Que los menores de edad beben es indiscutible. Que muchos de sus padres lo saben es una realidad. Que los profesionales que trabajan en las discotecas venden alcohol a quienes poco lo toleran es una pena. Aquí, lo que realmente se ha perdido es el sentido de la responsabilidad social. Se ha convertido en un concepto sin más, vacío de contenido y ni tan siquiera presente en la vida de muchos. Porque llenar la copa de un menor sólo por hacer caja es un signo alarmante de que buena parte de los ciudadanos, al abstenerse de actuar y tomar parte, ejercen por desgracia un sentido de la responsabilidad social negativo.

Se encuentran de frente con los problemas que atacan las raíces de nuestra generación y sólo saben decir: "¿Qué quieres, una copita, mi niño?, pues toma una de cada".

No sólo los profesionales de la noche cultivan esta juventud contribuyendo a dañar sus entrañas. Los comerciantes que venden en sus tiendas alcohol a menores son otros cómplices de esta involución. Y quien dice alcohol, dice tabaco u otras sustancias.

Después están los padres que, por ahorrarse los gritos hormonales de sus niños, los dejan salir a la calle a horas en las que deberían estar durmiendo.

Todos estos seres maldicen después muertes en fatales accidentes de tráfico o en brotes de violencia. Un ejemplo reciente lo tenemos sin ir muy lejos en la muerte del joven Iván Robaina, fatal suceso ocurrido hace ocho meses y que es fruto de esta sociedad condescendiente que hemos creado.

Y ciegos a nuestro propio Frankenstein paseamos por la ciudad la cabeza bien alta, despotricando sobre aquellos tres jóvenes que asestaron la fatal paliza a Robaina, olvidando que la raíz de este tipo de comportamientos hay que buscarla en la ausencia de responsabilidad social y, si me apuran, en la falta de humanidad que se esconde tras el cómodo laissez faire, laissez passer en que vivimos.

Los costados de nuestra ciudad se pudren entre vecinos que no dan ni los buenos días, bajan la vista al cruzarse contigo, mascullan algo entre dientes y salen casi esquivando la puerta del ascensor a toda pastilla. Y es que los pasos que ha dado la Humanidad nos han llevado a una era donde el consumismo y el poder adquisitivo nos dirigen directos a la deshumanización, donde sólo importan los ingresos, los pagos de los préstamos y la hipoteca.