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Juan Guedes, “el amigo más grande que podías tener”

Georgina Ojeda y Juani Guedes, esposa y uno de los dos hijos de Juan Guedes rememoran el lado más cariñoso de ‘Juanito’ con una serie de anécdotas y ejemplos de su bondad, tanto con compañeros de vestuario hasta con desconocidos.

Entreno en el Insular. Juan Guedes, tumbado en el césped, observa a su hijo Juani.| LP/DLP DAVID RODRÍGUEZ

Para que una leyenda se asiente con el paso de los años tienen que coincidir una serie de componentes que calen en la sociedad que admira a las personas que dejan una huella imborrable tras su fallecimiento. Admiración, ejemplo de comportamiento, grandes gestas, cariño y hasta cierto misticismo alrededor de la prosa que envuelve a los héroes. En lo que respecta a Juan Guedes y el halo de divinidad que ha mantenido desde que muriese hace ya medio siglo, pocos oscuros –por no decir ninguno– se le pueden encontrar. Como bien lo define su esposa Georgina Ojeda: “Fue el amigo más grande que cualquiera podía tener”.

Muchas son las historias que se han contado alrededor del aura que transmitía Juanito –como le gustaba que le llamaran– en cuanto a su vida deportiva. Un capitán –sin brazalete– en todos los aspectos posibles dentro de la caseta. El que veló por el bienestar de sus compañeros, dentro y fuera de la cancha. Ya fuera gestionando mejoras salariales desde el más imberbe que se encontrara en el vestuario, como para el reconocimiento económico de los más consagrados, a veces olvidados por las altas esferas de la UD Las Palmas de la época.

Entreno en el Insular. Juan Guedes, tumbado en el césped, observa a su hijo Juani.| LP/DLP

Pero el personaje no solo se hizo grande en la esfera futbolística. El Guedes más terrenal, fue la persona más cercana con la que cualquier desconocido podía toparse en la calle. Era un auténtico ídolo de masas, los grancanarios le tenían en un pedestal, sobre todo por ser uno de los artífices de la recuperación del equipo amarillo desde el comienzo de la década de los 60, cuando Las Palmas había perdido la categoría y tardó cuatro temporadas en regresar a lo más alto del fútbol nacional –ascendió a Primera en la temporada 1963-64 consiguiendo el título de campeón de Segunda División–.

Georgina, su acompañante de vida y sempiterna esposa de Juanito –contrajeron matrimonio el 16 de noviembre de 1963 en la iglesia de Tamaraceite–, recuerda medio siglo después de su adiós, como su marido no podía frenar su imperosa necesidad de ser una de esas llamadas persona de luz. “Siempre estaba dispuesto a ayudar a todo el mundo. Si él se enteraba de que a alguien le faltaba algo iba y se lo daba”, comienza a narrar; “pero cuando digo a todo el mundo, es a todo el mundo”, añade. “Porque era tan bueno que hasta una vez vino a casa con una pareja que se había encontrado en la calle que no tenían dinero y aquí –en el hogar de siempre en el Alto de Los Leones– les dimos de comer y Juan les dio dinero para que pudieran regresar a Cádiz, de donde eran”, prosigue; “pues esa gratitud que siempre tuvo él, venía recompensada de alguna forma u otra. Esta pareja, cuando Juan falleció lo tenían tan presente que mandaron un telegrama mostrando sus condolencias y por el agradecimiento a la ayuda que les había prestado entonces”, sentencia Georgina la anécdota con una sonrisa entrañable en sus labios que transmite una grata calidez de cariño imperecedero de su amado.

Esta es solo una muestra de las tantas y tantas bondades que dejó el Mariscal –como le apodaban por su jerarquía en el césped– a su espalda. Un héroe en dos mundos. El que era capaz de dar un pase de 40 metros para que Mamé León, uno de sus mejores socios en los terrenos de juego –tristemente también fallecido hace apenas un año y quien decía que era el más grande que había visto en un estadio– pudiera percutir por su banda; tanto como la persona que aunque fuera tentado por las ingentes cantidades millonarios en términos de pesetas por el Fútbol Club Barcelona, nunca se le subiera el estrellato a la cabeza y saludara a todo el que se le acercara.

“Muchas veces íbamos por la calle, se cruzaba una persona de acera y se paraba a hablar un buen rato con él, se iba y yo le preguntaba: ‘¿De qué lo conoces?’ Y no, que no lo conocía de nada, pero sabía que era querido por los aficionados del equipo y quería recompensarles el apoyo que les daban en el Insular”, añade una vez más su esposa para hacer un esbozo de la cercanía que Guedes mantuvo con cualquier persona, independientemente de la relación que pudieran tener.

