La vida parece haber desaparecido en Fukushima. Tiendas cerradas, calles desiertas y semáforos que dan paso a ningún coche. Ciudad fantasma por fuera, pero no por dentro. La actividad en los centros de ayuda no cesa, distribuyen comida, organizan los rescates y acumulan lo necesario para enfrentarse a lo peor. No tranquilizan los 70 kilómetros que les separan de la central nuclear. Más aún cuando anoche se amplió el perímetro de seguridad de 20 a 30 kilómetros y cuando los controles se trasladan a la calle para comprobar la llegada de la radiación.