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Ni contigo ni sin ti: así es la trampa emocional que más se repite en las relaciones actuales

Esto es lo que sucede cuando el amor se convierte en ansiedad, control o aislamiento

Más de la mitad de las víctimas mortales de la violencia de género de 2023 tenían menores a su cargo

Más de la mitad de las víctimas mortales de la violencia de género de 2023 tenían menores a su cargo / EP

Johanna Betancor Galindo

Johanna Betancor Galindo

Las Palmas de Gran Canaria

Hay vínculos que ahogan sin tocar o que dan vértigo aunque no haya precipicio. Personas que respiran solo si están con alguien, aunque esa persona las asfixie. Que soportan lo insoportable porque temen más el abandono que el dolor. A esta cadena invisible que sujeta en nombre del amor la llamamos dependencia emocional.

Y aunque todos conocemos historias que ilustran este fenómeno, como la amiga que no sabe estar sola, la pareja que se eclipsa o el amante que controla, pocas veces comprendemos que la raíz no es el otro, sino una herida más profunda y psicológica. Una que empieza en la infancia y se arrastra, sin darnos cuenta, hasta la adultez.

Cuando amar es sufrir

“La dependencia emocional no es del todo mala”, explica la psicóloga y divulgadora Raquel Mascaraque. De hecho, según el psicólogo Aruman Sukani, es necesaria. “Somos la especie más social de todas”, recuerda, “y eso nos hace también la más dependiente”.

Al nacer, dependemos por completo de quienes nos cuidan, ya sea para comer, hablar, caminar. Esta etapa se llama dependencia emocional vertical, y es natural. El problema surge cuando no la transformamos con el tiempo. Porque al crecer, esa dependencia debe volverse horizontal, es decir, una relación de reciprocidad entre adultos, donde ambos dan y reciben.

Más de 1.200 llamadas por violencia de género en Canarias en febrero

Más de 1.200 llamadas por violencia de género en Canarias en febrero / LP/DLP

Raquel utiliza una metáfora muy visual: “Es como un círculo de aire. Tú das aire, pero también necesitas que el otro te lo devuelva. Si solo das, te ahogas”. Esta idea de interdependencia sana dar sin vaciarse, recibir sin poseer es la base de los vínculos afectivos equilibrados. Pero no siempre se logra.

En una sociedad cada vez más individualista, hiperconectada pero emocionalmente distante, muchas personas buscan todavía relaciones verticales: alguien que las cuide, que las salve, o incluso alguien a quien dominar.

Tres formas que conducen al sufrimiento

Según la psicología estratégica, existen tres patrones comunes de dependencia emocional disfuncional:

  • El dependiente sumiso, cuya emoción predominante es la ansiedad. Estas personas temen constantemente ser abandonadas o no ser amadas. Se validan a través del otro y hacen lo que sea por no quedarse solos.
  • El contra-dependiente o evitativo, que se muestra frío, distante. La emoción dominante aquí es la tristeza, muchas veces disfrazada de apatía. Temen tanto la conexión que prefieren evitarla.
  • El dependiente dominante, que, impulsado por el miedo, reacciona con control o incluso ira. Busca sentirse seguro dominando al otro.

“En todos estos casos hay sufrimiento”, advierte Raquel. No se trata de amor, sino de mecanismos de defensa mal aprendidos. Y aunque muchos de estos patrones son habituales y normalizados incluso en series, canciones o cultura popular, están en la base de numerosos conflictos emocionales y sociales. Desde relaciones tormentosas hasta violencia de género.

Hacia una nueva forma de amar

El camino hacia una relación sana pasa por transformar esos patrones y para eso, dos factores son clave: la regulación emocional, es decir, la capacidad para gestionar lo que sentimos y la seguridad relacional, que se aprende en la infancia pero puede desarrollarse más adelante.

La buena noticia, recuerda la psicología estratégica, es que los vínculos no son estructuras fijas. Se pueden cambiar y pasar de una relación vertical a una horizontal. De la dependencia ansiosa a la interdependencia consciente.

El primer paso es identificar que estamos en una dinámica desequilibrada. El segundo, pedir ayuda si hace falta. Y el tercero, quizás el más difícil, aprender que merecemos un amor que no duela, que no exija renunciar a uno mismo para no quedarse solo.

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