¿Qué es merecer en el fútbol? Probablemente, nada. La UD, si se agarra a ese verbo tan inútil en este deporte, podría decir que no considera justo salir de Butarque, en su primer día de curso; que considera que, al menos, debió por méritos saborear un punto que constatara su buen hacer para empezar a germinar algo notable en esta plantilla. Sin embargo, como esto del balompié no va de qué se merece y sí de lo que se hace, Las Palmas acabó de rodillas en Leganés.

Perdió Las Palmas (0-1) lastrada por una expulsión al minuto 70 de partido de Aythami Artiles, que mató una conducción peligrosa de Avilés con la pena de su segunda amarilla. Una condena que ahorcó a la UD para caer en su debut liguero, en la primera de las 42 jornadas que marcarán el devenir de un escudo y un proyecto con más incógnitas que certezas. La luz está en una primera parte notable, de hambre, a la que le faltó lo más caro en este negocio: el gol.

Con una pretemporada de remiendos y alfileres, sin amistosos -solo uno de nivel frente al CD Tenerife-, más preocupados por los test de coronavirus y con la temporada 2019-2020 aún en la garganta, a alguno le parecería que lo que vivía Las Palmas en Butarque no era más que un bolo veraniego o, en su defecto, un partido del epílogo de la última campaña. Pero no, lo que la UD tenían en Leganés era el comienzo de una nueva temporada, que caminará por un sendero tan raro como el que anduvo el fútbol la última campaña: de estadios vacíos, cinco cambios y un sonido ambiente de videojuego simulado por televisión. Extraña, muy extraña, pero también muy real.

Tan real como que muchos de los que se postraron frente de la tele para ver el partido de amarillo aún no se sabían del tirón los rostros de los fichajes de la nueva UD Las Palmas. De ellos, Sergio Ruiz, Loiodice, Rober y Edu Espiau -que vuelve tras cesión- saltaron en el once de Pepe Mel para abrir la temporada. De entrada, la UD mostró buen talante con el balón, algo que va a depender en gran parte del rendimiento de Loiodice y de la evolución de Kirian Rodríguez. Pero también dejó ver hambre para morder, para intentar robar tras pérdida a uno de los gallos de la categoría, que por ahora mantiene parte del bloque que descendió desde Primera División.

Todo en una primera fase de reconocimiento visual, de tanteo del terreno, del rival. Algo así como esos dos boxeadores que golpean sus derechas guante contra guante antes de que empiecen los arreones en el ring. Y es que el partido transcurría sin grandes acciones, sin muchos sustos, sin llegadas, sin alardes. Era más de ritmo ramplón, de impresiones. Era fútbol de verano, pero con algo que lo distinguía: el temor a perder alguno de los tres puntos que andaban en juego.

En esas, Las Palmas daba alas a sus costados. Álvaro Lemos y Benito Ramírez eran el principal argumento en campo contrario de los de Mel. El plan escogido por la UD era ese: hacer ancho el campo e intentar comer la espalda del 'Lega'. Los balones llegaban a los lados, a los dos, pero faltaba la mitad del trecho por recorrer: un buen centro y un remate. Algo que casi sucede cuando Lemos puso un balón sobre línea la línea de fondo a Edu Espiau y que repitió poco después con un envío de Benito a Kirian que el tinerfeño golpeó fuera con su interior. La UD tenía una idea capaz de plasmar.

Dos avisos, dos oportunidades que fueron tres en el momento que Benito enganchó un buen servicio al hueco de Rober a la contra. Midió bien el bético, sirvió al aldeano que cabalgó hasta pisar área. Se esquinó, perdió algo de perspectiva y su golpeo, mordido y con un defensor pegado, se marchó cerca del palo izquierdo de Cuéllar. Tres ocasiones de esas que lamentas cuando el partido toca a su final.

La conexión del Anexo entre Benito y Kirian volvió a cuajar. Se nota que cada uno sabe quién es el otro. Ambos calcaron la acción que casi permite a la UD ponerse por delante en el marcador solo diez minutos después: conducción en banda de Benito y pase atrás buscando el interior de la bota derecha del tinerfeño. Esta vez, el cuerpo rígido Sergio González evitó el 0-1. La UD mandaba, pero no ganaba.

Pocos problemas hay mayores que ese último en esto del fútbol. Dani Ojeda, en la última acción de la primera parte, se lo recordó a la UD. Le bastó al atacante grancanario con trazar una diagonal para su pierna izquierda en uno de los pocos desbarajustes defensivos amarillos. Sacó un golpeo que una intervención magistral de Álvaro Valles dejó en eso, en una gran ocasión. Sin su mano, aquello hubiera significado el 1-0 y todo lo bueno que había hecho Las Palmas, de cara al marcador, se traduciría en simple anécdota.

Martí no lo veía claro. Nada claro. Sacó metralleta desde el banquillo al descanso: Juan Muñoz y Gaku Shibasaki, dos de los hombres más cotizados de la categoría. Con eso y con una línea más adelantada, el Leganés se estiró en la segunda mitad para comenzar a sentirse más cómodo, más mandón, menos manso y más peligroso.

Aunque pareciera que no pasaba nada, pasaba mucho. El Leganés echó el candado a sus bandas, cuestionaba continuamente la posesión del balón a Las Palmas y empezó a encontrar espacios peligrosos en campo contrario. A la UD le entraban las dudas y el paso de los minutos no le hacía demasiado bien al cuerpo de los de Mel. Desgastada, Las Palmas perdió el poder de la presión y se difuminaba poco a poco.

Lo vio Mel que metió a Pejiño en el campo. Martí respondió con algo más: Borja Bastón y Avilés. Casi nada. Ante eso, la UD se repuso con criterio. Sobre todo el que aportó Sergio Ruiz con su equilibrio. Pero todo se puso cuesta arriba cuando Aythami Artiles calzó a Avilés en una conducción alarmante: segunda amarilla, a la calle y 20 minutos por delante con un jugador menos. Solo cuatro después, el Leganés ya iba por delante.

Lo hizo fácil el Leganés, demasiado. Le bastó un balón de Tarín a la espalda de Dani Castellano, centro de Avilés en velocidad al segundo palo y gol de Juan Muñoz de pizarra. Sencillo. Porque un equipo de quilates como los que se le presuponen al Leganés te mata si le otorgas espacios, si le das huecos, motivos para romperte.

Removió el banquillo Mel para terminar de entregarse: Maikel Mesa, Clau Mendes y Aridai para agotar sus recursos ofensivos. Lo intentó con un par de cabalgadas de Aridai, con el ímpetu de Mesa y con la presencia de Clau, pero la UD no lograba remontar después del bajón que provocó Juan Muñoz. El partido enfiló el final, el descuento no dejó el milagro y la UD hincó la rodilla en Butarque.