Tras numerosas investigaciones llevadas a cabo durante un cuarto de siglo, hoy no existe duda del papel protector que el aceite de oliva virgen ejerce ante el cáncer de mama y otros tipos de cánceres. Pero cuáles son las razones que hacen que se forme ese escudo protector. Hay que buscarlas fundamentalmente en la composición de este elemento básico de la dieta mediterránea.

El aceite de oliva virgen es una grasa vegetal rica en ácido oléico, un ácido graso monoinsaturado, y en numerosos compuestos bioactivos como la vitamina E, los beta-carotenos y los polifenoles. Tanto la vitamina E como los polifenoles le proporcionan sus propiedades antioxidantes, que actúan frente al envejecimiento e intervienen en el desarrollo celular, algo determinante en el formación y progresión del cáncer.

La mayoría de las investigaciones científicas sobre los efectos del consumo del aceite de oliva en la prevención y tratamiento del cáncer giran en torno al estudio de los polifenoles que la componen. Hasta ahora, las conclusiones de las investigaciones en torno al aceite de oliva demuestran la implicación de algunos de esos polifenoles, como el pinoresinol, en el freno al desarrollo de las células cancerígenas en el cáncer de mama.

Además, en los resultados de los estudios realizados con animales que seguían una dieta rica en aceite de oliva, los investigadores han observado una mayor protección del ADN.

Independiente de cómo se llame el componente que obra el milagro, la realidad es que el consumo del aceite de oliva en cantidades moderadas -basta con una cucharada al día- está asociado a una mayor benignidad de los tumores de mama, disminuyendo la actividad del gen que favorece la proliferación descontrolada y estimula el crecimiento del tumor.

Así pues, el aceite de oliva reduce la actividad de las proteínas implicadas en la supervivencia de las células favoreciendo la apoptosis -la muerte celular- y ralentizando con ello el crecimiento del tumor.