Hacía ya más de dos décadas que Ernesto Segarra, fundador de la marca Snipe, andaba con la idea en la cabeza, pero no ha sido hasta ahora que este valenciano ha podido crear el primer calzado de piel cien por cien biodegradable y compostable. Los zapatos Snipe 100 estarán en contacto con el suelo de una forma totalmente ecológica tanto en los pies de sus dueños como cuando estén para retirar.

Su procedencia de los fabricantes de calzados Segarra de La Vall d'Uixó (Castellón) sumado a la cifra de 20.000 zapatos que se gastan anualmente y acaban incinerados o apilados en vertederos fueron toda la motivación que el fundador de Snipe necesitaba para retomar su proyecto. "Creando zapatos biodegradables, estos pueden seguir siendo útiles aún después de usados", explica el empresario. De esta forma, una vez el dueño decide que la vida de los zapatos ha llegado a su fin, puede reutilizarlos para formar parte del suelo que hasta entonces pisaba con ellos. "En el centro de Europa es muy común tener un compostador natural que convierte en abono los residuos orgánicos de la casa", explica Segarra, "los zapatos se trocearían y humedecerían para iniciar el proceso de descomposición". En las casas que no cuenten con un compostador natural, también es posible reciclarlos en la basura de residuos orgánicos, reduciendo de todas maneras su impacto al medioambiente.

A primeros de los 90, Segarra desarrolló su primer zapato biodegradable, pero no consiguió que lo fuera en su totalidad. El desarrollo de la tecnología y su propia experiencia profesional le han ayudado para que, hace tres años, la idea resurgiera en su cabeza con una fuerza renovada. Con a la ayuda de ecologistas e investigadores, como el experto ambientalista Alfonso del Val o Ramón Plana, Doctor en Biología y especialista en compostaje, Snipe se decidió a iniciar el proceso de investigación y desarrollo de unas zapatillas ecológicas y estudiar su creación, dividiéndola en tres fases. El primer paso se dio en la Universidad de Vigo, donde realizaron las pruebas de laboratorio de los materiales y se comprobó que nada era tóxico y que todo podía ser degradable. A continuación se hizo una prueba de compost y se mandó a la Universidad Pública de Navarra donde se hicieron las pruebas de fertilidad en macetas con varios tipos de plantas, con lo que se demostró que era "compost con buenas condiciones". En último lugar se enviaron 60 pares de zapatos a la planta industrial de Jorba (Barcelona) y se hicieron las pruebas de compostaje industrial.

Cuando comenzaron las investigaciones lo más difícil era encontrar materiales que pudieran resultar sustitutos biodegradables de los que son comúnmente utilizados para la producción de zapatos. "Colas que no fueran tóxicas o hilos para los cordones que fueran completamente bioreciclables, todo se tenía en cuenta", explica. Así pues, el cromo, utilizado para curtir la piel, no sirve para compostar, por lo que fue reemplazado por el titanio. Las suelas, por su parte, son de termoplástico biodegradable. La composición biodegradable de este calzado no afectaría a su uso diario. "No se degradan durante el uso porque se necesitan unas condiciones determinadas de temperatura", explica Segarra, "por ejemplo, la mesa del salón de tu casa no se degrada, pero si se partiera en partículas finas, eso sí que lo haría".