La guerra desatada por el control de CajaCanarias es fruto de uno de esos extraños mecanismos que llevan a Paulino Rivero a comprometerse con todo el mundo, creyendo que así no se compromete con nadie. Es su sino.

La historia comienza hace algo menos de dos años, cuando la sombra de Las Teresitas aún no había comenzado a cubrirlo todo. Rivero preparó entonces una alambicada operación para lograr el aterrizaje de Miguel Zerolo en la presidencia de CajaCanarias.

Zerolo estaba cansado del Ayuntamiento, y quería una salida. La Caja era una excelente opción: Rodolfo Núñez no podía seguir y la incorporación de Zerolo a la Caja creaba un dominó que permitía colocar a José Bermúdez como candidato a la alcaldía santacrucera, y a Javier González Ortiz como sustituto de Bermúdez en el Cabildo, y candidato a reemplazar a Melchior cuando lo del imperativo biológico.

Para la operación había un único inconveniente: Zerolo no podía ser presidente de la Caja sin salir durante dos años del Consejo, al que no se puede pertenecer durante más de dos mandatos seguidos. Ocho años.

Zerolo necesitaba quedarse al margen durante un par de años y había que buscar un candidato. El más adecuado resultó ser Álvaro Arvelo, director general. Se habló con él y se le pidió que forzara los plazos para entrar en el Consejo de la Caja antes de cumplir los 70, este próximo mes de mayo.

Luego, una vez dentro del consejo, podría optar a la Presidencia y aguantar allí durante dos o tres años, para cederla a Zerolo después. Ese fue el acuerdo, inicialmente fraguado con la oposición de Rodolfo Núñez, enfrentado de siempre a Rivero, y que en los últimos años se ha distanciado mucho de Arvelo.

Cuando Anticorrupción abre el proceso de Las Teresitas, Zerolo decide mantenerse en el Ayuntamiento y en el Parlamento, contra la posición de Rivero. Esa oposición fue pública, pero la ola de solidaridad interna impidió la carambola Zerolo/Bermúdez/Ortiz que Rivero quería.

Poco después, con la presidencia de la Caja teóricamente libre, Rivero se la prometió a Adán Martín dentro del 'paquete' de compensaciones por su retirada de la pelea por la Presidencia.

A Rivero le pareció entonces una solución razonable jubilar allí a Adán Martín. Mejor Adán Martín que Rodolfo Núñez, desde luego. Y además, la Presidencia bien vale una Caja.

Así estaban las cosas, con todo el mundo de acuerdo en colocar a Adán al llegar el momento, en octubre de 2008, cuando de pronto empezaron a pasar algunas cosas. La primera de todas fue que en el núcleo duro de la Caja empezaron a preocuparse.

Todos ellos: sobre todo Rodolfo Núñez, Ignacio González y Antonio Plasencia… lo de Las Teresitas empezaba a ponerse muy pero que muy feo. Parecía necesario garantizar la plaza. Pero es que además había otro factor: todo el mundo se había olvidado de Arvelo. Menos él mismo.