Sabemos que la obesidad genera estrés a un buen número de personas y también sabemos que el estrés puede generar obesidad.

Lo contaba esta semana el médico y escritor catalán Albert Figueras en una conferencia. "La epidemia de obesidad que sufrimos puede ser una respuesta del organismo al estrés", señalaba.

La teoría, sin embargo, no es nueva y se explica desde dos puntos de vista. El neurofisiológico y el psicológico. Estar estresado puede engordar, aunque para ello se requieran determinados condicionantes.

Cuando nos estresamos somos fábricas de producción de cortisol, una sustancia a la que se la conoce precisamente como la hormona del estrés. Si el estrés es tensión, no nos referimos a una tensión puntual, sino a una situación estable en el tiempo. Es lo que se dice vivir estresado. Cuando el cortisol permanece elevado acaba acumulando grasa en el abdomen y generando una obesidad que los nutricionistas conocen como de 'tipo manzana'.

Es un perfil muy masculino, que se opone al 'perfil pera' (grasa en nalgas y muslos), más propio de las mujeres.

La obesidad 'manzana' conlleva más riesgos cardiovasculares.

Expertos apuntan a que el cortisol no sólo abre el apetito, sino que provoca un metabolismo más lento, un doble riesgo a la hora de controlar nuestro peso y, en definitiva, nuestro estado de bienestar y salud.

El estrés actúa, asimismo, como elemento activador de secreción de un neuropéptido conocido con la letra ´Y´. El NPY es un neurotransmisor que cuando está activo abre el apetito y, por tanto, favorece la ingesta de alimentos "y muy específicamente cosas dulces", señala el psiquiatra Manuel Bousoño, profesor de Psicología Médica y Psiquiatría en la Facultad de Medicina de la Universidad de Oviedo. El NPY es causa de generación de serotonina, un neurotransmisor que tiene una importancia capital en múltiples facetas biológicas. Se la relaciona, por ejemplo, con el control de nuestra temperatura corporal, de nuestros estados de humor o irritación, y también con nuestra sexualidad.

Se sabe, además, que la serotonina tiene efectos tranquilizantes. En situaciones de estrés continuado la serotonina se "quema" y su ausencia puede producir ese deseo permanente de ingesta de comida, en especial dulces.

Por eso hay fármacos que activan la serotonina y que en último extremo buscan reprimir el apetito. Se usan, por ejemplo, contra la bulimia, pero el psiquiatra Bousoño recuerda que su efecto es transitorio.

La obesidad es una de las epidemias de nuestro tiempo y de nuestra sociedad. Se calcula que un 40 por ciento de la población española sufre algún tipo de sobrepeso. "Hay un acceso fácil a un exceso de alimentos ricos en calorías", expone Manuel Bousoño. Y vivimos estresados, con prisas, en un entorno social donde se alienta la competitividad y en tiempos inciertos. Nada como la incertidumbre para generar(nos) tensión.

Albert Figueras explicaba que "el estrés es el gran problema de la sociedad actual".

El estrés permanente no sólo nos produce un terremoto interno, del que no siempre somos conscientes, sino que tiene mucho que ver con una forma de alimentación y relación con el reloj notablemente mejorable.

El tensionado/a que anda a cien por hora, que concilia como puede, que come un pincho de pie en la barra de una cafetería, que llega a casa por la noche y devora. El problema no es tanto la comida basura como la vida basura.

Y dicho esto, conviene recordar que hay quien engorda y hay quien no. Para los que engordan "con el aire que respiran" es frustrante convivir con otras personas que se atiborran de comida y bebida y no suben un gramo en la báscula. "Hay una clara tendencia genética a engordar", explica Bousoño, y está probado que hay grupos poblacionales con más propensión a la obesidad. El secreto parece estar en unos determinados genes, los OBOB, que se expresan o no dependiendo de la alimentación. Con una alimentación equilibrada, "viven" tranquilos; cuando la alimentación se distorsiona, hay que tener cuidado con ellos. En situaciones de estrés permanente, con predisposición genética y aspectos psicológicos que no ayudan, las consecuencias pueden ser catastróficas.

Cuando hablamos de esos aspectos psicológicos, Bousoño se refiere a la tendencia humana a buscar formas de satisfacción.

Los alimentos y en especial los dulces vienen a ser alternativas a la ausencia de otros componentes que nos hacen la vida más satisfactoria.

Resulta evidente que hay más obesidad entre las personas menos activas, tanto social como físicamente, pero no todos saben que hay también muchos más obesos entre los tímidos o los introvertidos.