ASCENSO UD LAS PALMAS

Dos horas con el corazón en un puño

Fran Mesa, junto a sus dos hijos y entre la multitud de la plaza de España, sufre y celebra entre lágrimas el ascenso: «Ya era hora»

Celebración del ascenso en las terrazas de la Plaza de España

H. U. D.

Lágrimas de alegría derramaba Fran Mesa en la Plaza de España. Era uno de los cientos de aficionados que en familia, en grupo de amigos y en pleno mogollón ciudadano, animaron, sufrieron, gritaron y vitorearon a la UD en la que se convirtió en la plaza más amarilla.  

Era una final. El partido decisivo y el más importante de la jornada (y del año). Era todo o nada, porque aunque hubiese una segunda oportunidad en los Playoff, la afición era consciente de que era el 27-M o sería complicado. Los seguidores amarillos no fallaron, y los jugadores tampoco. Un despliegue de Primera para alentar a un equipo de Primera. Cientos de quedadas alrededor de toda la isla con un único objetivo: ver a la UD Las Palmas campeón.

Con la Plaza de España vestida para la ocasión, los bares de la zona no quisieron ser menos. Las reservas se habían acabado desde hace una semana y el ambiente prometía desde por la tarde, cuando las camisetas amarillas empezaron a verse. Globos amarillos y azules colocados perfectamente en cada plato, un detalle que marcó la diferencia en una zona que dos horas más tarde alcanzaría la gloria tras entender que el próximo año, el equipo de la isla estaría en la máxima categoría de La Liga.

A quince minutos para el inicio del partido, la megafonía de la Plaza de España empezaba a calentar motores, porque aunque todos eran conscientes de que 90 minutos son muy largos, toda Gran Canaria tenía la confianza puesta en los soldados de García Pimienta. «Diosito con nosotros», una frase mítica para la afición que llevaría en volandas al equipo.

Son las 20.00 horas. Equipo y afición en busca de un sueño. Empieza a rodar el balón en el estadio de Gran Canaria. En la Plaza de España, miles de aficionados se amontonan en las terrazas con nerviosismo y confianza. «Vamos a estar en Primera División», dicen.

Las voces ya empezaban a calentar motores, sin saber que por delante les esperaba tensión y muchos nervios. En una de las mesas, Fran Mesa. En su cara se podía ver la emoción, y en sus ojos, la felicidad de quien lo vive por primera vez, cuando en realidad está viviendo su cuarto ascenso con el equipo de su vida. En esa esquina de la terraza, la mesa más grande y alargada les pertenece. Reservaron en ese lugar hace más de una semana, la ocasión lo exigía.

Fran Mesa es abonado del equipo, pero decidió vivir este partido en la Plaza de España. «Si voy al estadio hoy me podría dar un infarto. Además, quería verlo con mis dos hijos, porque ellos no son abonados», explica un poco nervioso. Regaló su entrada y dejó que otro disfrutara de uno de los partidos más bonitos que se puede vivir en una temporada. «Lo di sin nada a cambio porque estoy en contra de la reventa», explicaba Mesa feliz. Era su cuarto ascenso. Dos los vivió en el Estadio Insular. Eran otros tiempos, aunque, asegura, que los sentimientos son los mismos. «Se vive con mucha pasión, creo que hoy volveremos a ser de Primera División», decía Mesa convencido antes de empezar. Y así fué. Durante el partido, sin separarse de sus dos hijos, estaba tenso, con el corazón en un puño. Manos a la cabeza, inquietud y nerviosismo. Cada llegada de la UD era ilusionante, y cada fallo del Alavés esperanzador. La esperanza de quien sabe que, en poco tiempo, se alcanzará la gloria aunque fuera cero a cero.

Con el descanso, la tensión empieza a desplomarse y hay unos minutos para la relajación. Unos brindis, palabras de ánimo y esperanza. A 45 minutos de volver a la máxima competición. «Confiamos siempre», relataba Fran Mesa. «Vamos a lograrlo, ya falta menos y lo vamos a hacer».

Descanso y un empate tranquilizador. Aplausos para los jugadores, que se retiran del césped, y nerviosismo. «La UD está controlando el partido pero no podemos fiarnos del Alavés», explican los aficionados. «Confiamos en ellos, eso siempre».

El medio tiempo restante fue agotador en cuanto a emociones se refiere. Cánticos, ilusión, nervios y esperanza. Cada minuto que pasaba era un motivo más para creer. Las llegadas del Alavés provocaron inquietud entre la marea amarilla, que no paró ni un momento de cantar y animar, como si tuviesen esa esperanza de que los jugadores, a unos cuantos kilómetros del estadio de Gran Canaria, les fuesen a escuchar desde la Plaza de España. «Vamos». «A por ellos». «Oe amarillo»; o el mítico «chicharrero el que no vote» fueron algunos de los cánticos de la afición para hacer volar a los jugadores en la distancia.

Un niño con la bandera a la espalda nervioso por el partido

Un niño con la bandera a la espalda nervioso por el partido / Andrés Cruz

Con el pitido final, la afición enloqueció. Abrazos, besos, llantos, y saltos de alegría En una esquina, Fran Mesa lloraba emocionado tras la tensión acumulada, abrazado a sus dos hijos. «Lo he vivido a tope. La verdad que es una ilusión muy grande. Ya era hora que la isla se llevara una alegría como esta», explicaba con los ojos humedecidos. «Las Palmas ha hecho un partido impecable, han jugado a lo que querían y han obligado al Alavés a jugar a nuestra manera y por eso estamos en Primera. Como decía Jonathan Viera, «hoy hay fiesta», sentencia. De este modo, Mesa, como otros miles de aficionados, vivió cómo la UD volvía a la Primera División. La alegría de toda una isla, que le faltó tiempo para salir a la calle con las banderas a la espalda y las bocinas en la mano. Una noche especial para pequeños, adultos y mayores, porque la cita estaba clara y el lugar también. La Plaza de España, que llevaba calentando motores desde primera hora de la tarde, se terminó de teñir de amarillo y los más impacientes se agolparon junto al escenario que se había preparado para recibir al equipo, que horas después de ponía en camino en la guagua descapotable.

El año pasado, Viera prometió un ascenso, y tras un poco menos de 365 días, lo cumplió. Un capitán eterno para un ascenso soñado, que regaló ayer a su afición la mayor de las alegrías, no sin sufrimiento, con un ascenso que siempre será recordado.