A la bailaora y coreógrafa Eva Yerbabuena (Frankfurt, 1970) se le amontonan las buenas noticias. Primera candidata española a los premios Nacionales de Danza británicos, presenta su espectáculo ´¡Ay!´, que "muestra mis pensamientos durante el tiempo en que esperaba traer al mundo a mi hijo y... no me veía los pies".

Además, participa en el prestigioso Flamenco Festival, con actuaciones por Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido, junto a lo más granado de su género, en el que, "aunque han cambiado las cosas, el machismo sigue ahí". Según relata, "hace no tantos años las bailaoras no podían elevar los brazos, porque se interpretaba como un signo de liberación, incluso sexual". Piensa que el flamenco es un lenguaje muy visceral "que nos ayuda a sentirnos más realizadas y a descubrir nuestra parte más sensual y salvaje. Y al hombre, en este ámbito, eso no le gustaba nada. Y en muchos casos le sigue sin gustar".

Hasta tal punto, que "hay muchas mujeres que bailan como diosas, pero en su casa, porque sus parejas no lo ven bien. Hay hombres que aún piensan que al casarse su esposa les pertenece. Y la mujer sólo se pertenece a sí misma".

Sobre ese juego de poder "en el que yo no entro porque a mí no me gusta mandar", la coreógrafa tiene su propia teoría. "Yo creo que el hombre teme a un cierto tipo de mujer: la que tiene claro lo que quiere porque sabe que va a ir a por ello y antes o después encontrará el modo de hacerlo".

Subraya el hecho de que todavía hay padres que no dejan que sus hijos estudien baile porque piensan que es de "mariquitas". "El cambio no ha llegado a todas las casas. Hay gente que aún piensa que para barrer ya están las mujeres. Lo que ocurre es que ahora la ley ampara la igualdad. Antes estábamos en un rincón". Sin embargo, con un tipo de hombre "más moderno" se suele llevar mejor que con las mujeres. "Me crié en Armilla (Granada), aunque nací en Alemania porque mis padres eran emigrantes, y ahí, ya de chica, en el recreo tenía más amigos que amigas. Me entendían mejor, porque yo he sido siempre muy rebelde. Con las niñas había más rivalidad".

Ahora, a la hora de montar una coreografía, ellas son más cómplices. "Ellos están siempre con el no en la boca. No puedo hacer este paso, no puedo con esta pirueta. ¡Qué hartura, de verdad! Cuando se ponen negativos me agotan", sostiene entre risas.