los cinco minutos de añadido que había apuntado el colegiado Soto Grado a su cuarto árbitro se consumieran. Había tenido las suficientes ocasiones como para tomarse el tiempo añadido sin la soga al cuello, sin la ansiedad de un último balón volando el cielo de Siete Palmas. No concretó el punto anterior, ese globo sobrevoló el área de la UD, y, cuando el minuto 95 se cumplía en el reloj del partido, Las Palmas recibió su condena: el gol del empate.

Antes, el equipo de Manolo Jiménez -en entredicho queda su planteamiento una vez más- no supo consumir el partido. Ni fue capaz de dormirlo con el balón, alejando el peligro de su portería, ni fue capaz de anotar un gol que sentenciara el partido. Y no fue porque no hubiese encontrado opciones para ello: Rafa Mir, Sergio Araujo, Tana... Una batería de ocasiones para finiquitar un partido que la UD no dominó en su totalidad, pero que pudo amarrar con su pegada, un arma que parece ser la única que tiene UD Las Palmas, que entra en el mes de noviembre con demasiadas dudas en su juego.

Centró un último córner Carles Gil, lo peinó Quique González y en esa prolongación hacia el segundo palo, Domingos Duarte no falló: dentro. Se afanaba la gente en la grada con aspavientos de entrenador que quiere sacar a su equipo del área, apuntando a la muñeca señalando un reloj imaginario, rogando que se acabara ya el duelo. Pero la realidad, dura para la UD, llegó unos segundos después.

El Dépor dominó en la primera parte a la UD con el balón. Los amarillos, inertes, apenas ofrecieron motivos para creer en algo positivo. Tuvo que esperar al golazo de Iñigo Ruiz de Galarreta al comienzo de la segunda mitad para mirar de frente al Deportivo. Los huecos que abrió aquel gol ofrecieron a la UD la posibilidad de matar el partido, cerrar los tres puntos, volver a ganar y colocarse a solo tres puntos del Málaga, líder de la clasificación. Nada de eso ocurrió, Duarte ajustició a Las Palmas y Jiménez, expulsado, no encuentra ya a nadie a quien culpar.

Un inicio tibio

Comenzó el partido envuelto en un ritmo plomizo. Ante ese paisaje parsimonioso, el Deportivo de La Coruña parecía más asentado, con más ideas para empezar a cercar la portería de Raúl Fernández. Las Palmas, por el contrario, carecía de verticalidad. No poseía tampoco la fórmula para controlar el balón. Sin posesión y sin capacidad para sorprender a un Dépor bien plantado -con su rombo formado por Bergantiños, Vicente Gómez, Edu Expósito y Pedro Sánchez- empezó a ser sometido.

No era un asedio el que plantaba el Deportivo de Natxo González -ausente en la banda por sanción-, pero sí inquietaba lo suficiente para que Manolo Jiménez se alterase en la banda. La UD corría tras la bola, dominada, y empezaba a dar síntomas de descarrilar. Desubicada, los amarillos cedían demasiado terreno.

Avisó Pedro con un golpeo franco tras una pérdida peligrosa cerca de la frontal. Solo cinco minutos más tarde, al filo del 20, Carlos Fernández absolvió a la UD. Pudo ejecutar el delantero sevillano y no lo hizo. Una falta lateral -otra concesión amarilla más- dejó en la testa del canterano del Sevilla el gol para su equipo. Erró en el remate picado al suelo, tan potente que rebotó en el larguero. Las Palmas estaba jugando a la ruleta rusa.

El dibujo propuesto por Jiménez empezó a hacer aguas. No tenía buena pinta el asunto con Javi Castellano descolgado al sector izquierdo del campo, Galarreta al derecho y Timor como ancla. Todo supeditado a la figura de Sergio Araujo, mediapunta él, encargado de hacerlo casi todo. Tuvo que recoger un balón imposible en el costado derecho, rebañárselo como solo él sabe hacerlo a David Simón y brindarle a Javi Castellano la posibilidad de meter su primer gol como jugador amarillo. El mediocentro mandó el balón por encima del larguero, pero al menos ya habían descubierto el color de la camiseta de Dani Giménez, portero de los gallegos.

De ahí al final de la primera mitad la nada. Balonazos en largo a Rafa Mir por si cazaba alguna, Rubén atolondrado por un golpe en la cabeza y un Dépor convenientemente bien enarbolado. Solo Araujo, a trompicones, creaba cierto peligro. Poco muy poco para hacerle cosquillas a un Deportivo amarrado, firme, de iniciativa y vigor. Los primeros 45 minutos echaban el cierre con una UD pobre camino del vestuario.

Y en esas, Iñigo Ruiz de Galarratea sacó su pierna a paseo. Alguno estaba todavía con el bocadillo del descanso en la mano. No es un hombre dado a golpear, menudo él. Dejó el caracoleo para otro momento, encontró un balón en la medular y sacó un zapatazo desde unos 30 metros que, tras golpear en la escuedra, se alojó con violencia en la portería de Dani Giménez. La UD, en su primer tiro a puerta de todo el partido, tenía un botín enorme para sus méritos. Un golazo contra un planteamiento que no estaba dando ningún resultado. Pero el fútbol, siempre el fútbol, es demasiado caprichoso, como si quisiera esquivar a la lógica.

La entrada de Tana por Rubén -que se marchó con un golpe en un ojo al hospital- le dio otro aire a Las Palmas, que al menos conseguía tener el balón de otra manera distinta, con cierta autoridad y sensación de que podían pasar cosas. El cambio le hizo un favor a Jiménez, que reconstruyó el equipo en función de la entrada del de San Cristóbal.

Sin embargo, aquel efecto se fue perdiendo. Se esfumó y volvió a envalentonarse el Dépor. Sobre todo desde que Caballo relevó a Saúl en el lateral izquierdo. Encontró de nuevo espacios el cuadro gallego, posesión y oportunidades para correr, aunque no materializaba su dominio en ocasiones. Buena noticia esa última para la UD.

No veía la historia clara Jiménez de todas formas. Ni él ni casi nadie. Las Palmas cambió definitivamente de plan: contención y contragolpes, una película ya vista en Siete Palmas. Empezó a perder terreno, pero fue justo así como empezaron a llegar sus acercamientos más peligrosos. Incapaz de concretar, el partido encaraba su final con muchas interrogantes abiertas.

Manolo Jiménez optó por el doble lateral. Dani Castellano entró por Galarreta y el gemelo se encargó de auxiliar a Alberto de La Bella. Creía el Dépor y seguía perdonando la UD. Tangana entre banquillos, incompetencia amarilla para dormir el balón y el aliento del Dépor muy vivo. Tanto como para aguantar al final del partido, subir a por un último balón y sacarle un punto a Las Palmas que vuelve a dejar muchas dudas en torno a la UD, su estilo y su actual capacidad para ser un equipo mandón en la categoría, aspirante a Primera por nombres, pero no por su convicción consumido más de un cuarto de la competición. Una llamada de atención suficiente para un equipo que no quiere enterrarse en el cruel olvido de la Segunda División.