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¿Silencio incómodo o estrategia? Por qué nunca hablas en WhatsApp

Los psicólogos sociales lo interpretan como una forma de observación estratégica: se obtiene la información necesaria y se conserva la pertenencia, pero se evita la exposición pública al error o al conflicto

Aplicación de WhatsApp.

Aplicación de WhatsApp. / LP

Las Palmas de Gran Canaria

Todo grupo de WhatsApp tiene varios miembros que leen cada mensaje pero rara vez escriben. A este comportamiento se le denomina lurking (merodear sin participar) y está lejos de ser una rareza pues se cree que en la actualidad la proporción de miembros pasivos está en torno al 60% de cualquier comunidad online.

Los psicólogos sociales lo interpretan como una forma de observación estratégica: se obtiene la información necesaria y se conserva la pertenencia, pero se evita la exposición pública al error o al conflicto.

El silencio, sin embargo, no siempre es bien recibido. En los grupos familiares o de amigos puede interpretarse como indiferencia o rechazo, generando tensiones que el usuario callado quizá nunca pretendió provocar.

Los motivos

En cuanto el grupo de WhatsApp estalla en una cascada de mensajes, memes y audios interminables, nuestra mente se defiende como lo haría un teléfono al quedarse sin batería: baja el brillo, cierra aplicaciones y activa el modo ahorro de energía.

Esa respuesta automática explica por qué, tras una tormenta de notificaciones, muchos dejan de contestar y pasan a consultar el chat como quien hojea un periódico, sin implicarse, solo leyendo. La saturación se traduce en cansancio digital y alimenta al personaje silencioso que merodea sin dar señales de vida.

En los grupos de trabajo, a la fatiga se le suma otro fantasma: el miedo al juicio. La posibilidad de escribir algo que suene inoportuno, o simplemente errado, pesa más que las ganas de participar. Cualquier rasgo de personalidad propenso a la preocupación multiplica esa cautela y sella los labios del chat. Mejor callar que arriesgarse a quedar mal.

Enterarse de todo

Hay, además, quienes cuidan con celo su rastro. Saben que un mensaje puede conservarse o reenviarse y optan por preservar su intimidad retirándose al silencio. Observan, pero no quieren dejar huellas emocionales que alguien pueda interpretar o sacar de contexto más adelante.

Por último, una contradicción casi cómica: el llamado FOMO (Fear of Missing Out: miedo a perderse algo) inverso. Queremos estar enterados de todo, pero tememos aún más parecer permanentemente disponibles. Así terminamos leyendo cada intervención y guardando el móvil sin dar siquiera los buenos días. No es desinterés, sino una coreografía de autoprotección en un escenario donde cada palabra permanece.

Efectos en la salud mental

Quedarse en silencio puede ser una estrategia de autocuidado si el grupo genera estrés. Silenciar notificaciones protege de la hiperconectividad y reduce la ansiedad. En exceso, no obstante, esa distancia favorece la sensación de exclusión pues al no aportar, disminuye la retroalimentación positiva que todo ser social necesita, y se incrementa la inseguridad sobre la propia pertenencia al grupo.

Por ello hay un serie de recomendaciones para equilibrar participación y bienestar:

  • Negociar normas. Acuerdos explícitos sobre horarios de envío o uso de audios evitan la sobrecarga y facilitan intervenir cuando se desee.
  • Usar reacciones rápidas. Un emoji o un “like” confirma presencia sin necesidad de redactar un texto largo; basta para reducir la angustia ajena de “¿me habrá leído?”.
  • Ejercer una “pausa consciente”. Silenciar el grupo en momentos de pico laboral o emocional es legítimo; avisar antes protege la relación.
  • Responder de forma selectiva. No todo mensaje exige respuesta, pero romper el silencio de vez en cuando —una felicitación, un enlace útil— mantiene lazos y entrena la asertividad.

Un emoji, un aviso a tiempo o, simplemente, el respeto al que calla pueden convertir cualquier chat en un espacio más sano y comprensivo.

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