Una vez muerto el papa, comienza un proceso de votación secreto.
Cada cardenal recibe una papeleta en blanco, en la cual escribe el nombre del candidato que considera adecuado para ser el nuevo papa. Una vez que todos los cardenales han emitido su voto, las papeletas son recogidas y quemadas en un proceso denominado “escrutinio”.
El sistema es minucioso: cada voto es contado y tabulado, y si en algún momento no se alcanza la mayoría de dos tercios necesaria para la elección, el proceso se repite.