Esta frase del protagonista resume lo que vimos la noche del sábado en la representación de la ópera de Wagner Tannhäuser en la nueva producción del teatro Pérez Galdós: la escucha de la maravillosa música del alemán fue lo más destacado de la noche, ya que la dirección magnífica y muy teatral de Pedro Halffter a una Orquesta Filarmónica de Gran Canaria en estado de gracia se sumó un Coro Filarmónico Eslovaco y un completo plantel de solistas. Esto puede ser el resumen de todo lo que dio la noche; pero vayamos por partes.

La dirección marcó perfectamente los diferentes momentos dramáticos de obra tan compleja y variada, y a lo solemnidad del Coro de peregrinos, se unió una gran brillantez en la entrada de invitados y acompañó perfectamente a los cantantes que tuvieron en director y Orquesta un perfecto aliado como tuvimos ocasión de comprobar en las intervenciones solistas (y destacadas a la vista del público desde un proscenio) de arpa y corno inglés, formando con tenor y barítono y con el Pastorcillo un todo perfecto en sus intervenciones.

El Coro eslavo tuvo una gran actuación en obra en la que sus intervenciones son lo más conocido del gran público, sobresaliendo en la gran escena del Segundo Acto en ese Coro de tanta brillantez y con unas intervenciones de sus mujeres en off muy sobresalientes.

De los intérpretes lo único que puedo decir es que rara vez he visto un conjunto tan homogéneo desde el protagonista, Stephen Gould, tenor de gran versatilidad con voz homogénea en todos sus registros y con una expresividad que pasaba de los pasajes líricos a los dramáticos con gran facilidad. Fue el gran triunfador de la velada. El barítono Markus Eiche, sustitución de última hora, nos sorprendió por su bella voz y triunfó plenamente en el bello y agradecido rol de Wolfram con un Canto a la Estrella magnífico desde el punto de vista vocal aunque la dirección escénica no le ayudó mucho. Su primera intervención fue prácticamente un Lied y en todas su intervenciones lució su gran calidad por su bello timbre y gran línea. Reinhard Hagen fue un Landgrave noble y un actor consumado en un papel que la dirección escénica transformó completamente lo escrito en el libretto pero que no le quitó prestancia a su actuación. Gustavo Peña (Walther), Ángel Rodríguez (Heinrich el Escribano), Felipe Bou (el antipático Biterolf) y Danilo G. Serraiocco (Reinmar) completaron muy bien los Minnesänger, que en realidad es un Coro de solistas con muy buenas prestaciones solistas. Ricarda Merbeth (Elisabeth) y Evelyn Herlitzius (Venus), las dos caras del amor, cantaron perfectamente sus cometidos luciendo la voz spinta de la Merbeth que, aunque pareciera al principio poco apropiada para el rol, en la particular interpretación de la dirección escénica, resultó de lo más apropiada y nos sorprendió la línea de canto e igualdad de registro de Evelyn Herlitzius con su magnífica corta intervención en el Tercer Acto que nos hizo olvidad cierta frialdad que le apreciamos en su dúo del Primero.

Y vamos con la dirección escénica que era la comidilla en los entreactos: creo que pasó los límites permitidos ya que con su versión rompedora e iconoclasta de obra tan concreta y clara en cierto sentido la hizo irreconocible, pues su versión de los personajes rompía completamente con lo escrito por el autor y así no había correlación entre el texto y la actuación teatral, como por ejemplo, en el segundo acto el Landgrave no habla con Elisabeth, sino que se dirige a Wolfram que no tenía que estar en el escenario, quizás para mostrar a este personaje como un alter ego de su sobrina, o...

He visto y admirado muchas versiones modernas de clásicos, pero todas ellas respetaban la intención última y clara del autor, que en esta obra es lisa y llanamente la lucha interna de un hombre entre los dos tipos de amor y, sobre todo, ese leitmotiv romántico de la redención por amor, que Wagner recrea también en El Holandés errante y Zorrilla en su Don Juan. Nada de ello vimos en esta versión de Tannhäuser. De todas formas, hay algo que esta representación nos ha mostrado: que en las óperas por importante que sea la dirección artística es más importante aún la música. Los buenos libretos pueden convertirse en clásicos (o sea, eternos, que es una característica del Clasicismo) y, por ello, admiten visiones más modernas, pero siempre se debe respetar la última intención del autor y eso es algo que, al menos no vi en la dirección escénica de Katharina Wagner que, aparte de su visión personalísima de la obra, lució una técnica buena en cuanto a juego de luces y dirección de actores y con unos escenarios bastante discutibles aunque me quedo con el del segundo acto con esa visión de local que no se usa y por ello está totalmente desordenado.