El lunes, a la hora que hace 30 años nos sentamos delante del televisor para ver Lo que el ojo no ve en El Día Después y descubrimos que el fútbol se podía observar de otra manera, la revista Nature soltó un pelotazo de esos hermosos que entran por la escuadra: el hallazgo, por parte de un un grupo de científicos británicos y estadounidenses, de fosfano en Venus. El descubrimiento no tendría mucho recorrido si no fuera por un ligero detalle: este elemento químico está presente en la Tierra como resultado de la actividad biológica –aunque también se puede producir por otros mecanismos industriales, como por ejemplo el insecticida–. Con todos esos ingredientes sobre la mesa, una de las posibles explicaciones que dan los investigadores ante tal revelación es que se produzca, por analogía con su producción biológica en la Tierra, “por la presencia de vida” más allá de los límites de nuestro planeta.

El fosfano o trihidruro de fósforo (PH3) es un gas incoloro, inflamable, tóxico e inodoro en estado puro, aunque a menudo huele a ajo o pescado podrido cuando se presenta junto a otros compuestos similares. Así que, con este panorama, los primeros indicios de vida en Venus según un estudio científico de primer nivel podrían estar compuestos por un aroma fétido, nauseabundo, hediondo. El descubrimiento, que no sé si nos servirá de algo para los que nunca hemos ido a Venus en un barco, sí nos puede valer para poner las cosas en perspectiva: los inicios –a veces– apestan, pero pueden abrir el camino hacia algo maravilloso.

Si lo miramos con cierta altura de miras, esa idea nos vale para celebrar nuestro progreso como especie: hace millones de años estábamos en los árboles comiendo verde y oliéndonos los traseros para comunicarnos. La cosa, tanto tiempo después, algo ha mejorado a pesar de tener entre nosotros a iguales que ejercen como antivacunas, terraplanistas y negacionistas del coronavirus. A nivel particular, seguro que todos hemos metido la pata en los primeros episodios de alguna de nuestras mejores aventuras personales. Yo, sin ir más lejos, en una noche de juerga le solté a una mujer espectacular, natural de Santa Cruz de Tenerife, que era de un pueblo con luz eléctrica. Hoy, después de aquello, me sigue aguantando todos los días. El concepto lo podemos apreciar también en las pequeñas cosas: el primer trago de cerveza o el primer aroma que nos deja una torta del casar. De entrada, cuestan; luego salvan vidas.

Esos comienzos apestosos me llevan a nuestra querida UD Las Palmas, que en la nueva normalidad nos dio uno de sus disgustos habituales. El pasado fin de semana palmó en Butarque ante el CD Leganés y las sensaciones, pese a algunos fuegos de artificio durante la primera mitad, no fueron muy sabrosos. Con todo, hubo detalles que invitan a no sentir pánico ante lo que viene. La progresión continua, con buena letra, de Valles en la portería; el aplomo de Álex Suárez; el fútbol que tiene en las botas Sergio Díaz donde se cuece todo; la verticalidad de Rober González en el ataque.

Pase lo que pase hoy o la semana que viene, valdría la pena tener paciencia. Y valorar más el trabajo diario que los resultados. Tanto dentro del club como entre los aficionados. Aunque sea por una vez. Igual el fosfano de Venus acaba oliendo bien. Todo es cuestión de perseverar y de confiar, dos verbos que no están nada mal como compañeros de viaje en un nuevo proyecto.