La inocencia de un niño ha hecho brillar la audiencia general del Papa Francisco. Con total naturalidad, se levantaba de su asiento para ocupar el centro de la sala. El Santo Padre le saludaba y le dejaban permanecer ahí en todo momento. Al menos, hasta que ha conseguido lo que le llamaba tanto la atención: el solideo con el que se cubre el Papa.Tras varios minutos pidiéndolo, le han puesto incluso una silla para que se siente junto al él. Y sólo cuando ha logrado su objetivo, se ha marchado. Contento, alegre y entre los aplausos de los asistentes.