Si se echa a la vista a septiembre, la UD Las Palmas tenía algo: resultados. Se agarraba a la máxima Manolo Jiménez, su entrenador: el estilo era ganar. Salía al paso con los goles de Rubén, las dosis de talento del equipo y la fortaleza suficiente para encarar los partidos sin miedos, sin fobias, con la entereza de tener hechuras para caminar firme en esta temporada. De aquello no queda nada.

La última muestra de esa UD en descomposición quedó ayer en el Estadio de Gran Canaria. Eligió el camino difícil y, a pesar de ello, encontró la manera de tirar para adelante. Se puso por delante dos veces, su portero paró un penalti en el tramo final y ni con esas consiguió ganar el partido. Con los tres puntos en la mano, Las Palmas, en su día de la marmota, dejó marchar el triunfo. Uno más.

El Granada, con un gol de Rodri en el minuto 86, reventó de nuevo la moral de una UD que navegaba a la deriva (2-2). Solo suma una victoria en los últimos ocho enfrentamientos, donde además acumula cinco empates y dos derrotas. En total, ocho puntos de 24 posibles. Unos números que distan demasiado del supuesto potencial de un equipo confeccionado para el ascenso y que devoró a Manolo Jiménez.

Porque más allá del resultado, de un partido encarado gracias a los destellos de la destreza de la UD, retratada en las agallas de Sergio Araujo, la picardía de Rubén y el aplomo de Raúl Fernández, el equipo amarillo volvió a mostrarse inoperante para ganar. Sin la capacidad para asumir el protagonismo del choque, tampoco supo gestionar sus ventajas; sin los mecanismos para formar fútbol, tampoco encontró la manera de echar el cierre a su portería; sin exprimir al máximo su potencial, tampoco rentabilizó su posición en el marcador. Nada que no se hubiera visto antes por Siete Palmas o cualquier otro estadio de LaLiga 123 que haya visitado la UD en los últimos dos meses.

LaLiga 123: Resumen del Las Palmas-Granada

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El fin del final

Cuatro minutos terminaron por hundir a Manolo Jiménez y su proyecto en Gran Canaria. Cuatro minutos que transcurrieron desde el 82 al 86, desde que Franco Areces señaló el penalti a favor del Granada hasta que Rodri sepultó a Las Palmas con crueldad. Se acabó la vida de Jiménez al frente de la UD en aquel momento, con la grada entre la indiferencia y el cabreo y con las sombras del fracaso más próximo, citado solo unos meses atrás, posándose sobre el Gran Canaria.

Casualidad o premonición, las campanas del cementerio de San Lázaro se pusieron a retumbar a justo con el inicio del partido. Buscaba en él otra cosa Manolo Jiménez. Su once, por lo menos, así lo dictaba. Otra cosa era ver cómo iba a conjugar su nuevo dibujo sobre el césped. De entrada, Javi Castellano se fue al banco, Tana se mantuvo en el once y Galarreta montó el doble pivote junto a David Timor. Y al lado diestro, ante la ausencia de Rafa Mir y con el centrocampista vasco en el medio, Danny Blum tuvo la oportunidad anhelada.

Sin embargo, a la UD, de primeras, le costó hilvanar juego. Sin continuidad, con el Granada apostando por el control. No es que Las Palmas no quisiera sino que más bien no podía, aunque por lo visto hasta el momento se empieza a dudar que sepa cómo conseguirlo. Y eso es un trabajo que iba en el sueldo de Jiménez.

En esas, con Las Palmas buscando su sitio en el campo, cayó la primera ocasión para los nazaríes. Ángel Montoro, excentrocampista amarillo, sacó la escuadra y el cartabón para trazar una jugada ensayada con una falta frontal. Cruzó el balón a la cabeza de Martinez, el central, lo puso en el área pequeña y ahí Adrián Ramos, erró en el golpeo. Le falto un suspiro al colombiano para enganchar bien el balón y encender al Estadio de Gran Canaria, impaciente con ese tibio inicio, condicionado por lo último que ha ofrecido la UD de Jiménez hasta el momento en esta temporada.

Aquello alertó a Las Palmas. Espoleó la ocasión al cuadro grancanario. Se afanó en la presión, achicó espacios y hasta empezó a encontrar el cariño del cuero. Danny Blum intentó un pase envenenado para Rubén y el rechace fue el germen de una asistencia del alemán para Tana, alistado en la segunda línea. El de San Cristóbal golpeó fuerte, pero centrado y el balón se lo quedó Rui Silva. Era una respuesta óptima.

La UD volvió a difuminarse. Corría y corría detrás del balón de un Granada que sabe a qué juega. Recurrió de nuevo al balón como principal argumento y aquello tuvo su traducción en dominio y también en ocasiones. Tras un córner, llegó una volea peligrosísima de Víctor Díaz, que obligó a Raúl Fernández a exigirse al máximo. Poco después, Adrián Ramos avisó con otro golpeo lejano, violento, con ganas de entrar por la portería de la UD. Se marchó por poco y las butacas del Gran Canaria empezaron a impacientarse. Aquello pintaba mal.

Pero por un momento, la UD recuperó ese espíritu con el que volvió a la Segunda División. De la nada sacó un gol para calmar a las masas, sobreponerse a su triste imagen y sentirse ganador. No le hizo falta una gran jugada, nada demasiado especial. Solo el coraje de Sergio Araujo para bajar un 'melón' de David Timor, pegarle a portería con la izquierda y, en ese cruce de piernas, que Rubén Castro pusiera la bota en la dirección exacta para romper a Rui Silva y ponerse por delante en el marcador. Un 1-0 con méritos más bien escasos para irse al descanso con otra cara.

El drama sobrevoló a la UD nada más arrancar la segunda mitad. Primero, en forma de lesión, con Galarreta tieso; lo segundo fue peor: gol del Granada. Un córner al primer palo encontró la testa de Adrián Ramos, cómodo en el remate entre Araujo y Timor. Un gol de justicia, por la propuesta de ambos equipos, que tiró por la borda el extraordinario botín que tenía Las Palmas: un tanto con muy poco.

Ni siquiera eso le duraba ya la UD. Hubo un momento de la temporada donde vivió de ello, donde le valía ese gol de Rubén para tirar adelante con todo. Lo buscó de nuevo, con más esbozos de fútbol que pinceladas de decisión. Movió el banquillo Manolo Jiménez con la entrada de Fidel, uno de los hombres que habían pasado a mejor vida desde hace algún tiempo.

Justo fue el exjugador del Almería quien enganchó el balón que acabó en el segundo gol de Las Palmas. Hacía un buen rato que no pasaba nada y de ahí -de la misma nada que antes- salió el tanto de Araujo. Fidel colgó un balón, Maikel Mesa lo quiso pinchar y, de aquel intento de control, salió una asistencia perfecta para Sergio Araujo. El argentino tenía ganas de cazar una así, andaba buscándola. Encaró la portería, cruzó con la zurda y 2-1. Quedaban poco más de diez minutos. En ese tiempo, con el reloj de arena bajando, Jiménez escribió su epitafio. Se enterró la UD, paró un penalti y se marchó al abismo el técnico con el gol de Rodri en una aventura efímera sin previsión de mejoría.