Comparativa con la actualidad

Esa forma de actuar que tenía el eterno dorsal ‘6’ de la Unión Deportiva – y que también defendió en dos ocasiones el de la selección española–, actuó como pegamento dentro del vestuario amarillo. “Eran una familia, siempre estaban unidos, tanto que esta casa se había convertido en un lugar de reunión para los lunes, los días después de partido venían aquí todos los que querían y yo les preparaba la comida”, refleja Ojeda sobre cómo se relacionaban los jugadores en aquella época y que para ella dista bastante de lo que percibe actualmente. “Ahora por lo que conozco y veo, cada uno de ellos va por libre, solo se preocupan de sí mismos y viven en sus burbujas”, añade.

1. En la escuela.Juan Guedes, en la foto oficial del Colegio Padres Paúles del Lomo Apolinario, en la capital grancanaria, donde cursó sus estudios. | LP/DLP

Ese compañerismo que a veces se manifestaba indirectamente lo vivió en sus carnes uno de sus hijos, Juani Guedes, durante un partido de homenaje a su padre en El Carrizal tras la inauguración de un busto en su memoria y donde acudieron antiguos jugadores de la UD. “Me invitaron a jugar con ellos en aquella exhibición y cuando estaba en el vestuario para vestirme, me senté al lado de una persona que yo no había conocido hasta aquel momento, me estaba atando las botas cuando me mira y me dice: ‘¿Tú eres el hijo de Juanito, no? Pues que sepas que tu padre me echó del club, pero me fui orgulloso porque me echó el mejor”, narra el vástago del centrocampista. Aquel damnificado no era otro que Santiago Espino, el centrocampista que tuvo que ceder su posición ante la irrupción del Mariscal en la plantilla insular.

Como esta muestra de respeto por uno de los integrantes de la historia de Las Palmas, Juani tiene historias para dar y regalar. “Cuando se murió yo iba a cumplir tres años y prácticamente no me estaba dando cuenta de lo que estaba ocurriendo, pero con el paso de los años y a medida de que me iba dando cuenta de quién había sido mi padre ya iba sintiendo el respeto que me hacían llegar a mí por la veneración que tenían por él”, cuenta el hijo.Tanto cariño como demostró su progenitor en cualquier estrato social, le ha llegado a Juani. “El club siempre nos cuidó desde el primero momento, sobre todo Jesús García Panasco, al igual que todos los compañeros de equipo de mi padre, como en mi vida personal”, exclama el mayor de los Guedes.Porque aunque Juani no fuera pregonando a los cuatro vientos quién era su padre, “tarde o temprano se sabía”, y de esta forma, a veces podía llegarle el reconocimiento de un compañero de trabajo que le contara que aquel dorsal ‘6’ le hacía más feliz las tardes que se acercaba al Insular a ver al equipo de sus amores, como algún que otro profesor del instituto que también le rindiera honores a todo el legado que dejó su padre en la Isla.Ese es el mito que pervive medio siglo después. Ahora, incluso con la acción de la UD Tamaraceite, uno de los clubes a los que el Mariscal tuvo en su corazón por la cercanía con el barrio en el disfrutó de tantas tardes con el balón pegado a sus pies –del que también fue presidente– y que actualmente lleva su nombre en el estadio en el que disputa sus partidos como local.Esposa e hijo están contentos de que el equipo del barrio capitalino esté brillando a cotas insospechadas no hace más de un lustro atrás y que ahora esté luchando por el sueño de colarse en LaLiga SmartBank –Segunda División–. “Mantienen ese espíritu humilde con el que se vivía antes, espero que no cambien y continúen por esta senda si suben de categoría”, añade Juani, quien también pudo defender los colores del Támara, aunque no pudo desarrollar su carrera como futbolista por un problema que sufrió en la retina.Un sinfín de huellas imborrables que se han mantenido por el camino. Cincuenta años del legado que dejó Juan Guedes a su paso por Gran Canaria, de la que fue un enamorado y de donde nunca quiso marcharse por muchas ofertas mareantes que le hicieran –el Barça le ofrecía 28 veces más el salario que percibía en la UD–, de las amistades como la que forjó con Eusebio en el Mundial militar en 1965 y que aun siendo el portugués Balón de Oro y máximo goleador del Mundial 1966, Guedes lo alojó en su casa y se preocupó de comprarle un jersey que le encantó a la Pantera... sin duda alguna “el amigo más grande que podías tener”.

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