No se sabe ya qué guión necesita la UD Las Palmas para llevarse un derbi. Ni siquiera le valió jugar casi 70 minutos con un jugador más sobre el terreno de juego. No le valió que Carlos Ruiz, en una acción trágica para él, se expulsara al agarrar a Rubén Castro cuando figuraba como último hombre. Nada.

No encontró el equipo amarillo la manera de poner su sello, de volver a tumbar al Tenerife en el gran día del fútbol canario. Se engatilló, no dejó ocasiones de rango para amedrentar a nadie y acabó con la última acción del partido en su propia área, con Dani Gómez a punto de dejar el Gran Canaria más mudo. Porque si alguien celebró ayer el 0-0 con el que acabó el derbi canario fue el sector que albergó a los 1.200 seguidores del CD Tenerife. Una historia que ya empieza a cansar al que viste de amarillo.

Agarró el Tenerife un empate épico en un ejercicio vacío de la UD que es para preocuparse. Algo que no solo tiene el matiz, que no es poco, de que fuera en un derbi -no gana uno desde 2014- sino por su tendencia a la baja en LaLiga SmartBank: acumula ya cinco partidos sin ganar, no encuentra su modo de vida sin Jonathan Viera y parece andar abocado al acomodo en la mediocridad de una competición que condena al que no tiene latir. Y esta UD parece estar perdiendo ese ritmo sano.

Las Palmas de Mel se agotó, no aportó ni una idea para llevarse el derbi y quedó desnudo en su planteamiento del partido. Lento, espeso, previsible. Al Tenerife le sobró con el orden tras la expulsión, Dani Gómez como boya y matar por cada centímetro. Delante, la UD del pase fácil y la posesión estéril; sin desmarque, de parálisis continua.

En su vida sin Viera, Mel optó esta vez por un golpe de efecto que no se materializó. La última vez que Tana salió del ostracismo de la manera en la que lo hizo ayer se abrió su etapa más próspera en su fútbol: de acumular gradas y tener la puerta abierta de la entidad a ser uno de los custodios del balón con Quique Setién -en su debut en Primera ante el Villarreal-. La oportunidad que le brindó Pepe Mel no podía ser mejor para él. Todo con el '21' a la espalda, un número que significa demasiado en esta UD Las Palmas moderna. El escenario y el fútbol lo tenía: le faltaba poner de su parte.

Esa era la principal novedad de un once donde se cayó el hombre de confianza del técnico en la zaga, Martín Mantovani. Por lo que la responsabilidad en el eje central para acompañar a Aythami era para Mauricio Lemos, un hombre capaz de lo mejor, pero, desde hace tiempo, más acostumbrado a lo peor. Con Ruiz de Galarreta de nuevo al mando, la UD pretendía recuperar el timón de su fútbol. Porque aunque el ruido se ha centrado desde hace tiempo en el papel de Jonathan Viera, sin el centrocampista eibarrés, la UD se empantana.

Un inicio eléctrico

En esas arrancó un derbi con el Tenerife marcando terreno: Aitor Sanz le enseñó a Pedri que esto no iba a ser fácil. Tarrascada, falta y golpeo de Mauricio Lemos desde lejos para empezar a calentar las porterías. Un primer aviso. El segundo, con una buena apertura de Tana para Eric Curbelo que no cazó Rubén Casto por poco.

Pero el primero que tembló fue el Gran Canaria. A Dani Gómez le bastó con ganar en cotundencia a Curbelo, pisar el acelerador y sacar un punterazo que mandó a córner Aythami. Para empezar, no había tiempo para el pestañeo. Los golpes, la intensidad, el rigor, el miedo a caer mezlado con la fe para dejar marcado el derbi , era palpable. En esas, Las Palmas calmó el ritmo a base de tener el balón. Algo que no le sirvió para llevare el segundo susto del día. Y este sí que fue serio.

Andaba la UD en calma y el 'Tete', en la contra más lenta del mundo, con Mauricio Lemos descolgado, Javi Castellano dormido y Alberto de la Bella lento, encontró un filón. Luis Pérez pisó área, le regaló un gol a Dani Gómez y Álvaro Valles se convirtió en santo. La tapada del portero de La Rinconada fue grandiosa. A un par de metros, estoico, se convirtió en mástil con su cuerpo para evitar el 0-1.

Las dudas mataron a la UD en ese tramo del encuentro, cuando ni siquiera se había llegado a la mitad de la primera parte. El Tenerife se basó en el orden y una presión con sentido que asfixiaba a Las Palmas. Hasta que apareció la jugada inventada en la prehistoria del fútbol: patadón del central y a la segunda oleada.

Peinó Benito, rechazó Alberto y el balón le cayó al más listo de siempre: Rubén Castro. La carrera del isletero fue cazada con un agarrón de Carlos Ruiz. López Toca ni se lo pensó, roja y a la calle. La revisión del VAR le dio ese toque de suspense a la decisión. Ratificada la expulsión, la UD tenía 70 minutos de partido con un futbolista más sobre el césped.

El panorama no podía ser mejor para Las Palmas. Rubén Baraja movió cartas. Sacrificó a Joselu y le dio paso a Sipcic para reconstruir su muralla. Se entregó la UD al balón, a mover el cuero de un lado a otro, a cansar la línea de diez jugadores tras el balón que montó el Tenerife. Le costaba eso sí, superarla. Y no es que no tubiera mimbres para hacerlo con Tana, Pedri o Ruiz de Galarreta sobre el verde.

En manos de Pedri

Solo el de Tegueste parecía encontrar ese elemento capaz de descrifar la posesión en oro. Primero, con un tiro cruzado que sacó Dani Hernández; después, con un pase en la frontal a Javi Castellano que el mediocentro mandó a las nubes tras una jugada enorme en metros y pases de la UD.

El dominio del balón era total, pero no se traducía en peligro constante sobre Dani Hernández. Al descanso, más preocupaciones que certezas para llevarse el botín de los tres puntos. Tanto que el Tenerfie fue el que mandó el primer gancho en la segunda parte, con un golpeo de Dani Gómez que repelió Valles. De nuevo, el equipo blanquiazul mostraba la patita.

Las Palmas era la parsimonia hecha fútbol. Le faltaba un plus, encontrar una pieza para hacer rodar el motor y ponerlo en marcha. Los minutos pasaban y el Tenerife bendecía el cronómetro. Mel se movió en el tablero y acudió al ataque. De las molestias de Mauricio Lemos sacó un carrilero: Srnic se adueño del carril derecho y Eric Curbelo pasó al centro de la zaga.

La base de la UD, ya sin descaro, era Pedri González. El de Tegueste lo intentó todo. Solo cuando el balón pasaba por sus pie se abría el frasco. Mel se percató y le brindó un apoyo desde el banquillo: Fede Varela pasaba a la acción. Con el argentino, y ya con Tana en el banquillo, la UD consiguió mover algo más a sus hombres, pero la Dani Hernández seguía tranquilo. Se desfonadaba el Tenerife en un ejercicio total de supervivencia, encomendados a una isla llamada Dani Gómez -imperial cada vez que le tocó bajar un balón y auxiliar el esfuerzo de su equipo-.

Mel quemó sus naves. Pekhart como pareja de Rubén en la búsqueda de un redoble ofensivo. Nada. La UD entraba en los últimos diez minutos de partido sin argumentos ni visos de gol cuando ya se cumplía una hora de superioridad numérica de la UD en el verde. Lo mismo: nada de nada, otro derbi de pena y una tendencia a la baja en una cuesta de enero demasiado dura sin Viera.