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Carreras torcidas (V)

Solo puede jugar uno

Juan Arbelo, portero del juvenil subcampeón de Copa del 70, nunca debutó en partido oficial con la UD tras una vida de amarillo | Su suplente en aquel hito era Pérez

Juan Arbelo Castellano, en su casa de La Isleta, muestra el álbum de recortes de periódicos que coleccionaba su madre. | LP/DLP

«Los porteros canarios lo teníamos muy difícil... Y todavía lo tenemos». Llegar al primer equipo de la UD nunca es fácil, pero en los años de gloria de la UD, asentarse en el equipo era toda una proeza. Juan Arbelo llegó, pero le faltó «ese último escalón» para hacerse un hueco definitivo en el equipo. Algo que no empaña los recuerdos que le trae una época «maravillosa» con el balón como conector de todo su mundo.

“¿Sabes cómo me enteré de que me habían dado la baja en la UD Las Palmas? Porque se lo escuché a Segundo Almeida por la radio. Me quedé helado, no levanté cabeza. Fue mi hundimiento total. Ya yo el último año iba sin mucha ilusión, veía que algo pasaba”. Aquello, después de más de cuarenta años, todavía le duele. Lo tiene ahí, clavado en el corazón, ese que hace unos años le dio un buen susto. Sin embargo en su ser, aquel golpe que recibió cuando su etapa de amarillo llegó a su fin sin poder debutar en partido oficial con el equipo de su vida, está en el fondo de todo lo que vivió bajo palos. Porque el fútbol y la UD le dieron muchas más alegrías que penas. “Deportivamente, siempre me quedé ‘rascao’. A veces me lo pregunto. ¿Cómo fue posible que nunca me llegase ese momento? No lo llegué a entender entonces, pero los años dan otra perspectiva a las cosas”.

Juan Arbelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1951) sufrió el principal mal para un portero en esto del fútbol: solo puede jugar uno. Y a él, a pesar de su prometedora carrera en las categorías inferiores de la UD Las Palmas, nunca le llegó el momento de ponerse bajo la portería del primer equipo en un duelo oficial. Natal de La Isleta, su vida, como la de centenerares de chiquillos que crecieron allí en aquellos años, tenía un lugar para la evasión, un sitio donde emular a sus ídolos: el campo de La Piscina. Siempre como portero. “Empecé en el infantil del Porteño, descalzo, como tantos. De ahí pasé al Jardín de la Infancia”, recuerda Arbelo de sus primeras tardes de fútbol. Aquello era un auténtico vivero para la UD.

La final del Nou Camp

En esa época ya tenía cierto nombre. Tanto que la selección provincial de Las Palmas se fijó en él. “En aquel entonces era muy difícil ser el portero de la selección sin ser el titular de la UD”, rememora. Sus habilidades no pasaron desapercibidas en el club amarillo, que lo reclutó para su juvenil. En la Copa del Atlántico, las condiciones que mostraba sobre la línea de cal, elevaron su caché. Pronto empezó a ser llamado para entrenar con el primer equipo. “Estaban Ulacia y Oregui. Verte entre Tonono, Guedes y compañía... Te quedabas asombrado”, narra.

Por el camino, su generación logró un hito histórico para la entidad: ser el primer juvenil en alcanzar la final de la Copa del Rey. El partido servía como aperitivo del duelo de los mayores. Así que el escenario era el mismo. En 1970, la sede, uno de los estadios más imponentes del mundo: el Camp Nou. En aquel equipo, además de Arbelo, futbolistas como Melián, Carmelín, Taisma, Delfín o Betancor –el padre de Guayre–. “Puede que nos faltara algo de experiencia. Estuvimos bien, nos pusimos por delante, pero el Athletic estaba más hecho para aquellas circunstancias, en aquel campo... Nos pasó factura, no supimos administrar los minutos”, cuenta. Del 0-1, al 1-1; de ahí, al 1-2 y el 2-2. Y en el minuto 70, la desgracia. “Tiraron de fuera, el balón le dio a Melián en el pie. Yo ya me había lanzado, pero la trayectoria cambió y fue el 3-2”, rememora. Su suplente era Juan Antonio Pérez.

El salto de categoría era complicado. Por delante, en la UD Las Palmas, tenía una competencia voraz: el dúo vasco Ulacia-Oregui. Además, el equipo amarillo había incorporado a Catalá. Así que su camino era pasar por el Aficionado de Las Palmas, donde compartió portería con Nando. “Aprendí mucho de él”, apunta. Tras un par de años, parecía que ahora sí iba a llegar su momento. Pero en la portería de la UD había una leyenda de negro: Antonio Betancort. Además, por allí también andaban Cervantes y el propio Catalá.

Solo puede jugar uno | | LP/DLP

En esas, Vicente Dauder, que había llevado a la UD hasta Primera hizo una llamada. «Les hacía falta un portero para jugar en el Vinaroz de Tercera [no había Segunda B]. Y me eligieron a mí. García Panasco me entregó un billete de avión a Madrid. Alguien me tenía que dar otro de tren en Atocha para ir a Castellón, donde me tenía que recoger alguien para llevarme hasta Vinaroz, que yo no sabía ni dónde estaba aquello», apunta.

Y lo que se encontró como competencia era un ídolo local: Ortiz, exguardameta del Córdoba en Primera División, pareja de Miguel Reina. «Lo vi negro... Trabajé, trabajé y me llegó la oportunidad. Me sacaron diez minutos un día, pegué un par de buenas paradas y el pueblo se quedó encantado conmigo. Me costó coger la titularidad, pero la agarré. En un partido contra el Lérida me consagré. Acabé de titular», apunta.

El regreso de Vinaroz

Con buenos informes en la mano, Arbelo volvió para Gran Canaria. Antonio Betancort, secretario técnico, viajó hasta Argentina en busca de un heredero. Y lo encontró bajo los rizos de Daniel Carnevalli. “Me di cuenta que él era un mundo diferente. Tampoco tuve una oportunidad para demostrar lo que tenía, seguro que no lo hacía tan bien, pero igual hubiera estado ahí, no se sabe”, explica. Además le tocó pasar por el cuartel. “La ‘mili’ me hizo perder un año, pero volví al Aficionado», apunta.

El isletero convivió con Ulacia, Oregui Betancort, Catalá, Cervantes y, por último, con Carnevalli

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Hasta que llegó aquella noche de radio donde Segundo Almeida destripó su destino. Regresó a Vinaroz, donde fue feliz, pero en su cabeza rondaba siempre lo mismo. «No superé las formas de aquel despido», agrega. Volvió a la Isla antes de que acabara la temporada y entró a trabajar en el Banco de Bilbao en seguridad. Ascendió a escala administrativa y ahí se jubiló. Con 28 años dejó el fútbol, tras unos años en el Villa. Y siempre con una pregunta en el aire. ¿Y si hubiera tenido una oportunidad?

Juan Arbelo vivió momentos que le marcaron para siempre en la UD Las Palmas, como aquellos viajes desde La Isleta al Insular en el coche de Trona. «Íbamos Roque, Páez, yo... Hasta seis en el coche», dice entre risas. En la imagen, Arbelo (izq.) junto a Martín, Carmelo Campos y León. |

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